Por Manu Ureste (animalpolitico.com)
Cuenta el periodista Omar Millán en la introducción de ‘Viajes al este de la ciudad’ que el reportero estadounidense Jon Lee Anderson, considerado como uno de los padres modernos del periodismo narrativo y de la crónica de largo aliento, tiene un aforismo que dice: “Si algo se vuelve cotidiano, nos olvidamos de los detalles”.
Sin embargo, expone Millán, hay algo peor que olvidar los detalles: y es que lo cotidiano se vuelva indiferente, invisible, y que sólo se tenga en cuenta únicamente cuando la situación –balaceras por doquier, miles de homicidios al año, secuestros, decapitaciones…- ha estallado.
Por este motivo, luego de que la editora del diario San Diego Union Tribune le encargara la tarea de buscar los nombres de las víctimas del narcotráfico en Tijuana entre 2008 y 2009 y plasmarlos en un mapa, Omar Millán comienza a dar forma a Viajes al este de la ciudad. Una crónica de la guerra contra el narco en Tijuana (editorial Trilce). Un libro que, como el propio autor destaca, no busca hablar de crímenes ligados al narco como estadísticas, sino analizar el porqué estaban sucediendo, y exponer a lo largo de 10 crónicas las múltiples voces de protagonistas que explican la violencia en esta frontera, el dolor y la corrupción generada por el narcotráfico.
“El lector no se va a encontrar solo con el fenómeno del narco como tal -señala al otro lado del hilo telefónico Omar Millán, en entrevista con Animal Político-. A mí lo que me interesa es plasmar cómo en esta frontera dos décadas antes de que estallara esta guerra ya se advertían síntomas de la tragedia; y cómo, por un lado, esta comunidad fronteriza fue muy tolerante ante la cultura del narco, y por otro, y esta es una paradoja que se van a encontrar en el libro, fue esa misma sociedad la que reaccionó ante el problema”.
En este sentido, y cuestionado por esa paradoja -“Tijuana es una ciudad de muchas paradojas”, recalca Millán-, el periodista explica que durante décadas existió en esta ciudad fronteriza una especie de ‘síndrome de Estocolmo’, que llevaba a muchos de sus habitantes a preferir a los narcotraficantes como amigos empleando argumentos como “mientras no te metas con ellos, ellos no se van a meter contigo”. “Ese síndrome de Estocolmo surge en Tijuana porque no había ninguna confianza en la autoridad.
La gente no confiaba ni en las procuradurías de justicia, ni en ninguna corporación policiaca… De hecho, el Ejército cuando se instala en las calles de Tijuana lanza una propaganda que titula ‘Nosotros sí vamos’, porque ninguna otra corporación de seguridad le estaba respondiendo a la gente. Y ante esta situación, prevaleció la idea durante muchos años de que era mejor tener a los narcos como amigos, o no denunciarlos. O incluso, surgió la idea de que era mejor no enfadarlos y convivir con ellos”.
Pero con la declaración de la guerra contra el narco llega a Tijuana los años de hasta 800 homicidios de promedio, además de miles de desapariciones, que hicieron de esta ciudad, especialmente de su zona oriente “donde se concentró el sadismo del crimen organizado”, una de las urbes más violentas del mundo, junto con la también fronteriza Ciudad Juárez.
“Hubo un momento en el que se produce un caos en Tijuana con una serie de matanzas en las calles -señala el reportero que recuerda los viajes en su automóvil al este de la ciudad no por el morbo de ver un cadáver producto de un enfrentamiento entre grupos criminales o de un ajuste de cuentas, sino por ver en el paisaje la maldad que había ocasionado la muerte-.
Además -continúa su exposición Millán- había una completa descoordinación entre el gobierno estatal y las autoridades federales. Sin embargo, de pronto se empieza a organizar todo. El expresidente Calderón tuvo el apoyo en Tijuana que no tuvo en otras regiones del país, y además surgieron grupos de artistas que llamaron a no abandonar la ciudad, y comenzaron a darse una serie de actividades paralelas a la guerra contra el narco, como ópera en la calle, exposiciones al aire libre, festivales de música, y orquestas comunitarias que integraban a niños de los barrios más afectados por la violencia por el crimen organizado”.
Tijuana, hoy
La ciudad había sido rescatada, o al menos una buena parte de ella. La estrategia del Gobierno Federal, señala el periodista, “tuvo relativo éxito”: los delitos de “alto impacto” -eufemismo que emplean las autoridades para referirse en realidad a asesinatos en plena luz del día, balaceras, decapitaciones y demás- se han “aminorado” en la actualidad en Tijuana.
Además, tal y como presumió el ejecutivo de Calderón se detuvo a algunos de los principales narcos, hubo grandes decomisos de droga y armas, descrubrimiento de túneles transfronterizoss y arrestos de funcionarios públicos acusados de corrupción. Sin embargo, tal y como apunta Omar Millán en su libro, la guerra contra el narco también ha dejado como consecuencia un aumento desmedido de adictos.
“El problema del narco es de demanda de droga y económico, pero también un problema de educación. Y hoy todavía no vemos iniciativas que hablen sobre educación. Es decir, no hay una mayor inversión en las escuelas, o en construir nuevos centros educativos. Por eso el problema sigue. Y en el caso de Tijuana sí es cierto que se redujo la violencia por la reacción de la comunidad y la acción de las autoridades, pero aún el año pasado hubo poco más de 500 homicidios ligados al narco, y en el año 2012 hubo más de 400″, concluye el periodista.
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