viernes, 14 de octubre de 2011

Matías

Por Teresa Gurza
No he podido cumplir con lo que me pediste tantas veces de no llorarte mucho Matías, porque te estoy llorando todo el rato.
Pongo tu música, nuestra música, y no puedo dejar de llorar.



Te llora mi pasado, mi presente y mi futuro.



Como poder olvidar tantos años…tus idas a mi casa para ver si tenía algo rico; para platicar y contarme lo que sucedía en ti y en el mundo; para ver por televisión la llegada del hombre a la luna; la muerte de Kennedy, la de Luther King, la de tantos otros…



Para ir a checar paso a paso la construcción de cada una de las esculturas que se hacían en el Periférico para la Olimpíada cultural y criticar las que no nos gustaban; y ayudarte a sembrar árboles dondequiera que podías y verte enojado cuando el humo de los coches los marchitaban o impedían que reverdecieran en plenitud.



Para leerme esos volantes que en el 68 recogías luego del trabajo a tu paso por la UNAM, para analizarlos conmigo; para ver de lejos las marchas que te sorprendían pero apoyabas y de cerca y con indignación los muertos que llegaron una de esas noches a la Prepa 7…



Para ir a los juegos olímpicos, a las pruebas de equitación en el Campo Marte, a cambiar escuditos con todas las delegaciones, a Cuemanco para los entrenamientos de los canotistas chilenos, al templo ecuménico a hacer como que nos casábamos por todas las religiones, o al restaurante de la Villa Olímpica a comprobar una y otra vez que en cada desayuno el ruso cargador de pesas devoraba 36 huevos revueltos… como gozabas con eso y como nos reíamos…



Y como nos asombramos cuando ese atleta negro levantó el puño enguantado… y al ver entrar al estadio casi exhausto, al sargento mexicano del maratón.



Como no recordar esas noches de mirar el firmamento y aprender de ti los nombres de constelaciones y estrellas y los besos que recibía por cada nueva estrella que aparecía… o cuando escuchaba contigo la música popular que tanto te gustaba y conocías; tangos, rancheras y boleros…o esas primeras canciones chilenas acompañadas de explicaciones que me llevaron a empezar a querer a Chile y a ti, hombre excepcional y lleno de cualidades y además, tan guapo …



Y tras el regreso a tu patria, nuestros ansiados encuentros que siempre nos parecieron pocos…y tu dedicada ayuda en mi trabajo periodístico para que lo hiciera bien y volvieran a enviarme a Chile…



Luego la agobiadora, inmensa desolación de tantos años sin vernos; de tanto tiempo desperdiciado…



Que sólo compensó nuestra década de casados y de aprovechar “con glotonería”, decías, la felicidad de estar juntos.



Diez años en los que aprendí a valorar más aún tu amor por mí; y tu alma intensa y llena de pasión y empuje, que te permitió asumir retos, ganar desafíos, y emprender aventuras hasta en la Mosquitia hondureña… y también, conmoverte ante una flor, un cachorrito, un colibrí, un chincolito, una canción de amor, un beso, o la hermosura de un ventisquero chileno.



Años en los que disfruté hasta el fondo tu interés por todo; tus conocimientos, y tus enseñanzas…



En los que admiré tu señorío para enfrentar situaciones económicas complicadas; y la inteligencia que te destacó desde el kinder y el Liceo Alemán, hasta tu carrera de Agronomía en la Universidad Católica y los doctorados y masters en universidades gringas.



Fuiste un hombre vital, entusiasta, y deportista hasta en tu vejez; que fue feliz, sana, alegre, divertida, y sobre todo, movida; porque sin pensar en los años que cargabas y en tu afán de mostrarme y presumirme ésta tu patria bella de la que estabas tan orgulloso, y hablarme de su historia y geografía, de sus aves y sus plantas, me llevaste a recorrer Chile por autopistas y por esos caminos interiores que te encantaban y de los que yo huía.



Te llora mi presente, porque no puedo dejar de pensar en ti; y tampoco te siento cuidándome tan cerca como prometiste, estuvieras donde estuvieras…



Extraño tu capacidad para inventar cualquier panorama, para gozar la vida, las cosas simples de la vida como me repetías…



Y siempre llevaré en mi corazón tu máxima preferida “la verdad no tiene sustituto”.



Te llora mi futuro…lloro por los días y las noches en que no estarás a mi lado…



Como poder iniciar el día sin el “Dios mío bendice a mi Tere” o terminarlo sin oír, “gracias mi linda por tenerte conmigo”; y tus recomendaciones para cuando me faltaras.



Como volver a México y a Cocoyoc sin ti…



Y mientras lloro y lloro, leo y releo tus apuntes, comprobando la clase de tipazo que fue el hombre que llenaba todos mis espacios y abarcaba toda mi vida…y al que sentía todopoderoso porque me amaba y protegía; porque no se hacía problemas por nada y todo lo resolvía.



El hombre de una sola pieza; con principios, conceptos y quereres bien definidos en la amistad, el amor y la política; y en su gusto por los caballos, los pájaros que distinguía por el vuelo; y los foxterriers, que multiplicó para preservar la raza y regalar a los amigos…



Pero sobre todo con ese inmenso e inalterable amor al campo; que se mostró por última vez cuando lúcido y sereno como eras, me dijiste minutos antes de morir “Tere, mi linda, estoy viendo el cielo y tiene muy buena agricultura”…

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