Por Aquiles Córdova Morán
Dirigente Nacional del Movimiento Antorchista
Con motivo de que los antorchistas decidieron instalar una protesta permanente en las inmediaciones de la Secretaría de Gobernación Federal para demandar algunas soluciones urgentes, Ciro Gómez Leyva, titular de conocido noticiario televisivo, de inmediato se lanzó con todo en su contra.
La noche del 27 de octubre habló con el biólogo Jesús Tolentino Román Bojórquez, presidente municipal de Chimalhuacán, y a la noche siguiente, el mismo señor echó la aplanadora de reversa: “Cuando vemos cómo se movilizan ustedes- comienza la repetición-, la cantidad de gente que mueven, los camiones que traen, lo último que parecen son pobres, ¿eh? Y ya los conocemos de muchos años, ya no nos tragamos el cuento, presidente; vienen a desquiciar a la Ciudad de México”. Ahora bien, se me antoja preguntar: ¿Quién le dijo, o de dónde saca el señor, que la capacidad de convocatoria de una organización, la que sea, y su solvencia económica para cubrir costos de transporte (que ciertamente siempre son altos), son prueba necesaria y suficiente para concluir que se trata de falsos indigentes cuyas demandas son artificiales? ¡Cómo se ve que Ciro Gómez no tiene ni la más remota idea de lo que es la lucha social contra lo cual, sin embargo, despotrica con el más absoluto desenfado! ¡Cómo se ve que, a fuerza de vivir de rodillas, como obsecuente servidor de intereses opuestos a los de las grandes mayorías, ha perdido totalmente, si alguna vez la tuvo, la capacidad de enjuiciar correctamente la situación del país y lo que las masas son capaces de hacer en su defensa, cuando están bien organizadas y honestamente dirigidas! ¡Cómo se trasluce en sus palabras, en fin, la confesión involuntaria de que él sería sencillamente incapaz de hacer siquiera la centésima parte de lo que logran hacer los antorchistas! De ahí su incomprensión y su odio.
Peor está aquello de “y ya los conocemos de muchos años, ya no nos tragamos el cuento, presidente. Vienen a desquiciar a la Ciudad de México”. Si de verdad nos conoce tan bien como dice, y si su profesión lo obliga a respetar la naturaleza de los acontecimientos, puesto que los informa al público, debió sentirse doblemente obligado a demostrar con datos duros, con hechos concretos, sus injuriosas afirmaciones. Debería saber que no basta con afirmar que se conoce bien a alguien para que todo lo que salga de su boca sea creído como verdad revelada. A falta de verdaderas pruebas, Gómez Leyva se refugia en la afirmación, también gratuita, de su perspicacia política. Dice: “Ya no nos tragamos el cuento, presidente”.
Eso cree; pero sus falsas y desatinadas acusaciones dicen bien a las claras que sí se lo traga, y además enterito y sin quitarle la cáscara. O, cuando menos, finge que se lo traga, aunque ciertamente no el “cuento” de los antorchistas, sino el de quienes le pagan el salario de la ignominia o el de quienes lo protegen y “proyectan” desde el poder político, para conservarlo a su servicio. Acusa sin rodeos: “¡Vienen a desquiciar la Ciudad de México!” Muy bien. Pero hasta un rudo policía de crucero sabe que un crimen nunca quedará suficientemente probado si no se demuestra el móvil del criminal. Por tanto, Ciro Gómez debe contestar: ¿Qué ganan los antorchistas con desquiciar a la Ciudad de México? ¿O lo hacen por el puro placer perverso de molerle el hígado a Ciro Gómez?
Tolentino alcanzó a decirle que es un defensor sistemático del gobierno y un enemigo irreductible de las causas populares. Ciro reviró: “no, no, la de usted nunca es causa popular, la de usted no es una causa popular y usted, si algo no tiene, es ser causa”. Aquí hay una doble falacia. Primero, es obvio que, para determinar la calidad de una causa, hay que referirse a la cosa misma, analizarla, desmenuzarla y demostrar así que no refleja lo que dice ser; eso mismo, en cambio, no puede lograrse por la vía chapucera de descalificar a quien la enarbola o defiende. Cuando se dice que “la iglesia ha quedado en manos de Lutero”, que sería nuestro caso, a quien se descalifica es a Lutero, no a la iglesia; y si Ciro acusa al antorchismo de “extorsionador”, de allí no se sigue que las causas que dice defender sean ajenas a la gente humilde. Segundo, hay también un juego sucio de manos al cambiar los términos de la cuestión: “y usted, si algo no tiene, es ser causa”, le espeta a Tolentino. Pero éste jamás dijo que él era una causa popular, sino que defiende una causa popular; de donde resulta que Ciro, mañosamente, se fabricó un patiño a su medida para poder vencerlo fácilmente.
Termina el repaso así: “…segundo: reitero, este grupo es un grupo profesional de extorsión política, y me quedo con la declaración cuando dice: pues, bueno, como veníamos aquí y no pasaba nada, tuvimos que aumentar la exigencia a la Secretaría de Gobernación, y, por tanto, le jodemos la vida a los habitantes de la Ciudad de México…; y es un movimiento millonario, con muchísimos recursos, quien está apoyando este plantón”. Pero Ciro Gómez no aduce, ni ahora ni antes, un solo caso o hecho concreto para respaldar su injuria; de donde se deduce que somos “extorsionadores políticos profesionales” porque así lo ha decretado su alteza serenísima Ciro Gómez Leyva. Tuvo razón Tolentino cuando lo acusó de lacayo del gobierno como lo prueba la injuria que ahora comento. En efecto: ¿Quién se queja o se duele de que los pobres ya no se conformen con las injustas negativas a sus modestas peticiones, y se atrevan a rebelarse y a protestar públicamente? El gobierno y sus funcionarios, naturalmente. Por tanto, si quien nos ataca es Ciro y no el gobierno, queda de manifiesto que este actúa como espolique y proxeneta mediático del poder público aunque lo niegue mil veces. Y vuelve a asomar la oreja de tahúr mañoso cuando dice: “me quedo con la declaración (de que) como veníamos aquí y no pasaba nada”, tuvimos que plantarnos y, por tanto, “le jodemos la vida a los habitantes de la ciudad de México”. Pero Tolentino nunca dijo: “como veníamos aquí y no pasaba nada…”. Lo que dijo fue que “después de dos años de haber acudido cinco o seis veces a Gobernación, y en las últimas dos ocasiones haber recibido propuestas concretas de solución que no se cumplieron…” es que decidimos plantarnos. Y tampoco dijo: “y por lo tanto, le jodemos la vida” a los capitalinos. ¡Esto es vil chapucería de sicofante y no una discusión seria entre entes racionales!
Sobre “la riqueza” de Antorcha Campesina. Cualquiera sabe que la vida de las organizaciones populares en México se ha movido, hasta hoy, en materia de financiamiento, entre dos extremos: o dependen del subsidio oficial, o viven de las cuotas de sus agremiados. En el primer caso, carecen de verdadera independencia para luchar a favor de su gente; en el segundo, se vuelven una pesada carga para esa misma gente, más que un verdadero apoyo. Antorcha Campesina es la primera organización popular, en la historia moderna del país, que ha logrado romper con ese círculo de hierro. Gracias a un manejo escrupuloso y visionario de las modestas cantidades que sus activistas recogen en la colecta pública, invirtiéndolas primero en negocios muy modestos y luego en otros cada vez mayores, que crecen gracias a la reinversión de utilidades, hemos logrado construir una infraestructura económica, muy limitada todavía pero sólida y limpia, absolutamente legal y legítima, que cada día nos hace más independientes políticamente. Se trata, y no hay por qué no decirlo abiertamente, de una verdadera hazaña que nadie, hasta hoy, había intentado siquiera. Y ahora resulta que esto, que es un gran logro y un gran esfuerzo de los antorchistas, un parásito de los medios y del poder público como Ciro Gómez Leyva nos lo echa en cara como un crimen nefando y como prueba de que somos “extorsionadores”.
Finalmente, dejo constancia de mi protesta por la distorsión y prostitución que gente como Ciro Gómez está cometiendo contra el derecho a la información de los mexicanos. Este señor ha hecho de su noticiario un verdadero Tribunal de la Santa Inquisición, desde el cual fulmina, noche a noche, con todo tipo de anatemas e injurias, a todo el que no piensa como él, desde Fidel Castro hasta Hugo Chávez, pasando por los obreros del SME. En vez de constreñirse a informar y a dejar que el público se haga su propia opinión, se avienta largas parrafadas pontificando a propósito de cualquier asunto. Él dirá que es su derecho a opinar, su sagrada libertad de opinión, pero se equivoca porque él no dirige un programa de opinión, sino un noticiario; y espero que conozca la diferencia entre ambas cosas. Es un abuso, además, porque se trata de ataques inmotivados, unilaterales e impunes, es decir, porque el agredido no tiene la más remota oportunidad de defenderse. Si Ciro Gómez se siente con tamaños para ser juez inapelable del mundo entero, que se quite la máscara de informador objetivo y que se vista el traje de gran inquisidor, de presidente o miembro distinguido de su propio Tribunal del Santo Oficio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario