Por Martha Elvira Soto. (Desde Tijuana El Tiempo de Bogotá)
En la superficie, Tijuana es una ciudad tranquila y corriente del norte de México. Sus restaurantes aparecen recomendados en The New York Times y la multinacional Hyundai la acaba de elegir como sede de una planta de fundición de aluminio que exige una inversión superior a los 131 millones de dólares.
Estar literalmente pegada a San Diego (California) y tener mano de obra barata la han hecho atractiva para 560 maquiladoras que elaboran desde juguetes hasta productos químicos, médicos y electrónicos de alta precisión.
Su moderno centro financiero y cultural, sus luces y su gente (acogedora y amable) hacen olvidar por momentos que la ciudad carga el inri de ser una de las más violentas del mundo por cuenta del narcotráfico. La calma que se respira ahora es tal que Hong Kong, El fracaso, La malquerida y El Tropicana, famosos bares de su pesada zona de tolerancia, se pueden recorrer durante la noche sin problema, incluso con indiscretos turistas tomando fotos y con corridos mexicanos a todo volumen.
El terror de los carteles
De hecho, los 190 muertos que van este año en Tijuana, uno de los mayores cruces migratorios del mundo, son un buen récord para sus autoridades si se comparan con los más de 800 descuartizados y decapitados que alcanzó en el 2008 y que repitió en el 2010. Grupos de hasta nueve cabezas eran encontrados en basureros, calles y en motores de camionetas pick up, con mensajes del cartel de Sinaloa, la organización del narcotráfico más poderosa del mundo, de acuerdo con la DEA (Administración de Lucha contra las Drogas) de EE.UU.
Estos mensajes notificaban a las autoridades y a la ciudad su llegada a Baja California para quitarles el mercado a los capos locales: los Arellano Félix, jefes del mermado pero legendario y aún vivo cartel de Tijuana.
“Esto les pasa a los que anden con los Arellano”, decía el papel adherido a una cabeza que se encontró, en enero del 2011, colgada en un puente. “Por pasarle información a Aquiles”, se leía en otras dos testas irreconocibles que cortaron hombres de Joaquín el ‘Chapo’ Guzmán, líder del cartel de Sinaloa y socio de la mafia colombiana.
El gobierno saliente de Felipe Calderón atribuye el respiro que se vive hoy en la ciudad a la decisión de regar 50 000 militares por todo México para enfrentar a la mafia. Además, a los decomisos de coca y a la extradición a EE.UU. de más de 500 narcos en menos de cinco años, al calcar y superar el modelo colombiano.
Pero allá, como sucede acá, también hay una versión no oficial sobre lo que está pasando en la Tijuana subterránea, la cuarta ciudad mexicana en importancia, que cuenta con más de millón y medio de habitantes.
El antropólogo Víctor Clark Alfaro, director del Centro Binacional de Derechos Humanos en Tijuana, y el periodista de tijuanapress.com Vicente Calderón, le aseguraron a El Tiempo que esa especie de paz artificial se debe a una tregua negociada entre los tres grandes carteles del narcotráfico que hoy operan en la ciudad: el de Sinaloa, el de Tijuana y la ‘Familia Michoacana’.
Burla al Tío Sam
“La violencia ha disminuido solo en la zona más próspera de la ciudad porque el cartel de Tijuana terminó cediéndole territorio al de Sinaloa, su enemigo histórico, que hoy tiene la supremacía del negocio”, explica Víctor Clark Alfaro, mientras camina por la bulliciosa avenida Revolución, famosa por divertir durante décadas en sus casinos y burdeles a artistas, políticos y soldados estadounidenses.
Calderón coincide con Alfaro en que la ‘Familia Michoacana’ es la dueña del jugoso negocio de la metanfetamina (droga sintética más adictiva que la coca), y en que paga al cartel de Sinaloa por usar sus exclusivas rutas bajo tierra.
Pero otra razón para esta aparente calma es que el negocio se mueve bajo tierra. La mafia está abriendo túneles para llegar a California, con los que burlan los tres muros que EE.UU. levantó en la frontera desde 1994, los aviones inteligentes que la patrullan y los sensores de movimiento y cámaras infrarrojas instaladas en decenas de torres para frenar a inmigrantes y cargamentos ilegales.
“Por estos túneles pasan la droga y a la vuelta traen armas y dinero”, asegura Calderón, quien le sigue la pista al fenómeno. Curiosamente, estos no se usan para pasar indocumentados, porque el desempleo en EE.UU. tiene quebrados a los llamados ‘coyotes’, que cobraban hasta 10 000 dólares por cruzar ilegales.
El 13 de julio, el Ejército mexicano encontró dos nuevos socavones, y ya van más de 70 detectados desde el 2008.
La inmersión en los túneles
El Tiempo visitó tres de estos, ya sellados, que estaban camuflados en un vivero, en una planta de reciclaje y en una casa a unas cuadras de un puesto de control policial. Las bocas de los túneles son escondidas en baños y en pisos falsos que cuando se abren les dan paso a sofisticados ascensores o a carros con rieles para recorrer hasta un kilómetro por pasillos con ventilación e iluminación.
“En uno de ellos había un altar en donde los narcos tenían iluminados santos para que les permitieran llegar al otro lado. Por ahora, los únicos capturados son obreros que han trabajado en su construcción”, señala Calderón.
La convivencia “pacífica” que han logrado estos tres sangrientos carteles también se explica, según Alfaro, por el hecho de que la nueva generación de delincuentes de su país optó por un enfoque más ‘empresarial’, que busca que el negocio se mantenga intacto.
Eso incluye “articularse” con autoridades, políticos y empresarios, tal como lo hicieron los paramilitares en Colombia, siguiendo el modelo del cartel de Cali.
Pero en la zona este de la ciudad, donde viven cientos de familias de clase popular, la violencia continúa. Y las amenazas a la prensa tampoco han cedido. La más reciente fue en febrero y recayó sobre Adela Navarro, la coeditora del semanario Zeta de Tijuana, al que la mafia ya le ha matado varios periodistas.
Por eso, nadie sabe hasta cuándo irá la tregua. Lo que sí es casi seguro es que, si revienta de nuevo una guerra abierta, las metanfetaminas serán el detonante.
Según un informe de la DEA revelado hace más de una semana, los réditos que deja su comercialización en Tijuana y en todo México superan los de la coca, y el cartel de Sinaloa busca monopolizar el suculento negocio.
“Sabemos que estamos sentados en un volcán”, puntualiza Alfaro. Y ese volcán que hierve en Tijuana también es social. El número de adictos a la metanfetamina supera los 60 000, entre ellos muchos de los 105 000 deportados que llegan cada año de EE.UU. (de nacionalidades tan diversas como somalíes y etíopes), algunos de los cuales se asientan en esta ciudad de dos caras.
Metanfetamina: el nuevo veneno
La metanfetamina es un alucinógeno hecho a partir de químicos que se encuentran en medicamentos de venta libre. Eso explicaría por qué en la zona de tolerancia de Tijuana abundan las farmacias. Esta droga se produce en forma de cristal, que se disuelve en la lengua o se inyecta.
La DEA dice que es la de mayor consumo en EE.UU. y que el 80% se produce en laboratorios ilegales mexicanos. El valor de una tonelada puede triplicar el de la misma cantidad de cocaína. En febrero cayó el alijo más grande en México: 15 toneladas, tasadas en 5 000 millones de dólares.
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