domingo, 23 de enero de 2011

No es lo mismo Kalimba que El JJ

Por Álvaro Cueva
Señor, señora, ¿qué estamos haciendo? Volvámonos delincuentes. En este país te va de la fregada si trabajas como esclavo, si cumples con tus obligaciones, si te portas bien.
En cambio, a los delincuentes les va de maravilla. Viven como dioses, visten como reyes, se acuestan con unas mujeres monumentales y a la hora de los trancazos, les hablan bonito, los tratan con respeto. ¡Guau! ¡Qué envidia!

¿Por qué le digo todo esto? Porque desde que empezó el año estoy con el hígado en la boca por lo que mis ojos han visto en la televisión.

Desde el caso Kalimba hasta la detención del JJ pasando por la llegada de Laura Bozzo a Televisa, las reacciones en Tv Azteca y las declaraciones de nuestros políticos, por mencionarle sólo unos cuantos ejemplos.

La traducción mediática que se está haciendo de nuestra realidad nos está diciendo cosas terribles, nos está hundiendo. Y parece que a nadie le importa.

¿Por qué las asociaciones especializadas no reaccionan? ¿Por qué los anunciantes se quedan con los brazos cruzados? ¿Por qué el público se conforma?

Cualquier ser humano con un mínimo de sensibilidad, después de ver cuatro minutos de noticias, siente que se equivocó de ciudad, que debería vivir en otro país, que debería colaborar con la delincuencia.

Y yo ya no sé si es culpa de la mayoría de los noticiarios importantes, de las televisoras o de la orden de alguien que no sabe nada de comunicación, pero está pasando.

Fíjese usted, por ejemplo, en el contraste entre la historia de Kalimba y la del JJ.

La noticia de los problemas legales de Kalimba llevaba varios días en pantalla y no había pasado nada hasta que Primero noticias convirtió aquello en la cúspide de las prioridades de esta nación.

Y Carlos Loret de Mola no lo entrevistó, lo linchó, lo trató como a la más sucia de las criaturas, se lo sirvió en charola de plata a la prensa carroñera.

Ni hablemos de lo que pasó después, del trato de princesa que le dio a la supuesta víctima de este señor y de que aquello degeneró hasta convertirse en tema de talk shows, de videojuegos y de mil cosas más.

Está claro que Kalimba, que era una estrella del espectáculo, recibió trato de asesino confeso, salió en pantalla chorreado, peludo, temblando. Era la viva imagen de fracaso.

El JJ, en cambio, que sí era un narcotraficante y que, además, estaba involucrado en una de las historias más sanguinarias de los últimos 12 meses, fue tratado como el Papa.

¿Se dio cuenta? Su presentación fue espectacular, las televisoras le hicieron grandiosas retrospectivas de su vida, de sus propiedades y de sus mujeres.

A diferencia de lo que se hacía antes con los detenidos, que eran encuerados y sacados en pantalla en sus peores fachas en un claro acto de degradación, El JJ salió con una playera de diseñador, recién bañado, con su barba y su bigotito bien arreglados, y la cabellera como recién salida de la peluquería.

José Jorge Balderas Garza jamás tuvo frío, jamás tembló y los periodistas que, por una extraña casualidad, tuvieron el privilegio de entrevistarlo en exclusiva, lo trataron con respeto, cuidando las formas sin pensar, en ningún momento, en alterarlo o perjudicarlo.

¿Vio la entrevista de Loret? ¿Vio la de Alatorre? Aquello parecía escena de El silencio de los inocentes. Aunque se diga lo que se diga, El JJ siempre tuvo el control, la oportunidad de que se editaran sus respuestas. Fue grande.

Yo le pregunto: ¿quién es más estrella en este país: un chavo que canta y sale en los reality shows dominicales de Televisa o un señor que vende drogas y está involucrado en la historia de un hombre al que le dieron un balazo en la cabeza?

¿Dónde está la justicia, en los juzgados o en los estudios de televisión? ¿Hubiera pasado lo mismo con Kalimba sin la intervención de Primero noticias? ¿Hubiera pasado lo mismo con El JJ?

¿Quién tiene más poder para liberar o condenar a alguien en México, un juez o un entrevistador? ¿Quién otorga ese poder? ¿Quién lo quita? ¿Existe alguien que lo pueda quitar?

Esta mezcla de intereses políticos, empresariales, rating, temores y rencores en que se ha convertido nuestra televisión, está generando más problemas que soluciones.

Yo, por lo pronto, ya estoy cambiando mi escala de valores. Ahora envidio a los delincuentes. ¿Usted no?

¡Atrévase a opinar!

alvarocueva@milenio.com

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