miércoles, 2 de septiembre de 2020

El cerebro y el odio

Por Teresa Gurza.
En México llevamos dos décadas crispados por situaciones de corrupción, desigualdad, inseguridad y pobreza, que han ido alterando el humor de todos.

Y en estos meses del Covid-19, las redes sociales y la 4T, han sido propicias para aumentar el odio.


Para muchas familias es difícil no sentirlo, porque a la par que pandemia y muertos, cunde el desempleo, la tristeza, la frustración y la desigualdad; patente entre mil cosas más, en que el trato a los enfermos de coronavirus, no es parejo.

Según datos de Rodrigo Vera en la revista Proceso, hay cuatro veces más muertos entre contagiados de Covid-19 en hospitales públicos, que en los privados; lo que indica, pésima atención a los que no tienen para pagar.

Y agárrense, porque este martes en su Segundo Informe el presidente insistió con que vamos muy bien y no hará cambios.

No coincide con él su secretario de Hacienda, Arturo Herrera, que declaró que estamos viviendo la peor crisis en cien años y anunció más recortes a la economía pidiendo, “la comprensión y solidaridad de todos”.

Tampoco el Centro de Ciencias de la Complejidad de la UNAM, que alerta: “decir que la pandemia se está controlando, que la curva se está aplanando, o que ya pasamos lo peor, es mentira y una irresponsabilidad mayúscula”.

Ni la iniciativa privada que afirmó, “tenemos el peor gobierno en el peor momento; los ahorros por austeridad, han desmantelado las instituciones.”

Añádale a ese cuadro desolador, personajes que parecen creados para atizar odios; como Trump que está amenazando que, si pierde, Estados Unidos caerá en el caos y seguramente se desquitará con los mexicanos.

Y nuestro mero mero, que antes de las pasadas elecciones gritó que si no era presidente se soltarían los leones; y ahora promueve el odio colectivo, contra los expresidentes Salinas, Fox, Calderón y Peña Nieto.

Por supuesto merecen prisión, por saquear al país; pero no es esa, la forma legal de enjuiciarlos y menos, en manojo.

Ante tanto odio circulando, me pareció necesario conocer la opinión de especialistas; y estaba pensando cómo hacerle, cuando me llegó un artículo de Eduardo Calixto, Médico Cirujano con Maestría y Doctorado en Neurociencias por la UNAM y Doctorado en Fisiología Cerebral, por la Universidad de Pittsburgh.

Calixto explica, que no todos sentimos odio en la misma medida y que son “las personalidades reaccionarias, sin filtros, maquiavélicas, amenazadoras, mentirosas,” quienes más lo sienten y generan.

Que como el odio está muy vinculado a las acciones cerebrales, los que más odian tienen más grande la amígdala derecha; que es la que se relaciona con el miedo y mientras más miedo sienten, son mayores sus amenazas y desaprobaciones.

Y los que reclaman “todo o nada” –como algunos que conocemos- tienen disminuido el volumen del giro del cíngulo cerebral, por lo que sus decisiones y opciones “se reducen a odiar por odiar, a cambio de… nada.”

Como estos sujetos, sigue el doctor Calixto, suelen perseguir objetivos sin alternativas, en el proceso generan ambientes de odio; lo que implica para sus cerebros, gran actividad del estriado dorsal “que solo la venganza es capaz de calmar.”

Añade que el odio, que está detrás de conductas violentas, intolerantes y hostiles, se amplifica en Internet y redes sociales; que favorecen la comunicación, pero también la aparición de odio entre grupos.

Y asegura que “los generadores de odio en las redes, están organizados; se conectan, se hacen resistentes, y su principal objetivo, es detonar emociones negativas.”

Está comprobado que el odio se contagia, se proyecta y es fácil de activar, pero complicado de controlar; y que los que odian, se vuelven manipulables porque cambia su forma de racionalizar.

Y no es que generen odio y se queden tan campantes, sino que sus cerebros se afectan de tal forma, que al observar en resonancias magnéticas las imágenes cerebrales de individuos que dicen odiar, se nota la activación de las estructuras cerebrales ínsula y putamen.

Estos cambios cerebrales ocasionan, que vayan perdiendo los frenos sociales y se reflejan en sus organismos, porque se les alteran los niveles de serotonina, la sudoración, la actividad cardiaca y la respiración.

Y si la serotonina disminuye mucho, su cerebro se torna antisocial y poco solidario.

El doctor Calixto concluye advirtiendo, que en muchos países la pandemia y sus secuelas, “han provocado que las semillas del odio y la división que generan sus gobernantes, constituyan amenazas a la democracia y para los periodistas.”

Pienso que en México ya lo estamos viviendo.

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