Por Gilberto Lavenant
La política, surte efectos extraordinarios en la personalidad de los individuos. Parecen “transformers”, esos muñequitos, de partes flexibles, que con algunos movimientos, se convierten en otros, totalmente distintos.
Cuando están fuera de la función pública, son amables, atentos, gentiles, caballerosos, en ocasiones hasta empalagosos. Es casi increíble, tanta amabilidad.
Si se los encuentra alguien, de inmediato recurren a las expresiones salameras : “mi hermano, qué gusto verte”, “sabes que te aprecio”, “háblame cuando quieras” y proporcionan todos sus números telefónicos. De su oficina, casa, celular.
Apenas ingresan a una nómina pública y, de pronto, se transforman. Son escurridizos, no se les encuentra en ninguna parte, y en caso de localizarlos, argumentan que no pueden atender a su “casi hermano”, pero que les hable en otra ocasión.
Es casi una regla general, que los políticos siempre tienen sus teléfonos descompuestos. Bueno, así parece, pues nunca los contestan. Y cuando se les cuestiona, por qué no tuvieron la gentileza de atender las llamadas, juran que el maldito teléfono nunca las registró. “Te lo juro que nunca recibí tus llamadas”, afirman categóricamente. Parecen la pura verdad.
El secreto es que usan varios “móviles”, uno para las relaciones con cada clase social. Cuando quienes llaman, son de diputados para arriba, contestan en “automático” y lo hacen de la mejor manera posible. Las llamadas de personas menores a ese nivel, las contestan sus asistentes y siempre con la consigna de responder : “en este momento no lo puede atender”, “está ocupado en una junta de trabajo”, “me pidió que le indicara que le llamará en cuanto termine su reunión”, pero nunca llaman.
Lo mismo pasa, cuando el viejo amigo, cuya única intención es platicar con el ahora funcionario, como lo hacían frecuentemente, antes de ingresar a la función pública, por más que hace antesala en la oficina del dizque “amigo”, nunca lo recibe. Su agenda, siempre está llena de compromisos.
En caso de recibirlo, lo trata secamente, y es brevísimo, bajo el argumento de que tiene que atender varios compromisos. Como que la política, les afecta la memoria. Para ellos, ya solamente cuentan sus nuevas amistades, las propias de la posición que ostenta.
Otra más. Dicen por ahí, que es algo común que a los políticos les afecte el llamado “síndrome del ladrillo”. Se le llama así, porque aunque sea modesto el cargo que ostentan, casi de la altura de un pequeño ladrillo, ellos se sienten que andan en las alturas y se marean. Les da vértigo la función pública.
Esa también es causa de su transformación. Siempre andan mareados. La soberbia, arrogancia, pedantería, les brota por los poros. Andan “tan alto”, que no voltean a ver “hacia abajo”, a los ciudadanos comúnes y corrientes. Como dicen, vulgarmente “se sienten tejidos a mano”.
La política les hace cambiar muchas de sus rutinas. Muchos de ellos, frecuentan el “gym”, con el afán de verse “fortachones”. Difícil, casi imposible, para los que tienen una panza cervecera.
El excelente sueldo del cargo, les anima a acudir a las cirugías estéticas, dizque para “embellecerse”. Pregunten y corroborarán, que muchos de ellos, ya se estiraron el pellejo. Logran que desaparezcan las arrugas de la cara, pero parece que les metieron la “máscara” a fuerzas. Se ven estiraditos. Como si los hubiesen planchado.
Los “transformers”, también cambian las relaciones sociales. Antes, iban con sus cuates a la cantina. Ahora, van al “club”, con otros como ellos, con empresarios o políticos de mayor nivel. Las clases sociales, rigen sus vidas.
Los hijos de los políticos, no acuden a las escuelas públicas. Sólo eso faltaba. Los envían a escuelas de paga, a aquellas de renombre, a donde estudian los hijos de los magnates, empresarios, industriales, profesionistas de prestigio. Cual debe ser.
Si antes viajaban en taxi, o en un modesto automóvil, ahora viajan en vehículos grandotes, de preferencia blindados, con chofer y guaruras. Eso, indica que no se trata de un político más, del montón, sino de primer nivel.
¡Ah! Pero vienen los tiempos de campaña y sacan sus viejas y modestas ropas. De nueva cuenta, vuelven a ser amables, sonrientes, carismáticos.
Entonces, vuelven a frecuentar a las viejas amistades, los sitios de los cuales se ausentaron desde varios años atrás. Y también sacan sus frases electoreras : “soy del pueblo y al pueblo me debo”, “con el pueblo todo, sin el pueblo nada”, “vamos a luchar por el empoderamiento ciudadano”, “soy su amigo, su gestor”, “yo los defenderé, si el voto popular me lleva a ocupar el cargo al que aspiro”.
Algo más, también bastante común en los políticos. Como simples ciudadanos, escuchan cualquier opinión. Pareciera que hasta la palabra más elemental de otro ciudadano, para ellos es valiosísima. Cuando llegan al cargo, se les atrofia el sentido auditivo. Ya no escuchan nada, ni aunque se los griten en sus caras.
La mayoría de los políticos, casi sin excepción, son iguales. Pareciera que la condición de “transformers” es genética, o en todo caso la política es un mal social, sumamente contagioso, al grado de que distorsiona los sentidos y por ende la personalidad de quienes se dedican a esa actividad. Son tan semejantes, que parece que los hacen en serie, por eso es relativamente sencillo describirlos.
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