Por motivos de trabajo residí en la ciudad de Tijuana durante los tres peores años de violencia en la historia de México: 2008, 2009 y 2010.
Durante esos años de auténtica guerra, el encontrar colgados, descabezados, mutilados y ejecutados a la vuelta de la esquina no era común. En una ocasión miembros de mi familia estuvieron a literalmente a segundos de quedar en el fuego cruzado de una balacera, en otra un par de descabezados aparecieron cerca de unas instalaciones deportivas ubicadas a unas cuantas cuadras de mi hogar, en otro caso el hijo del propietario de un restaurante ubicado a metros del lugar donde vivía fue secuestrado y ejecutado a los pocos días.
Fui testigo de cómo la vida nocturna de Tijuana, otrora famosa internacionalmente y todo un atractivo turístico, fue extinguiéndose hasta casi desaparecer, de cómo las plazas y centros comerciales se iban vaciando hasta quedar con uno o dos locales abiertos y de cómo la colonia en donde vivía se iba vaciando conforme la gente que residía ahí, profesionistas de clase media, iban huyendo a San Diego en busca de seguridad.
No era extraño escuchar, cuando estaba a punto de ir a dormir, balaceras en donde los rifles de alto poder despertaban a todos los vecinos de los alrededores con su traqueteo, las respuestas con tiros de arma corta, los sonidos de los vehículos quemando sus llantas, extraviándose en la oscuridad de la madrugada.
Y sin embargo, a pesar de todo, Tijuana, una de las ciudades más importantes de México, la frontera más transitada de nuestro país y del mundo, no murió.
Es por eso que leer declaraciones que afirman que “si se pierde Monterrey se pierde México” me parecen ofensivas para los habitantes de Juárez, de Reynosa, de Tijuana, de Morelia, de Guadalajara y de tantas otras ciudades y estados golpeados por la violencia derivada de la estúpida y fallida guerra contra el narco de Felipe Calderón. Si se pierde México, se perderá en su totalidad, y pretender que una de sus ciudades tiene preponderancia sobre las otras es una ofensa para las decenas miles de personas caídas en el genocidio calderonista.
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