viernes, 17 de diciembre de 2010

¡Feliz Navidad!

Por Teresa Gurza
Excelente pintora y apasionada por la música clásica, le enojaba y preocupaba que los niños pensaran que Beethoven, era un perro; Vivaldi, un restaurante a donde iban a comer los papás los domingos; y Leonardo una tortuga Ninjá.
Que creyeran que rábanos y zanahorias nacían sin hojas, en los estantes de los supermercados; y que la hierbabuena salía de los chicles.



Por eso, hace 24 años decidió abrir un taller de arte donde pequeños de uno a ocho años de edad se divirtieran escuchando conciertos; mirando videos de museos y cuadros de grandes maestros; haciendo teatro o cultivando una pequeña hortaliza; y que pudieran hacer sus propias obras pintando en pequeños atriles o jugando con barro.



Instaló ahí un cuarto de espejos y flores con un letrero “yo soy lo más bello y grande de la Creación”. Lo llamaba el rincón de la autoestima; y a él entraba el niño que necesitaba ser apapachado o echarse porras.



Conciente de que no todos podían pagar por sus cursos, becó a decenas; y visitaba el Hospital Infantil de Morelos, asilos y colonias periféricas de Cuernavaca para entretener a niños menos afortunados.



Y anualmente hacía una exposición de todos los trabajos infantiles, a la que asistían padres que lustros atrás habían sido sus discípulos.



Alegre y vibrante siempre encontraba el lado positivo de las cosas, lo que en ocasiones sacaba de quicio a mis papás porque cuando la castigaban sin salir de su cuarto, luego de escuchar el veredicto preguntaba “¿por cuantas horas?”; tres, le contestaban “ay que bueno así me va a dar tiempo de arreglar mi clóset”.



Su nana Natalia la protegía de todo y de todos; la bajaba a la playa envuelta en toallas para que el sol no la quemara; la escondía cuando la llamaban para enseñarle a nadar o a tirarse clavados; y pasaba horas haciéndole bucles.



“Tiene el pelo tan bonito porque es hija de dos leones”, le decíamos los grandes para molestarla y sólo nos miraba con ojos asombradísimos.



Voluntariosa y decidida, en una ocasión en que su nana no pudo ir con nosotros a Acapulco pasó días sin dejar que nadie la peinara; para acabar con el diario conflicto y evitar que cuando Natalia regresara encontrara la cabeza de su niña llena de visitantes, mi papá la rapó.



Cuando se vio pelona no se amilanó, pidió un diurex y se pegó un moño; fue un primer signo de la determinación que la acompañó toda su existencia.



Siempre buscando nuevos quehaceres, siendo adolescente entró al coro del Convento del Carmen en San Angel; y era chistosísimo verla linda y radiante como era, rodeada de viejitas tapadas con velos y hábitos cafés y cantando con voz de cofrade “María, María, re cuér dame a mí….”



Su vida de adulta no fue fácil; pero pudo superar con entereza y sobre todo con alegría, separaciones matrimoniales y malos tiempos económicos; tras años de sufrimiento asumió sus adicciones en AA, y ayudó a formar nuevos grupos de esta organización en Cuernavaca; y nunca dejó de pintar ni de enseñar.



Su simpatía la hacía el centro de fiestas y reuniones. Y no la perdió ni siquiera ante el diagnóstico que le dieron el miércoles pasado, de que padecía un cáncer avanzado.



Enojada nos dijo al salir de la consulta: “Ah no; eso no se vale; tengo que reclamarle al Patrón, --así le decía a Dios--, porque esto no estaba en nuestro contrato; siempre quedamos en que tendría buena calidad de vida y una muerte rápida”



Entró al quirófano la noche del jueves; la madrugada del viernes sufrió un infarto cerebral masivo y cuando murió la mañana de este lunes, entendimos que el Patrón le había cumplido.



Fue madre amorosa de Jorge y Malenita; gozadora y querendonsísima abuela de Santiago de 6 años y Paulina de 3, quienes seguramente cuando este fin de semana eleven al cielo en globos de gas sus cartitas al Niño Dios y a los Reyes, le mandarán saludos.



Se llamaba Magdalena y era la cuarta de mis siete hermanos. Que descanse en paz.

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