Por Ignacio Acosta Montes
Pocos trabajadores realizan su trabajo en condiciones tan difíciles como los que separan y recolectan los materiales reciclables en el relleno sanitario, en el basurero –para qué andar con eufemismos-, de Mexicali.
Se ganan honradamente el sustento para vivir ayudando a la conservación de los recursos, involucrados en un trabajo socialmente útil, productivo económicamente y que beneficia al medio ambiente. Pero este trabajo, que requiere un gran esfuerzo físico, lo tienen que desarrollar en un medio totalmente insalubre, en medio de olores fétidos, acostumbrados a sufrir cortaduras con vidrios, picarse con agujas o alambres y a tocar todo aquello que puede calificarse de nauseabundo. En Mexicali, además, soportando a cielo abierto un clima extremoso, a diferencia de lo que ocurre con los pepenadores de otras ciudades de nuestro país con un clima más benigno.
Pocos reparan en que de acuerdo con estudios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), México está muy rezagado en el manejo y reutilización de los materiales reciclables. En su “Evaluación del Desempeño Ambiental: México”, la OCDE apunta que apenas un 8% de los materiales potencialmente reciclables fueron realmente reciclados y, contrariamente a lo que pudieran pensar los que injustificada e irracionalmente denigran la dura tarea de los recicladores informales, recomienda: “A la legalización de las actividades del sector informal también debería dársele consideración urgente. Cuando sea viable, los pepenadores deberán estar involucrados en la operación de las estaciones de transferencia y centros de reciclado modernos (bajo condiciones de seguridad e higiene muy superiores) para mejorar su situación económica y social”.
Las consideraciones de la OCDE, o las conclusiones de investigadores como los del Instituto de Ingeniería de la Universidad Autónoma de Baja California, que presentaron en septiembre de 2009 en la ciudad sudamericana de Barranquilla un estudio en el que valoran positivamente la labor de los pepenadores del relleno sanitario Hipólito Rentería de Mexicali, ni por las mientes le pasan al señor presidente de dicho municipio, Rodolfo Valdez Gutiérrez. Él está presionado para entregar a las manos que le resulten más convenientes la concesión del nuevo relleno sanitario; atropellando para ello los derechos y las necesidades del que sea, pues el fatídico primero de diciembre, cuando debe entregar el cargo, cada día se acerca más de manera inexorable. Por ello es que no se detiene a dialogar con los pepenadores en plantón desde el 6 de septiembre, no le importan ni sus problemas ni sus argumentos, a semejanza de aquella frase famosa de Carlos Salinas: “ni los ve ni los oye”. No le importa al alcalde si duran horas haciendo antesala sin que nadie los escuche, si los pepenadores acuerdan marchar a una temperatura mortal de 45 grados por el asfalto de Mexicali, o si una semana después se deciden a vivir a las afueras del plantón; si para reclamar atención se manifiestan en la zona de transferencia o si le exigen atención directa en las dos entradas de Palacio Municipal. Sus intereses, más económicos que políticos, y para nada socialmente responsables, le indican que hay que entregar el relleno... “a sus cuates”, para que lo exploten a su leal saber y entender durante los próximos veinte años. No encontramos otra explicación a posición tan obtusa como la mostrada por el munícipe de la capital cachanilla, ante los reclamos de los manifestantes. En estricto sentido, los pepenadores jamás se opusieron a que se concesionara el relleno mediante concurso, sólo pidieron desde un principio que en el clausulado se contemplara que la empresa ganadora debería garantizarles su derecho al trabajo y medidas para dignificar su labor, ya quedó dicho, ambientalmente útil.
Los pepenadores como se les llama en México, los catadores o triadores de Brasil, scavenger en los países de habla inglesa o cirujas de Argentina, son trabajadores informales en el manejo de los residuos sólidos municipales. Su informalidad no es un delito, no roban, no agreden, no violentan a nadie; el producto de su trabajo es legal, y más bien son víctimas de esta informalidad que los margina de la seguridad en el empleo, del acceso a la seguridad social o a otro tipo de prestaciones, haciéndolos víctimas en muchos casos de cacicazgos y abusos de los que les compran el material reciclado a precios miserables e injustos, o los extorsionan para permitirles el acceso a los basureros. La sociedad tiene una deuda con ellos. Se deben promover mecanismos organizativos que los incorporen a la economía formal, que permitan su acceso a los apoyos para dignificar su trabajo, para convertirlo en lo que la Organización Internacional del Trabajo llama un “trabajo decente”, con las garantías de la ley. Esta es la lucha que se está librando en Mexicali en estos momentos y en ella está comprometido el Movimiento Antorchista de Baja California y Nacional. Si Rodolfo Valdez está obstinado en cometer la injusticia de despojarlos de la posibilidad de seguir ganándose esforzada y honradamente el pan, en su labor ambientalista tan poco valorada, los antorchistas estamos acostumbrados a no doblar las manos cuando la demanda es justa y racional, como la es la de los compañeros del Hipólito Rentería. No nos cabe duda de la justeza de su humano reclamo de mejores condiciones de vida y de trabajo, de la utilidad social de su actividad, de lo injusto del despojo y atropello que contra ellos se promueve en aras de beneficiar a unos pocos, así que como se nos ha hecho necesidad y costumbre gritar en el Movimiento Antorchista: “de norte a sur, de este a oeste, ganaremos esta lucha cueste lo que cueste”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario