Por J. Antonio Aspiros V.
Dentro de dos años, por estas fechas los mexicanos estaremos celebrando el primer centenario del inicio de la etapa maderista de la Revolución que, por si ya lo olvidamos, comenzó oficialmente el 20 de noviembre de 1910, y de hecho la víspera con el episodio de los hermanos Serdán en Puebla..
En un sentido amplio, esa etapa duró desde 1908 cuando Francisco Ignacio Madero escribió su libro 'La sucesión presidencial en 1910', hasta que fue asesinado por órdenes de Victoriano Huerta en 1913. Sin embargo, ya en 1903 había fundado el Club Democrático 'Benito Juárez' para actuar políticamente en su natal Coahuila.
Luego vinieron otras etapas de aquella Revolución: Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, las luchas de Francisco Villa y Emiliano Zapata, hasta llegar a la idea genial de Plutarco Elías Calles, de reunir en un partido político -y pacificarlos- a todos los grupos que habían tomado las armas en busca del poder y en nombre de esa Revolución.
Ese, que nació como Partido Nacional Revolucionario y es el PRI actual, ofreció al país a uno de los dos mejores presidentes que ha tenido México, el general Lázaro Cárdenas del Río, durante cuyo mandato fue creado el Partido Acción Nacional con principios radicalmente distintos a los del cardenismo.
La etapa de la Revolución, con todos sus aciertos y su obra, pero también con su legado de corrupción, impunidad y cinismo, no terminó con la derrota del PRI en el año 2000 -cuando emergió del PAN uno de los peores presidentes mexicanos, Vicente Fox-, sino cuando los programas nacionalistas "se agotaron" y llegaron al poder, desde el mismo partido creado por los revolucionarios, los gobiernos tecnócratas, neoliberales o globalizadores.
Recordemos que José López Portillo, a quien sucedió Miguel de la Madrid -el primer tecnócrata- llegó a advertir que él era "el último presidente de la Revolución".
Francisco I. Madero se había lanzado a la lucha política contra el dilatado régimen de Porfirio Díaz Mori, con la idea de que el poder absoluto corrompe a quienes lo ejercen y a quienes lo padecen (lo vimos también con el PRI), y por eso había que democratizar la vida política nacional.
Inicialmente buscó la vía electoral y por eso se postuló a las elecciones de 1910 (su libro tenía como propósito central crear el Partido Nacional Democrático), pero las circunstancias lo llevaron a optar a través del Plan de San Luis por la fuerza de las armas, con las que triunfó tan pronto como 1911, apenas un poco después de iniciada la rebelión.
Y fue tan rápida la victoria, porque el mismo Porfirio Díaz renunció al cargo presidencial para, dijo, evitar más muertes de mexicanos. Aunque, antes, negoció quién sería su sucesor: el porfirista Francisco León de la Barra, y no el revolucionario Madero, quien llegó al poder sólo mediante la elección de 1911.
A 98 años de distancia y con un cuarto de siglo de gobiernos para los que la Revolución dejó de tener un significado, los móviles de aquel movimiento social no han desaparecido. Porque éstos no fueron sólo la democratización buscada por Madero, sino también combatir la desigualdad, la injusticia, la expoliación y la pobreza.
Los actos oficiales para celebrar el centenario de la Revolución Mexicana no reflejarán esa realidad. Habrá tal vez desfiles e inauguraciones como cuando Porfirio Díaz celebró el centenario de la Independencia, pero en realidad todo es incierto tras la renuncia de sucesivos encargados del comité organizador de ese festejo.
Lo que no figura en las expectativas, es que a alguien se le ocurra pedir que con el pretexto de la reconciliación sean repatriados en 2010 los restos del general Díaz. La idea, si logra consenso, debe dejarse para 2015, en el centenario luctuoso del Héroe del 2 de Abril. ¿Qué iremos a celebrar, y cómo, el 20 de noviembre de 2010?
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