El atentado que sufrió el cantante de narcocorridos Gerardo Ortiz, en el cual resultaron muertos su chofer y su manager, ha puesto en relevancia el nuevo capítulo en la ya larga historia de la música “pesada”, corridos prohibidos, o “narcocorridos” en nuestro país.
Si bien antes cantantes como Chalino Sánchez y “El As de la Sierra” cantaban corridos de trasfondo bucólico, a la “sierra”, el campo, los ranchos y las montañas del llamado “triángulo dorado” de la droga en nuestro país, Ortiz, junto con otros cantantes y agrupaciones como Calibre 50, Régulo Caro y los miembros del llamado “Movimiento Alterado” son productos 100% urbanos, en donde la tecnología, el armamento sofisticado y vehículos como aviones, helicópteros y autos o “trocas” de último modelo sustituyen a los caballos, los ejidos y las cañadas desconocidas y perdidas en las letras de sus canciones.
Tipos como Gerardo Ortiz han abandonado completamente la imagen del “chalinillo” o el “buchón” para adoptar la estética moderna (esa que tratan de imitar de manera fallida los llamados despectivamente “mangueras”) del narco-urbano: la ropa Hugo Boss, Dolce & Gabbana y Ed Hardy toman preponderancia por encima de las viejas indumentarias del “botudo” con camisas de seda con la imagen del Virgen de Guadalupe y otros viejos clásicos de la vieja escuela.
Sin embargo, el aparente cuidado con el que se maneja la nueva generación de narcocantantes -en una entrevista con “El Kommander”, quizás el elemento más representativo del “Movimiento Alterado”, este mencionó que por seguridad ya no usan sus temas para buscar camorra entre cárteles rivales, sino simplemente para el lucimiento personal de los capos que patrocinan los temas- al parecer no sirvió del todo. Después de una balacera que ocurrió después de una presentación de Gerardo Ortiz en Sinaloa, “alguien” trató de ajustar cuentas con el cantante, dando muerte a su representante, Ramiro Caro (hermano del también cantante de narcocorridos Régulo Caro) y al chofer del cantante. Este ataque escala, una vez, más la ola violencia que parece perseguir irremediablemente a quienes son parcialmente responsables de ensalzar con su música los hechos delictivos que tienen de atemorizados y de rodillas a los ciudadanos comunes y corrientes de nuestro país.
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