Cuando alguien se acerca a su cueva Delfino cacarea por eso los demás migrantes vagabundos varados en el canal de Tijuana le llaman Rooster o Gallo.
Rooster de 31 años de edad es originario de Puebla, estado donde dejó a sus hijos y esposa desde 1999, año en que ingresó a Estados Unidos para trabajar en jardines privados en California pero a los pocos años lo deportaron.
Como todos los migrantes lo dejaron en Tijuana en donde no tuvo de otra más que escarbar un hoyo en el lecho del canal de concreto que divide Baja California de San Diego para vivir en este perímetro al igual que otras 2 mil 500 personas.
Rooster invitó a una reportera de la publicación Vice a pasar a su cueva, también conocidas como “ñongos”, en el que vive y se protege mientras espera poder cruzar, algún día cuando ocurra un milagro, la frontera hacia Estados Unidos.
“Empecé (para hacer el ñongo) con una madera luego traje otros pedazos más gruesos, le puse un marco a la puerta y le coloqué una alfombra para que no se vaya la tierra para adentro y mantenerlo limpio, lo más que se pueda”, dice Rooster.
La entrevistadora le pregunta a Delinfo López Vázquez por qué no regresa a Puebla y él contesta que no puede volver con las manos vacías, derrotado. “No quiero regresar como una personas derrotada que se fue con una ilusión y llega con las manos vacías, no quiero regresar a eso”
Pero Gallo, como tantos otros mexicanos que están en el mismo lugar, ya no hace el intento de cruzar la frontera ni tampoco de volver a su lugar de origen, simplemente espera a que algo ocurra y le traiga fortuna.
Sin embargo insiste “hasta que se me canse el caballo voy a dejar de darles guerra a los del otro lado”.
A diario vigila que la policía municipal de Tijuana no le incendie sus pertenencias o no derrumbe su ñoñongo con retroexcavadoras, mientras otros mexicanos en su misma situación se inyectan heroína compartiendo agujas o se vuelven indigentes de la ciudad.
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