Por Teresa Gurza
POLPAICO, CHILE.- Como consecuencia de sus 67 días a 700 metros bajo tierra; y del impecable, impresionante y perfecto rescate que en el curso de 48 horas los depositó uno por uno en la superficie de la Mina San José del Desierto de Atacama, los 33 mineros atrapados por un derrumbe el 5 de agosto pasado, transitaron del anonimato a la celebridad.
De cómo manejen su vida a partir de que la cápsula Fénix II los llevara a sus familias, dependerá su estabilidad emocional.
Porque sus condiciones no serán para nada las mismas de antes de su rescate, llamado San Lorenzo por ser éste el patrón de los mineros, donde lo característico fue las privaciones económicas y el trabajo duro.
Los primeros días no tendrán problema, porque seguirán bajo controles médicos y sicológicos y el resguardo del gobierno chileno; que ya dentro del refugio los había provisto de medicamentos, dieta adecuada, ejercicios, distractores y trabajo organizado.
Porque no se crea que durante la reclusión estuvieron de ociosos, claro que no; tuvieron que hacer turnos para remover 22 toneladas diarias de escombros que caían al refugio a consecuencia de las labores de perforación necesarias para el rescate.
Las buenas condiciones mostradas cuando recién salidos de las profundidades los pudimos ver por televisión, indican que todo eso fue muy positivo; porque lucían en muy buen estado de salud.
Para el éxito de esta operación, que terminó en menor tiempo del proyectado, el gobierno chileno tomó todo en cuenta.
Le destinó tecnología de punta; cada uno de los atrapados fue esperado a la salida de la cápsula por el presidente Piñera; o por el incansable ministro Laurence Golborne, a cargo del rescate.
Tuvo también la prudencia de no interferir en los sentimientos al permitir a los mineros elegir, quienes serían las primeras personas a las que querían ver al salir de la profundidad.
Y la delicadeza de proteger su intimidad durante las primeras horas; instalando con este objetivo controles y áreas exclusivas para ellos.
Pero hubo periodistas que no actuaron con la misma decencia; y en el precario campamento La Esperanza, instalado en las afueras de la boca de la mina por las familias que empezaron a reunirse a las pocas horas del derrumbe, hubo quejas de lo que algunos consideraron intromisión de la prensa en su privacidad.
Y tienen razón a juzgar por algunos de los detalles que ví en los canales chilenos; cuya ininterrumpida y a ratos insulsa cobertura, contrastó con la de CNN en español.
En busca de la noticia y de alguna exclusiva que ganar a los más de dos mil representantes de la TV mundial que cubrían el evento para una audiencia que superó los mil millones de espectadores, entrevistadores y reporteros locales se metían donde podían.
Y más que información o datos interesantes, dejaban caer sobre niños y adultos emocionados, preocupados o llorosos, preguntas machaconas para generar llantos y angustia que subiera el rating; y poniendo en boca de niñas angustiadas, palabras sobre lo que dirían a sus padres o abuelos cuando los volvieran a ver.
“¿Qué le vas a decir al tata, que lo amas y lo quieres, no es cierto?
Sí, respondía la niña, mientras la entrevistadora se jactaba del “angelical carácter y la arrolladora personalidad” de la pequeña que había descubierto.
Un periodista del canal 13 llegó al extremo, de colocar en el gorrito de un de ellas un pegote con el logotipo de la estación; para que apareciera en pantalla, mientras era entrevistada.
Fue también de gran impacto mediático, el que por lo menos uno de los atrapados Yonni Vargas de 52 años y que ejerció como improvisado médico al interior del refugio, hubiera elegido a su amante Susana Valenzuela en lugar de a la esposa que tuvo durante 28 años, como la primera persona a la que quería ver recién salido de la Fénix II.
El rescate tuvo de todo; fue preciso y precioso; conmovedor, generoso y honesto, porque se quiso mostrar todo lo que ocurría; y porque la señal se dejó en el aire para que la bajara gratuitamente, quien así lo quisiera.
Y porque en muchas escuelas, fábricas y plazas se pusieron pantallas gigantes, generando en los televidentes orgullo de ser chilenos.
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