Por Gilberto Lavenant
Ocurren en la oficina, en la calle, en el taxi, en los torneos deportivos y en muchos otros lugares y eventos. Apenas surje el tema político y alguien por ahí manifiesta sus preferencias electorales, no falta que salga alguien y se pronuncie en sentido contrario.
Entonces, se desata la polémica.
Las principales polémicas, de corte político, se dan en las redes sociales. Lamentablemente, la intolerancia se ha puesto de manifiesto, en todas partes. Se recomienda discresión, pues si se expresan con libertad, y se encuentran en territorio ajeno, corren el riesgo de ser linchados. Como el hecho de ser fanático del América y sentarse junto a la porra de “los chivas” en un clásico, ni para qué contarles las consecuencias.
Se dice que la polémica es algo que provoca controversias y despierta pasiones encontradas. El concepto, tiene su origen en la lengua griega, está vinculado a los ardides que se utilizan para defender u ofender una postura.
Se definie a la polémica como la práctica de los contendientes que intentan refutar o avalar una determinada posición. Cuando una persona hace un planteo que encuentra una respuesta contraria, se produce la polémica.
Se le vincula a la retórica, la capacidad de otorgar al lenguaje la eficacia necesaria para persuadir o conmover. La polémica supone que el discurso o la acción, lograron despertar una pasión o sentimiento, ya sea favorable o negativo.
Se advierte que para que exista polémica, tiene que haber un tema que apasione a la gente y que lleve a los sujetos a defender una posición. La política es de las esferas habituales a la generación de polémica, ya que allí se involucra, básicamente, la ideología de las personas, pero también los intereses económicos.
También la religión es campo fértil para las polémicas. Las acciones o manifestaciones que resultan contrarias a una creencia religiosa, provocan el enojo y la indignación de los fieles, desatándose la polémica. Las consecuencias de una polémica son impredecibles. El alcance de la gravedad de las mismas, es en relación con el número y el fanatismo de quienes participan en la misma.
Lo que está de moda, por llamarle de alguna forma, en estos momentos, son las polémicas relativas al proceso electoral presidencial y sus resultados. Si alguien celebra el presunto triunfo de Peña Nieto, los fanáticos del candidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador, lo tachan de antidemocrático, de afin a los gobiernos corruptos, impositivos, arbitrarios.
Por el contrario, si alguien se dice lopezobradorsista, en un grupo de priístas, el rechazo no es de esperarse, surgen los abucheos y solicitan su expulsión del evento o reunión. Algo similar ocurre en el caso de panistas en terreno partidista ajeno. El fanatismo político, se ha exacerbado, extralimitado, al grado de que ha polarizado a la sociedad.
El fanatismo político, lo ejercen o practican quienes, supuestamente, están convencidos de los ideales o propuestas de determinado personaje. Se supone que creen en la viabilidad de sus propuestas, que creen en la sinceridad de sus manifestaciones. Que simpatizan con sus ideales.
Pero también hay quienes ejercen un aparente fanatismo, que en realidad son actitudes oportunistas o convenencieras. Este lo practican o ejercen, quienes buscan o pretendan que su candidato sea el triunfador, porque les conviene, ya que les garantiza situaciones de privilegio y quizás chamba.
En otros casos, lo practican quienes se niegan a perder la chamba que ostentan, ellos o sus padres, sabedores de que si con la derrota política del personaje que promueven, se quedan sin empleo, se acaba las canongías y con ello los autos de lujo, las escuelas privadas de primer nivel. Esto, asusta a cualquiera que se ha acostumbrado a vivir como ricos, sin serlo.
Otra clase se generan, cuando alguien –el columnista, por ejemplo- se atreve a señalar que están equivocados los jóvenes del llamado movimiento #YoSoy132, pues se manifiestan antipriísta, argumentando que representa el regreso de gobiernos arbitrarios, sin hacer alusión alguna a los gobiernos panistas, de inmediato surjen las descalificaciones.
Hay quienes acusan de antidemocráticos a quienes lleguen a poner en tela de duda la honestidad de dicho movimiento juvenil, a quienes incluso llegan al grado de calificarlos de héroes, de propulsores de la democracia, sin importarles que sus manifestaciones las realicen principalmente a base de pancartas, lonas y gritos, repletos de groserías y descalificaciones. Definitivamente, algo anda mal.
No se puede construir a base de insultos y gritoneo sin ton ni son. No puede cambiarse el rumbo del país, luego de comicios tranquilos. Si hubo irregularidades, que presenten las pruebas de ello. Que luego del veredicto final, que todo vuelva a la calma, que todos regresen a sus actividades cotidianas.
Sobre todo, que acaben las polémicas. Prácticamente ya acabó el proceso electoral. Ya contendieron los candidatos de los diversos partidos políticos y cada quien hizo sus propuestas, sus proclamas. Seguir insistiendo en el fraude electoral, es descalificar y también llamar fraudulentos a los millones de mexicanos que emitieron sus votos.
El fanatismo, es un activismo enfermizo que hace perder la razón y conduce a realizar actos que pueden representar un peligro, en la medida en que de la agresión verbal se pase a la agresión física. México está reclamando que acabe la violencia, la que genera inseguridad, temor, la pérdida de vidas humanas. Las polémicas, en este caso las de carácter político, mezcladas con fanatismo, pueden desatar la violencia en cualquier momento.
gil_lavenants@hotmail.com
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