MEXICO (El Universal).- Encendió el habano, lo fumó, dejó salir lentamente el humo. “No, no le tengo miedo a la muerte. No temo morir. El momento llegará, ya. Así nada más, ya”. Después, Diego Fernández quedó en silencio unos segundos.
El cronista de EL UNIVERSAL le iba a hacer otra pregunta, pero el entonces candidato del PAN a la Presidencia de la República lo interrumpió. Continuó con el tema:
“A la muerte no hay que temerle. Llega y ya. Dejas de ser lo que eras, pero seguirás siendo algo más que un cuerpo. Así, muchos no pueden o no quieren comprenderlo. Es y de pronto, en un instante, ya no se es”.
El viaje, en camioneta desde la ciudad de Querétaro a Zamora, Michoacán. Iba a un acto de su campaña. Llovía. De pronto, en sentido contrario apareció un camión. El impacto parecía inminente, el chofer de Diego maniobró con habilidad. Evitó el accidente.
Otra fumada al puro. Y con el humo sus palabras: “¿Ya lo viste? Aquí pudo haber sido. Veníamos tranquilos, cada quien con su proyecto de vida. Pudimos haber dejado de ser. Pero no creas que me asusto, que tengo miedo, todas la noches, cuando llego a casa me bajo para abrir la puerta. Bueno, pero en ese momento se me puede acercar un tipo y darme un balazo, una puñalada, y ahí acabe. Una parte de mí”.
Humillación, sólo ante Dios
Fernández de Cevallos. El día de su nominación como candidato presidencial, su voz tronante se oyó en el Palacio de los Deportes: “¡Yo sólo me humillo ante Dios, sólo ante él me inclino”.
Ganó el debate a los otros candidatos, Ernesto Zedillo y Cuauhtémoc Cárdenas. Después su campaña bajó de intensidad, desapareció algunos días. Casi seis años después, Vicente Fox dijo que Diego “se echó para atrás”. Diego Fernández de Cevallos se enfureció, exclamó a la gente de su confianza: “Algún día se tragará sus palabras”.
“¿Te amenazaron de muerte en la campaña de 1994?”, le pregunté varias veces. Nunca dijo que sí o que no. Cambiaba la plática. Decía que no tenía caso hablar de eso.
Sin embargo, en una ocasión, días después de que Abraham Polo Uscanga fue asesinado, Fernández de Cevallos comentó al reportero: “Su error, cuando fue amenazado, fue mencionar a un sospechoso. Y mira que yo se lo dije cuando me lo encontré en los tribunales. Le conté que cuando a mí me pasó, hablé con el Presidente de la República, pero no mencioné a una sola persona. Es que con eso identificas un fusil, pero provocas que te apunten otros”.
Fernández de Cevallos. En una ocasión, desde las galerías de la antigua Cámara de Diputados, se puso de pie y gritó, increpó a los legisladores. En otra, desde su rancho trajo a la ciudad una camioneta con borregos, los bajó, intentó meterlos a una manifestación.
Y aquella mañana en la carretera, bajo la lluvia, sereno dijo: “No, no le tengo miedo a la muerte”...
El cronista de EL UNIVERSAL le iba a hacer otra pregunta, pero el entonces candidato del PAN a la Presidencia de la República lo interrumpió. Continuó con el tema:
“A la muerte no hay que temerle. Llega y ya. Dejas de ser lo que eras, pero seguirás siendo algo más que un cuerpo. Así, muchos no pueden o no quieren comprenderlo. Es y de pronto, en un instante, ya no se es”.
El viaje, en camioneta desde la ciudad de Querétaro a Zamora, Michoacán. Iba a un acto de su campaña. Llovía. De pronto, en sentido contrario apareció un camión. El impacto parecía inminente, el chofer de Diego maniobró con habilidad. Evitó el accidente.
Otra fumada al puro. Y con el humo sus palabras: “¿Ya lo viste? Aquí pudo haber sido. Veníamos tranquilos, cada quien con su proyecto de vida. Pudimos haber dejado de ser. Pero no creas que me asusto, que tengo miedo, todas la noches, cuando llego a casa me bajo para abrir la puerta. Bueno, pero en ese momento se me puede acercar un tipo y darme un balazo, una puñalada, y ahí acabe. Una parte de mí”.
Humillación, sólo ante Dios
Fernández de Cevallos. El día de su nominación como candidato presidencial, su voz tronante se oyó en el Palacio de los Deportes: “¡Yo sólo me humillo ante Dios, sólo ante él me inclino”.
Ganó el debate a los otros candidatos, Ernesto Zedillo y Cuauhtémoc Cárdenas. Después su campaña bajó de intensidad, desapareció algunos días. Casi seis años después, Vicente Fox dijo que Diego “se echó para atrás”. Diego Fernández de Cevallos se enfureció, exclamó a la gente de su confianza: “Algún día se tragará sus palabras”.
“¿Te amenazaron de muerte en la campaña de 1994?”, le pregunté varias veces. Nunca dijo que sí o que no. Cambiaba la plática. Decía que no tenía caso hablar de eso.
Sin embargo, en una ocasión, días después de que Abraham Polo Uscanga fue asesinado, Fernández de Cevallos comentó al reportero: “Su error, cuando fue amenazado, fue mencionar a un sospechoso. Y mira que yo se lo dije cuando me lo encontré en los tribunales. Le conté que cuando a mí me pasó, hablé con el Presidente de la República, pero no mencioné a una sola persona. Es que con eso identificas un fusil, pero provocas que te apunten otros”.
Fernández de Cevallos. En una ocasión, desde las galerías de la antigua Cámara de Diputados, se puso de pie y gritó, increpó a los legisladores. En otra, desde su rancho trajo a la ciudad una camioneta con borregos, los bajó, intentó meterlos a una manifestación.
Y aquella mañana en la carretera, bajo la lluvia, sereno dijo: “No, no le tengo miedo a la muerte”...
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