Por BEAM
Al observar las escenas de dolor en los funerales de las víctimas del Casino Royale en Monterrey recuerdo cuando hace un par de años vivíamos una situación extremadamente parecida en Tijuana, la cuarta ciudad en importancia del país.
Secuestros, balaceras, decapitados, “levantones”, cobros de “piso” y un éxodo casi masivo de la clase media y alta hacia San Diego fueron algunos de los hechos que hermanan a las dos ciudades norteñas en el terror de la guerra perdida de Calderón.
Sin embargo, la violencia en Monterrey escaló a un nivel que ni siquiera Tijuana con todo y su “leyenda negra” alcanzó. En la ciudad fronteriza no ocurrió un fenómeno como el de los narcobloqueos ni tampoco un ataque de terror como el del Casino Royale, con una cifra masiva de civiles muertos.
Al igual que en Monterrey, en Tijuana se probó la “mano dura”, los operativos, retenes, virtuales toques de queda, miles y miles de efectivos del ejército en las calles. Todo eso fracasó para paliar el problema de inseguridad y está fracasando en la capital de Nuevo León.
Se habla de que si se pierde Monterrey se pierde México. Desgraciadamente, si la experiencia bajacaliforniana nos sirve de algo, el perder una de las ciudades más importantes del país al crimen organizado no cambia gran cosa. En el centro y en el sur del país la gente seguirá levantándose todos los días para ir a trabajar o a la escuela y ya. No pasará nada, me parece, por el componente de egoísmo que desgraciadamente parece prevalecer entre nosotros los mexicanos.
¿Y que fue, se preguntarán los lectores, lo que funcionó en Tijuana? Una tregua y un replanteo de estrategia. Tijuana no será un paraíso, pero al menos bajó perceptiblemente el ambiente de inseguridad, la gente vuelve a salir a las calles durante las noches como lo atestigua la escena de la calle Sexta y los negocios que sobrevivieron vuelven a tener ganancias después de años de pérdidas. Es un inicio.
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