Por Aquiles Córdova Morán
Hace años, cuando el fascismo y el nacionalsocialismo (nazismo) cernían su sombra siniestra sobre la humanidad sin que se avizorara una luz de esperanza en el horizonte, un viejo y experimentado luchador social, Víctor Serge, lanzó la frase precisa que definía ese momento: “Es media noche en el siglo”, dijo.
Hoy, puede que con poco tino, me atrevo a parafrasear a Víctor Serge porque los terribles sucesos que estamos presenciando todos, desde las brutales invasiones de Afganistán, Irak y el apenas disimulado genocidio del pueblo palestino, hasta las muy actuales “revoluciones” en el norte de África, el Cercano Oriente y la Península Arábiga, me han producido, irremediablemente, la misma sensación de Apocalipsis y de total desamparo para los pueblos del mundo, que hicieron pronunciar al viejo marxista su famosa frase. Estoy seguro de que sobrarán quienes piensen que mi analogía es falsa y miope porque no ve que, mientras en la época de Serge eran las dictaduras sangrientas de Mussolini y Hitler las que intentaban imponerse al mundo, hoy ocurre exactamente lo contrario: son los adalides de la democracia, las libertades del hombre y los derechos humanos los que se lanzan contra feroces dictadores, como Mubarak de Egipto y Gadafi de Libia, para liberar a sus pueblos de la cárcel política, económica y social en que los tienen aherrojados. No hay, pues, dirán, motivos para lamentarse sino para que, siguiendo sumisamente la batuta de los poderosos medios informativos que nos dosifican lo que podemos y debemos saber, aplaudamos sin reservas el intervencionismo despiadado contra naciones teóricamente soberanas, ya que todo es para bien de los débiles y oprimidos del mundo.
Pero ni yo ni nadie tenemos derecho a contentarnos con esta versión para niños. Hay que saber (o recordar en su caso) que esos mismos dictadores que hoy se combaten con todo el aterrador poderío militar de las potencias mundiales, y con un fuego mediático igualmente aterrador por su abrumador carácter masivo, su falta de respeto por la verdad y su irresistible capacidad de penetración en la gente, fueron siempre, durante todo el tiempo que han durado (incluidos Egipto y Libia, aunque en distinto grado, es cierto), “aliados” y favorecedores de los intereses económicos y geoestratégicos de quienes hoy los denuncian y atacan; diligentes proveedores, además, de la más valiosa, aunque no única, materia prima que hoy se compra y vende en el mundo: el petróleo. Su larga y tranquila permanencia en el poder, su absoluto control sobre sus pueblos empobrecidos e ignorantes y las grandes y ostentosas fortunas en dólares que lograron amasar, sólo se explican por el apoyo irrestricto que les brindaron quienes hoy “descubren” y denuncian, “con índice de fuego”, los horrores que cometían, para justificar así el abrupto giro de su política hacia ellos.
La hipocresía y la falacia de sus “mejores” argumentos están a la vista. Se habla, por ejemplo, de “proteger a la población civil de la barbarie de Gadafi”. ¿Ya olvidó el mundo, acaso, cuántos civiles inocentes murieron y siguen muriendo en Irak? La cifra exacta la conocen sólo la inteligencia y el gobierno norteamericanos, es verdad; pero nadie duda de que no se trató de “miles”, sino de cientos de miles de hombres y mujeres cuyo único delito fue haber nacido en un país con mucho petróleo, codiciado por el invasor. Y, ¿quién de los que hoy se desgarran las vestiduras ante la “brutalidad” de Gadafi, dijo algo cuando el ejército norteamericano masacraba iraquíes como moscas? ¿Quién dice algo hoy mismo sobre el asesinato cotidiano de civiles afganos? ¿Sobre el genocidio de palestinos en su propia tierra? ¿Es esto, o no, hipocresía pura, desvergüenza neta como para sembrar pesimismo en los hombres buenos de la tierra? Y, ¿qué decir de los famosos “derechos humanos”? Sin ponernos a detallar que tan auténticos son tales derechos en las llamadas “democracias occidentales”, limitémonos a preguntar: y qué, ¿no es un derecho humano el derecho a la vida, al trabajo, a la educación, a la vivienda, a la salud, a la alimentación de los niños? ¿Y qué hay de tales derechos, ya no digamos en el traspatio de las metrópolis, sino en sus propios territorios, por ejemplo, en la poderosa y orgullosa Unión Europea? ¿No es hipocresía descarnada ocultar tales carencias tras el escándalo mediático sobre “la libertad de prensa, de opinión, de reunión, de manifestación y de elección democrática de los gobernantes?
Finalmente, algo sobre democracia. Se sabe bien que la democracia no es “consustancial a la naturaleza humana”, que no siempre ha existido, sino que surgió en un momento determinado y para responder a intereses determinados: los de la sociedad esclavista altamente desarrollada en Grecia y Roma. Es decir, se trata de un fenómeno histórico sujeto, por lo mismo, a los cambios y modificaciones que reclamen el carácter y las necesidades de cada pueblo. Su forma “clásica”, la fundada teóricamente por Hobbes, Locke y Montesquieu, es sólo el modelo que mejor se acomoda al capitalismo desarrollado y no tiene, por tanto, validez universal alguna. Cualquier intento de imponerla a todos, como viene ocurriendo, no es un acto liberador sino una imposición abusiva y brutal a los pueblos históricamente distintos, como los árabes. Así, pues, lo que ocurre hoy, ni de broma puede calificarse de genuina cruzada por las libertades populares; en esencia, es un paso más hacia la dictadura mundial, hacia la eliminación de los Estados nacionales para convertirnos a todos en siervos sumisos del Leviatán moderno: el capitalismo mundial. Es media noche en el planeta.
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