Por Federico Arreola
Apostó. Josefina Vázquez Mota se arriesgó, puso sus fichas en la ruleta de las concentraciones masivas, y no las duplicó, como pensaba, sino que las perdió. La panista no entendió que el de los grandes mítines es una comida que se sirve siempre en dos tiempos: el primero, el de convocar y acarrear, lo que hizo exitosamente; el segundo, el de mantener a la gente en sus lugares hasta el final del acto, llueva o truene o con el sol cayendo a plomo, algo en lo que la señora del PAN fracasó estrepitosamente.
Andrés Manuel López Obrador es experto en el arte de las reuniones multitudinarias. Lo hace tan bien que no necesita rentar espacios como el Estadio Azul. Lo de AMLO es la plaza pública. Cada vez que se le ocurre llena el Zócalo de la Ciudad de México, un lugar en el que caben dos o tres estadios como el mencionado. Las personas que siguen a López Obrador pueden estar, y han estado, horas esperándolo. No los mueve el frío ni el sol ni la lluvia. Desde 2004, cuando empezó el proceso de desafuero en contra del tabasqueño, lo hemos visto decenas de veces.
Enrique Peña Nieto y el PRI son un misterio. Es decir, no sé si van a atrever a intentar, en la izquierdista capital mexicana, llenar el Zócalo o el Estadio Azteca (descarto el Azul porque, después del desastre panista, ningún político en su sano juicio lo va a considerar para sus eventos). El PRI cuenta con estructuras, organización y fuerza económica como para hacer mítines gigantescos. Pero creo que en 2012 ni siquiera se lo planteará. O no en la lopezobradorista Ciudad de México. Las ganancias para el priismo serían marginales y, si algo saliera mal, las pérdidas podrían ser enormes.
En el arte de la guerra Sun Tzu recomienda a los generales pelear en el territorio que les resulta favorable.
Lo de Andrés Manuel es la plaza pública, la movilización social, la denuncia contra los poderosos. Debería concentrarse en eso. Pero, desgraciadamente, ha buscado competir en terrenos que no son suyos, como el de la mercadotecnia y la televisión. No me gustó, y lo expresé en su momento con toda claridad, que acudiera a Televisa después de años de cerco mediático a tenderle la mano a Joaquín López-Dóriga. ¿Ahora cómo cuestionar a la televisora presidida por Emilio Azcárraga que, claramente, favorece a cualquier opción política, excepto a la de Andrés Manuel?
¿Debe pelear López Obrador en la arena de las encuestas? Él piensa que no porque, sin duda, casi todas están cuchareadas en su contra. Yo opino lo contrario. Puede y debe enfrentar a sus rivales con encuestas serias. No estará, o no ahora, en primer lugar en los estudios demoscópicos. Pero tampoco ocupa el tercer sitio, como mañosamente afirman los encuestadores que le hacen el juego al PAN, a Vázquez Mota y al gobierno federal encabezado por Felipe Calderón. La lucha es por el segundo lugar, de tal modo de consolidarlo antes de ir por el primero. Andrés Manuel debería alentar a las universidades, públicas y privadas, no solo a realizar sus propias encuestas sino a integrar un comité plural, ciudadano, apartidista para auditar, con recursos que las propias universidades pueden y deben aportar, a los encuestadores que más publican en los medios como Consulta Mitofsky, de Roy Campos, que difunde sus estudios en Radio Fórmula; Buendía, que lo hace en El Universal, y GEA/ISA, muy cercana a Calderón, que ha llegado a un raro arreglo con Milenio.
El otro terreno que le viene bien a Andrés Manuel es el de los debates. Pero debe tomarlos con seriedad. Si se prepara, crecerá, y mucho, cuando intercambie ideas y proyectos con sus rivales. Pero tiene que aceptar ayuda de sus asesores, sobre todo del experimentado Ricardo Monreal, para diseñar respuestas a las agresiones que reciba y, sobre todo, para preparar ataques que los otros candidatos no anticipen y, por lo tanto, sean incapaces de neutralizar.
¿Qué debe hacer Josefina Vázquez Mota? Volver a lo suyo: la mercadotecnia basada en las encuestas que evidentemente su equipo financia y que la acercan, falsamente, a Peña Nieto, mientras la alejan, muy tramposamente, de López Obrador. Deberá hacerlo con cuidado porque los mismos encuestadores que la han encumbrado torciendo resultados saben que están ante una excelente oportunidad, después de que ella hablara ante las vacías butacas azules del Estadio Azul, de reconciliarse con el PRI. Que no le sorprenda a Josefina si sus aliados, aprovechando el momento, deciden dejar de serlo para ya no molestar al otro gigante que participa en la contienda con recursos y poder, el priismo.
Por haberse salido de su territorio, esto es, por haber intentado jugar a ser López Obrador por un día hablando antes decenas de miles de simpatizantes, Josefina está ahora en la peor de sus crisis. Y que ni se ilusione con los debates. En ellos le irá mal, ya que su discurso es cursi, gris, repetitivo y escasamente categórico. Creo que su estrategia para debatir será la de atacar con todo al candidato priista, pero la personalidad de la panista no le ayudará a hacerlo con contundencia. El colaborador que más podría ayudarla en esta materia es Rodolfo Elizondo, El Negro.
¿Y Enrique Peña Nieto? Después de sus problemas de diciembre, los de la Feria del Libro de Guadalajara, creo que seguirá jugando a la segura. No tomará la iniciativa, no arriesgará, no jugará para agradar a la tribuna, ni siquiera para la suya. Se olvidará de los actos masivos, que monopoliza AMLO, se refugiará en la televisión, que es su terreno, y se dedicará a dos cosas: una, guardar los ataques que lanzará para cuando sepa quién es realmente su rival, lo que todavía ignora por el empate entre López Obrador y Vázquez Mota en el segundo lugar; la otra, coordinar a sus operadores para aceitar la maquinaria priista que, se supone, es muy eficaz a la hora de llevar votantes a las urnas, sobre todo en las entidades federativas gobernadas por el PRI, que son casi todas.
El mayor riesgo para Enrique Peña Nieto estará en los debates, en los que será muy cuestionado tanto por la panista como por el izquierdista, que quizá se dedicarán casi exclusivamente a atacarlo. Tendrá dos opciones ante las agresiones, muy fuertes, que recibirá: la primera, ignorarlas y seguir con los mensajes que previamente haya preparado, esperando que con eso no calen en la opinión pública; la segunda, contestarlos y, a su vez, atacar a quien lo agreda. No será sencillo para los estrategas priistas, sobre todo para Luis Videgaray, tomar una decisión.
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