viernes, 20 de julio de 2012

Palco de Prensa: La fatalidad sorpresiva

Por Gilberto Lavenant
Ayer, poco después del mediodía, falleció el diputado local y transportista, Gregorio Barreto Luna. Un infarto, dicen, le quitó la vida.
No fue la primera vez, pero ésta fue la definitiva. Personaje controvertido de la política bajacaliforniana. Logró salvar la vida después de un secuestro. Los criminales le amputaron dedos de la mano, para obligarlo a ceder a sus presiones. Despues de ese penoso episodio en su vida, decidió contender por la diputación local, enarbolando la bandera de exigir la máxima penalidad para los secuestradores. Ya en funciones de legislador, tuvo por ahí un tropiezo en su salud, casi similar al que ahora acabó con su existencia. Su actividad básica lo fue el transporte público. Eso le permitió involucrarse en la política. Durante la administración municipal del Ing. Jorge Hank Rhon, fue delegado Municipal de La Presa. Su desempeño en el servicio público le llevó a arraigarse en la zona éste de Tijuana. Desde la legislatura local estaba impulsando el proyecto para convertir esa zona en un nuevo municipio, obviamente con la intención de ser Alcalde de la misma. De las tareas legislativas, se recuerda que impulsó la Ley de Zonas Metropolitanas y recientemente la exigencia de mayor superficie de construcción en casas de interés social. El día de ayer, una afección cardiaca terminó con su vida y por ende con sus proyectos sociales y políticos. La fatalidad sorprende a los individuos y les despoja de todos los bienes materiales y de todas las expectativas. Es el camino que todo ser humano ha de recorrer. Nacer y morir. Y aunque el día final es inevitable, todos suponen vivir una eternidad. La muerte, generalmente es sorpresiva y ni tiempo dá para arrepentimientos. Si cada uno de nosotros nos preparásemos para morir, para hacernos a la idea de que falleceremos en el momento menos pensado, todo sería más sencillo, tanto para el que muere, como para sus seres queridos, tanto familiares como amistades. Si siempre tuviésemos presente, que cuando llegue el día final, más pronto, o más tarde, las riquezas o bienes materiales no podrán acompañarnos. Los seres humanos seríamos más reflexivos, más sensibles, más conscientes de nuestra realidad. Más generosos, más nobles. Pero siempre estamos pensando en amasar fortunas. En acumular riquezas materiales. En soñar con disfrutar todo tipo de comodidades. Sin importar que para ello lesionemos o agredamos a terceros, incluso familiares o amigos. Desgraciadamente, cuando la fatalidad nos sorprende, casi nunca estamos listos para la partida. No sólo anímicamente, lo que pocos han de lograrlo, sino también en el aspecto legal, en cuanto a organización y operatividad o destino de nuestros bienes. Pocos se atreven a hacer su testamento, para el caso de su muerte, porque consideran que están lo suficientemente sanos, para ponerse a pensar en eso. Algunos piensan que es de mala suerte el sólo hablar de ese tema. Y cuando la fatalidad nos sorprende, generalmente los individuos fallecen intestados y sus seres queridos, sin guía moral, tienen que enfrentar engorrosos trámites jurídicos para acreditar sus derechos sucesorios. De pronto aparecen los gestores oficiosos, que como aves carroñeras, abusan de la ignorancia y desperación de los familiares del occiso. En algunos casos, familias unidas, fallecido el jefe, se desintegran, lamentablemente, en la rebatinga por patrimonios modestos. Y lo que tantos esfuerzos costó construir, en manos inexpertas y mentes inmaduras, se dilapida en poco tiempo, hasta quedar en la miseria. Así es de ingrata la vida, en muchos casos. Los patrimonios familiares no son como los enormes edificios, que difícilmente algún día serán derrumbados. Ha ocurrido muchas veces que los grandes capitales, las empresas de abolengo, fallecido el creador de las mismas, en poco tiempo se convierten en simples escombros. Otro aspecto que también sucumbe, ante la fatalidad sorpresiva, lo es la fama pública. Por excelente que haya sido la trayectoria del fallecido, al poco tiempo se convierte en solamente un recuerdo, en una referencia. Hasta que llega el olvido. Ni la sombra queda. Si es cierto, en los primeros instantes de la noticia fatal, los lamentos, las expresiones de duelo, los reconocimientos de las supuestas o presuntas cualidades. Luego, todo se va desvaneciendo. Si acaso, sólo los cercanos lo conservan en la memoria. Esa es una gran ironía. La muerte resalta las presuntas o supuestas virtudes de los seres humanos. Aquellas que pocos o casi nadie notó, hoy, ya fallecido, las refieren generosamente, cuando ya no los escucha, cuando ya no existe su ego que anhelaba halagos o apapachos. Tan buen hombre que era, suele decirse. Ayer falleció Gregorio Barreto Luna, La muerte lo sorprendió. Súbitamente se esfumaron sus proyectos sociales y políticos. Ojalá que haya tenido tiempo para prepararse. Para que quienes dependían de él, no hayan quedado en el desamparo. Que su repentino fallecimiento, al menos sirva de experiencia para quienes se suponen o presumen eternos. gil_lavenants@hotmail.com

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