Por Teresa Gurza
Es medio raro tratar el tema del divorcio, cuando el comercio celebra el chocante por interesado, Día del Amor y la Amistad.
Visto con ligereza, el divorcio es lo contrario al amor; pero para los millones de seres que hemos pasado por una separación, el haber terminado el proceso y llegado finalmente al divorcio legal, puede significar la felicidad completa y la mayor prueba de amor a uno mismo.
En este mundo cada quien celebra lo que quiere celebrar, aun lo que para otros, sería pesar y oprobio.
Mi abuelita por ejemplo, tenía una amiga que sus conocidos pensaban medio chiflada pero ahora sería vista como precursora, porque 32 años después de separada del marido festejó ella solita sus 50 de matrimonio con misa y posterior banquete.
“Ese desgraciado que amoló mi vida, no me va a arruinar también mi aniversario”, explicaba al entregar las invitaciones; y desfiló muy elegante de vestido largo y aparentemente contenta y satisfecha, por el pasillo con alfombra roja de una iglesia a reventar por la morbosidad.
Hace décadas cuando el divorcio y las uniones libres no estaban tan generalizadas, la gente pensaba en las mujeres divorciadas como fracasadas.
Fui la primera en todas las ramas de mi familia en divorciarse; y aunque otros lo pudieron ver así, yo nunca lo sentí como fracaso; al contrario, me sentía tan feliz y ligera, como si me hubiera graduado de una muy difícil carrera universitaria.
Hasta hace relativamente pocos años, un divorcio era para algunas familias un tema que se escondía; y un lastre para las mujeres, que se pensaba debían aguantar infidelidades y malos tratos, en pos de conservar su familia “unida”, aunque este adjetivo no significara ya nada en esa relación.
Y si no se era esposa resignada y sumisa; y harta de la situación, se prefería pedir o conceder el divorcio, se transformaba uno en “apestada social”; y hasta se le ponía de mal ejemplo: “ya ves lo que le pasó por exigente; no querrás tú, seguir ese camino”...
Peor si el divorcio se daba por abandono, o por “otra”; porque surgían comentarios de “por algo sería que la dejó”, al mismo tiempo se les temía como futuras ladronas de maridos cercanos.
Nunca se les daba gusto.
Hoy las cosas han cambiado, encontrar mujeres solas es lo más común; y el término “divorciada” no existe ya legalmente para definir el estado civil; se es, o soltera o viuda.
Y hasta se hacen “fiestas de divorcio”, que según un cable que hace poco leí en la edición virtual de El Mercurio de Chile empiezan a masificarse.
Esta tendencia a celebrar los divorcios con actos religiosos y fandangos, empezó en Estados Unidos; donde por cierto se inician muchas de las modas positivas y avanzadas, aunque también muchísimas de las otras.
Y como todo se comercializa, en internet pueden encontrarse sitios dedicados a las fiestas de divorcio; que entre otras cosas recomiendan no festejar, hasta tener los papeles firmados; y que los hijos pequeños no asistan a la fiesta, para no enturbiar la relación con el otro padre.
Llegar a la decisión de divorciarse, no es agradable para nadie; y antes de pensar en hacerlo, se pasan situaciones tristes.
Pero cuando una relación se convierte en algo doloroso y enfermizo, lo mejor es responsabilizarse de las propias emociones y terminarla.
Y por supuesto es más sano hacerlo en forma festiva, que acabar a insultos y golpes; como en esa horripilante película que es La Guerra de los Roses, y que aunque parezca que no, hay muchas ocasiones semejantes en la vida real.
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