Por Teresa Gurza Chile tiene su equivalente del cura violador mexicano Marcial Maciel.
Se trata del sacerdote Fernando Karadima, párroco de la Iglesia del Sagrado
Corazón, ubicada en uno de los barrios adinerados de la capital chilena, quien
durante décadas abusó sexualmente de muchachos ricos y guapos.
Tras años de trámites, ocasionados por las complicidades de la jerarquía
católica que se negaba a aceptar y enviar a Roma las acusaciones hechas por
cinco de ellos, finalmente en febrero pasado el Vaticano lo condenó por abusos
sexuales contra de un menor de edad y varios jóvenes; prohibiéndole entrar en
contacto con sus parroquianos y alejándolo del ministerio sacerdotal.
No fue fácil para las víctimas llegar a este momento; desde hace siete años
James Hamilton, José Andrés Murillo, Fernando Batlle, Juan Carlos Cruz y Luis
Lira, hoy profesionales adultos y algunos padres de familia, presentaron
denuncias contra Karadima ante el arzobispado de Santiago a cargo entonces del
cardenal Francisco Javier Errázuriz.
Argumentando que Karadima era un destacado sacerdote “formador de varios
obispos, y querido por su feligresía”, el cardenal no consideró las pruebas
“creíbles” y se negó a darles curso.
Por lo que igual que pasó en México con Maciel, los agredidos decidieron hacer
públicos sus casos por televisión.
Los acogió Televisión Nacional de Chile, canal que trasmitió sus terribles
testimonios, considerados por gran parte de la audiencia como poco menos que
sacrílegos.
Pero precisando fechas, modos, lugares y tiempos de las violaciones, dejaron
claro que el sacerdote aprovechó su ascendiente espiritual, para presionarlos y
chantajearlos.
El caso más impactante fue el de Hamilton, médico de profesión, y quien entre
lágrimas dijo que Karadima empezó a violarlo cuando tenía 17 años y siguió
haciéndolo durante décadas.
Contó que incluso le escogió novia y lo casó; y que ya con hijos, visitaba su
casa y pretextando dolencias estomacales le pedía lo revisara; para lo cual
subían a una habitación donde lo violaba, mientras la esposa y los niños
esperaban en el comedor.
A punto del colapso físico, moral y mental por una situación de la que no se
había atrevido a salir, Hamilton confesó a su mujer lo que sucedía; ella le
pidió la separación matrimonial y lo convenció de acusar al sacerdote ante las
autoridades religiosas y la justicia civil.
Hamilton asumió y se comunicó con otras víctimas, proponiéndoles hacer
acusaciones en conjunto; los que accedieron, dieron también testimonio
televisivo; y eso obligó al cardenal Errázuriz a enviar los documentos a sus
superiores.
Después de siete meses de juicio en Roma y con Errázuriz recién retirado del
arzobispado por cuestiones de edad, hace unos días llegó a Chile el veredicto
vaticano avalando la culpabilidad de Karadima.
Acción papal que tuvo consecuencias inmediatas, para algunos de los sacerdotes
involucrados en la complicidad; como el arzobispo auxiliar de Santiago Andrés
Arteaga, quien tuvo que dejar su cargo como vice gran canciller de la Pontificia
Universidad Católica de Chile, por su apoyo a Karadima y su advertencia a los
acusadores de que si no paraban sus actos, saldrían perjudicados porque la
Iglesia contaba con muy buenos abogados.
Además del chantaje emocional y religioso del sacerdote para que los jóvenes
accedieran a sus deseos, otra similitud con el caso Maciel es el desvío
económico de las limosnas que recibía la parroquia; y que el cura chileno usó
entre otras cosas, para pagar a chofer, cocinera y sacristán, para que no
hablaran de lo que veían.
Ahora se espera que el caso sea resuelto por la justicia penal, porque la cuarta
sala de la Corte de Apelaciones de Santiago ordenó este lunes reabrir la
investigación contra Karadima por abusos sexuales; dejando así sin efecto, el
sobreseimiento definitivo dictado en diciembre pasado por el juez Leonardo
Valdivieso del Décimo Juzgado del Crimen.
Valdivieso lo había cerrado desestimando los antecedentes del fallo canónico;
pero el médico Hamilton y el filósofo Murillo, se presentaron en la Corte para
que considera su reapertura.
Para reactivarlo, el tribunal estimó que la indagatoria no está agotada y que
son necesarias nuevas diligencias para procesar al sacerdote o declararlo
inocente.
La decisión fue adoptada por tres ministros que aceptaron la apelación
presentada por Hamilton y Murillo, quienes demandan a la justicia civil que
indague hasta establecer la verdad.
Aunque se había afirmado que las acciones ya prescribieron, el abogado de las
víctimas Juan Pablo Hermosilla reviró advirtiendo que podría haber nuevas
acusaciones.
Y es que “hay indicios claros”, de que el sacerdote siguió abusando sexualmente
de otros feligreses incluso hasta el año pasado.
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