Por Hugo Isaac Rea Torres
TIJUANA.- La de Fidel Juárez Ladino pudiera ser una historia más del vía crucis de los compatriotas deportados, pero no; los policías municipales de Tijuana se encargaron de que fuera diferente.
Al igual que muchos como él, la situación económica lo obligó a dejar atrás su pueblo natal: El Capulín, Puebla, en donde dejó a su octogenaria madre Reberiana, quien socavada en sus facultades físicas mantiene la esperanza de que Fidel pueda enviarle algo de dinero para continuar con la monotonía de su vida, pero con menos carencias que las que tiene ahora. Grande será su sorpresa cuando lo reciba de regreso.
Fidel, de 42 años de edad, llegó a Tijuana a fines de febrero pasado con el propósito de cruzar la línea para conseguir trabajo, cosa que obtuvo por sus propios medios, sin caer en manos de los traficantes de humanos. Logró trabajar en la construcción en tierra gringa.
Pero, mala fue su suerte cuando agentes de la “migra” lo encontraron en San Isidro y lo detuvieron para regresarlo a dos escasos meses de haber conseguido el llamado sueño americano.
Al llegar aquí, por azares del destino deambuló por la colonia Cañada Verde, en donde un samaritano vecino, de nombre Porfirio, le tendió la mano al verlo con hambre y sed.
No pasaron ni 15 días cuando, para la mala fortuna de Fidel, se topó con agentes de la policía municipal que iban en una patrulla de la cual desconoce número y características porque los uniformados no le dieron oportunidad de nada.
Se le abalanzaron y diciéndole sólo: “eres un delincuente”, lo tundieron a golpes y le sacaron del bolsillo de su pantalón todo lo de valor que tenía: no era más que un papel en el que conservaba escritos los números telefónicos de sus parientes en su tierra de origen.
Al no tener con él cosas de valía, los policías lo abandonaron en el lugar que lo encontraron y lo dejaron con una herida de dos centímetros de longitud en la parte inferior del ojo izquierdo que tiende a infectársele por falta de atención médica. Esa lesión le impide la visibilidad completa del órgano.
En esas condiciones, y al ver frustradas sus intenciones de internarse de nueva cuenta en Estados Unidos, vecinos de dicho asentamiento humano llevaron a Fidel con la líder del mismo, de nombre Margarita, quien les indicó que lo condujeran a palacio municipal para que obtuviera ayuda para retornar a Puebla.
Fue la regidora Claudia Ramos Hernández quien se encargó de que la víctima de los policías municipales pudiera llegar cuando menos al Distrito Federal.
“Ya de allí me puedo ir hasta de raite a mi pueblo”, dijo Fidel con lágrimas en los ojos.
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