TIJUANA (El Universal).- La delicadeza con la que introducen el hilo y la aguja contrasta con los tatuajes que delinean sus manos. En Jorge, una telaraña se enreda en su codo y descansa en el antebrazo con el que remata una costura; en Pablo, un corazón "del primer amor".
Desde las 8:00 de la mañana se acomodaron en "la over" –esa máquina de coser industrial en la que trabajan desde hace años–, ajustaron la tensión de cada uno de los cuatro hilos y revisaron las puntadas que se hicieron en el día.
Los hombres de cuerpos delgados, facciones adustas y brazos tatuados, trabajan en una maquiladora que confecciona los forros de una marca internacional de colchones, y aunque admiten que la jornada laboral es cansada "el tiempo pasa rápido y eso es una bendición".
Dicen que su trabajo en “la maquila” los libera de los malos pensamientos, la asfixia de los recuerdos, de la soledad. Y es que Pablo y Jorge están internos en uno de los penales de mediana seguridad en México, ese al que llaman “El Hongo”.
El complejo penitenciario operado por la Secretaria de Seguridad Pública de Baja California desde el año 2003 ha implementado un programa de reinserción social como no existe otro en México, que busca rehabilitarlos a través del trabajo, resarcir el daño y sostener económicamente desde el penal a sus familiares.
Ha permitido la instalación dentro del Cereso de 12 naves industriales de cinco empresas maquiladoras de renombre internacional: elaboración de muebles de lujo, prendas de vestir y fundas para colchones ortopédicos.
Los internos son remunerados con 10.50 pesos la hora en el que 30% se depositará directo a sus familiares; otro 30% se destinará a un fondo de ahorro; 30% más para la reparación del daño que ocasionó a la sociedad y finalmente 10% pagará sus gastos en el penal.
Consideran que en la soledad de la reclusión, en el mundo de un interno donde los segundos parecen pequeñas eternidades para pugnar hasta cuarenta años, el trabajo los vuelve menos tortuosos.
En los pasillos de la nave industrial dedicada a la confección de bolsas de dormir, Héctor David sobresale por la rapidez con que dobla las telas. Sus movimientos son tan vertiginosos que apenas se ven sus brazos; dicen sus compañeros que es uno de los mejores empleados. Empaca hasta 40 bolsas por hora. Sus supervisores consideran que es un trabajador ejemplar, siempre sonriente, quien no para hasta la hora de comida y regresa puntual. Lo que diferencia a Héctor de un “empleado del mes” es que se encuentra recluido en la penitenciaría por el delito de secuestro agravado.
Originario de Sinaloa, cuenta que por el año 2001 “se había prendido machín de las drogas”. Mecánico de oficio, sabía arreglar carros, por eso lo contrataron en una casa particular para que mantuviera en perfecto estado varios vehículos.
La paga era alta y Héctor no preguntó por qué recibiría tanto dinero: “Yo andaba en lo mío: en la droga. Nunca supe lo qué pasaba ahí porque había tanta gente”. En ese entonces tenía 20 años.
“Llegaron un día de la judicial. El Ejercito nos llevó a tres personas detenidas. En la casa había dos personas secuestradas y, pues, me enjaretaron el delito. ¡Yo sólo era el que arreglaba los coches!”, recuerda Héctor.
Pagan universidad
de sus hijos
Otro paisano de Héctor también se encuentra recluido en la penitencia de “El Hongo”, desde el año 2000 José Ramón, sinaloense de nacimiento y radicado en Tijuana, purga una condena por asalto que, según afirma, fue una sola vez, “por necesidad”. Él participó en el robo de un banco y la hizo de chofer.
Lleva seis años y 11 meses encarcelado, tres de ellos los ha pasado trabajando para una empresa dedicada a la elaboración de muebles, incluso son proveedores de algunas oficinas de Gobierno de México y Estados Unidos.
A la semana recibe un salario de 420 pesos que desde el día que comenzó a laborar dentro de la penitenciaría se destina exclusivamente para pagar la educación de sus hijos. José Ramón presume muy orgulloso que este año, gracias a sus ingresos, recibió una copia enmarcada del título universitario de su hijo: “Gracias a ti papá soy Ingeniero Industrial”.
Este año mi hijo, el más chico, sacó ficha para estudiar ingeniería electrónica”. José pretende seguir pagando sus estudios durante los próximos seis años y 11 meses que falta para que termine su condena.
Hoy José Ramón tiene 48 años, pero aparenta 60; el pelo blanco y su piel áspera revelan su trabajo en los muebles que estén de temporada o las cocinas de moda en las grandes casonas californianas. “Vale la pena, me dieron la oportunidad, es un ambiente duro, cosas que uno no se imaginaba, pero lo vale”.
Lo que muchos desconocen es que desde la penitenciaria de “El Hongo”, en Baja California, en los talleres de costura se confeccionan camisetas y batas que más tarde serán enviadas al centro de Diversiones en California Disneylandia, así como a sus hoteles, todos estos productos elaborados por presidiarios mexicanos, quienes confiesan que el trabajo los vuelve “libres”, al menos de lunes a viernes de 8:00 de la mañana a 5:00 de la tarde. (El Universal)
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