Por Teresa Gurza
POLPAICO, CHILE.- La atención del público ha estado pendiente durante las últimas semanas de los 33 mineros atrapados, rescatados, premiados, viajados y regalados.
Pero mientras tanto, la justicia chilena ha seguido el juicio contra María del Pilar Pérez, una arquitecta de 57 años, avara, egoísta y temida, por todos los de su alrededor.
Está acusada de varios asesinatos; y sin excepción, todos los declarantes: madre, hijos, maridos, exparejas y hermanos, la han tachado de mandar matar a sus víctimas con inmisericorde precisión.
Había tenido suerte; pero, llegó el momento en que algo falló y pudo ser descubierta.
En nueve años que tengo viviendo en Chile, ha habido descuartizados, quemados vivos, mujeres asesinadas por sus parejas, bebés golpeados hasta la muerte por sus padres, un sacerdote apuñalado mientras decía Misa, una chiquita a la que su papá aventó al vacío desde un séptimo piso para vengarse de la madre; etcétera.
Y como siempre sucede cada vez que uno de esos hechos ocurría, diarios y noticieros destinaban páginas y páginas y horas y más horas, a relatar lo acontecido a gente como hipnotizada con cada nuevo detalle que se iba revelando.
Con el paso de los días, la curiosidad iba disolviéndose; y así, hasta la llegada de otro crimen y una nueva morbosidad pública.
La de ahora, sucedió en realidad hace dos años; cuando la arquitecta encargó a un sicario que matara a su familia completa.
Pero al hombre se le salieron las cosas de las manos, y asesinó en cambio a un muchacho de 25 años, novio de una sobrina de la acusada.
Como fue en la calle, en los primeros minutos se pensó en un asalto.
Pero las habladurías de vecinos y la eficacia de la policía chilena, pronto descubrieron que el culpable era un asesino a sueldo contratado por la arquitecta.
Su entonces pareja y varios testigos comentaron que la mujer vio todo desde su balcón; y que cuando una ambulancia se llevó al joven, entró a desayunar como si nada.
Y cuando cuarenta y ocho horas después supo que el sicario estaba preso y confeso; y que la policía seguía sus pasos, tomó pastillas para suicidarse.
Despertó a los cuatro días en una clínica; esposada de pies y manos, con agentes cuidando que nadie se le acercara y acusada de la autoría intelectual del homicidio del joven y de asesinato frustrado contra su cuñado.
Entonces empezaron a aparecer otros crímenes; y fue formalizada por el de su exmarido y padre de sus dos hijos; un hombre que tras 20 años de matrimonio, la abandonó para irse a vivir con su pareja homosexual, que también murió con balazos en la nuca.
Quiso también asesinar a su segundo marido; pero al matón a última hora le dieron remordimientos y lo alertó; por lo que aterrado huyó a Canadá donde vive y de donde llegó a testificar contra su exmujer disfrazado con narices falsas, anteojos y peluca.
Una de las declaraciones más contundentes y que revivió el tema y el interés de la prensa, es la que hizo esta semana otro sicario que aseguró le ofreció el equivalente a 10 mil dólares por asesinar a un hombre; dijo que no aceptó “porque fue muy poca la plata ofrecida”.
Desde que se conocieron sus crímenes la prensa empezó a llamarla la Quintrala; porque su historia recuerda la de Catalina de los Ríos, otra malvada chilena que vivió odiando a su familia entre 1604 y 1665; y a los 18 años envenenó a su mismo padre.
Catalina era analfabeta y aristócrata; y la apodaban la Quintrala, porque su pelo tenía el mismo tono rojo que los frutos del árbol quintral; y murió a los 54 años, tras ordenar que su fortuna se dedicara a decir 22 mil misas y responsos por el descanso de su alma y las de sus victimas.
Pilar, la actual Quintrala, no podrá dejar a nadie el dinero por el que tanto ha matado y que le puede ser decomisado, para impedir que en la cárcel pueda contratar otros mercenarios.
Y ha seguido impávida el juicio que está por terminar; y por el que puede enfrentar una pena de 183 años.
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