Por Teresa Gurza
Dos acontecimientos importantes para América del Sur, han tenido lugar en estos días.
El primero es la magnífica noticia del Premio Nobel de Literatura para el escritor peruano de 74 años de edad, Mario Vargas Llosa; el sexto que se concede a un latinoamericano.
El segundo un triste suceso: la repentina muerte del expresidente argentino Néstor Kichner, a los 60 años.
Conocí a Vargas Llosa hace 38 años, porque fui a entrevistarlo a su casa del barrio limense de Miraflores, donde vivía con su esposa Patricia y dos hijitos que entonces iban al kinder.
No había escrito todavía, muchos de los libros que le han dado fama; como el divertidísimo Pantaleón y las Visitadoras.
Pero ya tenía notoriedad por Los Jefes, La ciudad y los perros, La Casa Verde, Conversación en la Catedral, y Los Cachorros; que marcaron a muchos por su aguda percepción y descripción de la compleja sociedad peruana. Y además, era guapísimo.
Empezaban a criticarlo algunos intelectuales de izquierda a quienes no les gustó que firmara un documento de condena al régimen de Fidel Castro, del que había sido entusiasta seguidor, por haber obligado al poeta Heberto Padilla a hacerse una autocrítica.
"Los latinoamericanos somos soñadores por naturaleza y tenemos problemas para diferenciar el mundo real y la ficción. Es por eso que tenemos tan buenos músicos, poetas, pintores y escritores, y también gobernantes tan horribles y mediocres", señaló años después en una entrevista, este hombre nacido en Arequipa; ciudad en la que sólo vivió algunos meses; porque su familia lo llevó primero a Bolivia y luego a Lima.
Bastante joven vivió en Paris, donde se casó con su tía Julia; la protagonista de su libro La Tía Julia y el Escribidor, que le llevaba 15 años; y cuando se separó de ella, se casó con su prima hermana Patricia Llosa.
Como muchos de los grandes escritores, Vargas Llosa fue durante un tiempo periodista; y su obra ha sido traducida a 30 lenguas.
Entre sus libros más recientes están La Historia de Mayta, La fiesta del Chivo, El paraíso en la otra esquina, y Travesuras de la Niña Mala, que data del 2006 y es su última novela publicada.
Fue candidato a la presidencia de su país; y de no haber aparecido el casi desconocido agrónomo Alberto Fujimori, hubiera triunfado.
Derrotado políticamente, volvió a las letras de donde dijo “nunca debí haber salir; y seguiré estando mientras viva”.
Pasando al segundo asunto que hoy trataré, hay que decir que la muerte de Kirchner ha conmocionado Sudamérica.
Los gobiernos de la región, incluyendo al de Chile, han decretado lutos de tres días y viajaron a Buenos Aires para acompañar a su esposa Cristina, actual presidenta; para quién pidieron fuerza para que pueda superar la pérdida de quién al mismo tiempo que su marido, era su principal consejero político.
Y los argentinos lloran amargamente a este político hijo de madre chilena, porque su presidencia los sacó a flote tras una crisis económica y política de varias décadas
Hace 36 años, el mismo año en el que un joven Néstor Kirchner le pidió matrimonio a Cristina, me tocó estar en Buenos Aires el primero de julio de 1974 para reportear la muerte de Juan Domingo Perón.
Cientos de miles de sus admiradores, se aglomeraron frente la Casa Rosada y al monasterio de Chacarilla donde fue sepultado.
Y con el paso de las horas, los millones de flores dejadas frente a las rejas de la casa presidencial empezaron a podrirse y a despedir un olor insoportable, mientras las filas de peronistas que habían esperado horas para entrar al salón mortuorio, avanzaban lentamente hacía el féretro.
Todo se paralizó en Buenos Aires; hasta los relojes dejaron de marcar la hora, quedándose fijos en la de la muerte del líder del Peronismo; que hacía un año había vuelto de su exilio en España.
Y al igual que hoy lo hace una llorosa Cristina Kirchner, frente al ataúd mantenía rígida su tercera esposa María Estela Martínez, a la que le gustaba que le dijeran Isabelita; y que en esos momentos asumió la presidencia iniciando el descenso del país.
En el Hotel Alvear, donde decenas de periodistas estábamos hospedados, no había quien cocinara, hiciera las habitaciones o sirviera en el comedor; por lo que el gerente y su esposa se dedicaron a repartirnos sándwiches.
Y ese dolor inmenso que sentía la Argentina por haber quedado sin su líder máximo en esa helada mañana de invierno, fue imposible encontrar algún negocio abierto.
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