Por Carlos Marín
Si lo que vuela, grazna y sabe a pato suele ser pato, el caso Jorge Hank, desde que volaron los primeros detalles, pareció una burda marranada.A la detención “en flagrancia” siguió el traslado al DF pese al amparo en contra; la “gravedad” del delito empezó a desinflarse con el regreso a su terruño en una cárcel de mediana seguridad; los detenidos iniciales negaron haberlo “señalado”; los videos probaron que los militares no perseguían a nadie, sino que sacaron por la fuerza a dos vigilantes, y que allanaron el domicilio donde el ex alcalde estaba, sí, flagrantemente dormido y en calzones.
Para la juez federal (30 años de intachable carrera) no había nada que perseguir y lo liberó.
Sin embargo, el gobierno local, tan panista como el federal, pretendió arraigarlo para ver qué diablos le encontraba y esparció la perversidad de que Hank, quizá, había “mandado matar” a la ex novia de uno de sus hijos.
Otro juez, éste local de Baja California, negó el arraigo y tan tan.
¡Qué bárbaros: el golpe a Hank acabó pegándole al Ejército…!
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