miércoles, 19 de febrero de 2020

¡Fuera capuchas ya!

Por Teresa Gurza.
Con su característica incongruencia dijo López Obrador este domingo en Guanajuato, “el dinero ya no rifa...”
No rifará, pero él lo rifa.
A más de un año de haber tomado posesión, el presidente anunció que ya no se permitirá la delincuencia, ¿el YA significa, que antes la permitía?


Porque queda YA, medio lejana la época neoliberal como para que siga neceando que es culpable, de todo lo que acontece.

Pero como el hombre es de ideas fijas, y además de una en una porque si está pensando en dinero no se le puede hablar de feminicidios y si el tema es feminicidios solo le importa el rayado de las puertas, reiteró "YA no es por influencias ni con dinero, que el poder económico va a ser el que va a decidir sobre la vida pública en nuestro país"

Lo que, a más de pésima sintaxis, muestra de nuevo que lo que dice no se corresponde con lo que hace.

Porque tan el dinero decide la vida pública del país, que invitó a cenar a los principales empresarios; que en sola una noche pasaron de ser, “minoría rapaz” a “personas con sentido social…”

Con lo que su permanente denuncia de que la corrupción obedeció “al contubernio entre gobierno y empresarios”, quedó en la nada misma.

Pero si es cierto que lo están ayudando y no quedando bien por miedo, debiera honrar su actitud dando nombres y montos de lo aportado.

De entre todo lo dicho y escrito en la semana sobre este tema, coincido con las apreciaciones de José Woldenberg el martes 18 en El Universal, y Roberto Zamarripa y Jesús Silva-Herzog Márquez, el pasado lunes en Reforma.

En Cenas Incómodas, Woldenberg recuerda el pase de charola hecho por Salinas en 1993 en una reunión en casa de Ortiz Mena y el escándalo subsiguiente; que finalmente sirvió, asienta, para decidir cambios a la ley electoral en lo referente al dinero privado en los partidos.

Agrega que la conminación de López Obrador a grandes empresarios, para que compren un mínimo de 20 millones en cachitos o un máximo de 200, los colocó nuevamente “ante el brete de doblegarse o rebelarse asumiendo las consecuencias.”

Y propone que esta “negociación que no presagia nada bueno”, desemboque en una reforma fiscal “para que las relaciones entre empresarios y gobierno puedan ser sanas, transparentes y en beneficio del país.”

En Tolvanera, Zamarripa advierte semejanzas entre los asistentes a Palacio y los encapuchados de las distintas protestas sociales; porque todos esconden sus rostros.

Los furiosos destructores, por temor a las represalias, mientras a los empresarios, la capucha les fue impuesta por el Presidente que los convidó.

Y citando al escritor colombiano Héctor Abad que recién analizó en El Espectador el fenómeno de los encapuchados, Zamarripa indica que la desaparición del rostro sirve para protestar y también para andar por la vida con impunidad.

Por lo que cebarse en los encapuchados de marchas, tomas y protestas, "es desigual, si no se hace frente a otros encapuchados de otros sectores sociales.”

Y llama a unos y otros a quitarse la capucha y hacer política abierta y libre.

Por su parte, Silva-Herzog dedicó su columna Cortesanos, a probar que los empresarios están actuando como tales.

La reinvención de México, detalla, ofrece diarias lecciones; y los empresarios que eran el emblema de la podrida relación entre poder y negocios, son ahora amigos del pueblo que sirven a las buenas causas, porque se han puesto al servicio del Señorpresidente, “a quien hay que acompañar sonrientemente, aunque invite al precipicio.”

Cuestiona, sobre todo, al dirigente del Consejo Coordinador Empresarial, Carlos Salazar, “representante de un nuevo actor social y político, que podríamos llamar Pejeburguesía.”

Califica al conjunto como “empresariado servil y acomodaticio... incapaz incluso, de cuidar su propio decoro.”

Y finaliza expresando algo, que estoy segura pensamos la mayor parte de los mexicanos: “No parece haber nadie al alrededor del Presidente, que se atreva a advertirle la magnitud de sus despropósitos. Ese es el clima cortesano: indignidad y mentira.”

En fin, ante lo que todos hemos visto en este sexenio, confirmo lo que siempre he creído acerca de López Obrador.

Por su historia de destrucción de todo lo que ha tocado, afán que ahora sigue al demoler día a día nuestro país y nuestras instituciones, pienso que es un infiltrado de no sé qué poderes, que lo han ido llevando a escalar puestos; y al que tenemos que obligar YA, a quitarse la capucha.

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