Por Teresa Gurza
Cuando alguien se equivoca y al darse cuenta corrige, merece alabanzas.
Pero cuando empecinadamente miente; y cuando para peor, pretende que nadie se de cuenta de que sí dijo lo que dice que no dijo, el error crece; y habla de la conducta y personalidad del mentiroso. Pero la situación se torna aún más grave, si quien miente es un Presidente; como ha sucedido con Felipe Calderón, quien públicamente aseguró hace unos días, que él nunca se ha referido como “guerra” a la que desde el inicio de su mandato emprende contra el narco. Lástima que tenga tan poca memoria, porque lo ha hecho muchas veces; y ya el periódico Reforma se encargó de desmentirlo con pelos y señales al publicar ocho de las muchísimas veces que habló de su guerra, usando precisamente esa palabra: “guerra”. Mientras tanto y a pesar del discurso presidencial que a principios de año nos habló del maravilloso y tranquilo país que nos está dejando, millones de mexicanos temen salir a la calle para hacer su vida normal; y no se hable de ir al cine, salir de noche o usar las carreteras. El miedo corre y ha llegado a Canadá y a varios países europeos, cuyas autoridades no se han dejado impresionar por ese México del que presume el Presidente y que tan opuesto es al realmente existente, y emitieron alertas pidiendo a sus nacionales no viajar a ciudades como Monterrey, Tamaulipas y el puerto de Acapulco. Recomendaciones que una vez más pusieron de manifiesto que a los funcionarios de Calderón no les preocupa que los mexicanos vivamos asustados, pero sí que se tenga de ellos una mala imagen internacional. Porque en cuanto se conocieron los llamados para no venir a México, el titular de la Segob y el gobernador de Guerrero mantuvieron una reunión que, dijeron, busca “revertir la ola de violencia en la entidad”. Lástima que no vayan a lograrlo tan fácilmente y que tampoco puedan borrar la idea de que nuestro país es un país violento; un país en donde a cualquiera le puede tocar enfrentamientos de sicarios con militares, marinos o policías; o ser testigo de tiroteos y matanzas entre bandas rivales como las que han costado la vida a civiles inocentes atrapados en medio del fuego cruzado. Nos estamos haciendo fama de ser una nación que no respeta los derechos humanos de la pobre gente que en busca de mejor futuro, tiene que pasar por México para llegar a Estados Unidos; y que sufre en el trayecto maltratos, robos, extorsiones, secuestros y asesinatos. De ser un país de violencia desbordada, con un gobierno al que le cuesta reconocer que la hay; pero que aumenta la importancia de los capos apresados y eleva en varios miles las cifras de los fallecidos; como si entre más maten y se maten, más contentos y satisfechos debiéramos estar. Con un gobierno que se equivoca a cada rato, como lo hizo esta semana al subir a la red fotografías de un dizque buscado, que resultó ser un ingeniero sin nada que ver en el asunto. Y que ni siquiera tiene datos confiables sobre los muertos que ha dejado la “lucha”, como ahora quiere el Presidente que se llame, que se hace desde las alturas contra el crimen organizado. Un país con unos funcionarios que, hay que repetirlo una y mil veces hasta que cambien de comportamiento, tampoco tienen cifras reales sobre los niños asesinados por balas que no les tocaban; o que quedaron huérfanos por las que mataron a sus padres. ¿Y hablando de otra cosa que les parece eso de que panistas de los que antes tanto presumían y predicaban honestidad, acaban de dejar vacías las arcas de su propio partido llevándose hasta el dinero de reserva para pagar el personal?. Si eso hacen con lo suyo, no quiero ni pensar en lo poco que quedará cuando finalmente salgan del gobierno.
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