¿Cuál es el papel de la sociedad civil en la transformación de una comunidad? ¿Es posible que los ciudadanos se unan y cambien una ciudad, de ser una de las más violentas del país, en un foco de prosperidad?
La respuesta se antoja, a primera vista, complicada. El poder de un ciudadano parece insignificante ante el embate de las fuerzas criminales, la corrupción y los malos manejos de los gobernantes. Si a esto se añade, como en el caso de Tijuana, el paso fronterizo más transitado del mundo, el problema parece salirse de proporciones.
Sin embargo, esta situación no arredró a la sociedad tijuanense. En 2008 parecía haberse salido de control, las ejecuciones, los levantones y los secuestros estaban a la orden del día. La situación era tan desesperada que, por ejemplo, muchos restaurantes tuvieron que cambiar sus operaciones para servir banquetes a domicilio, ante el temor de que la violencia podría hacer presa de cualquier persona, a cualquier hora. Los negocios cerraban, las calles se encontraban desiertas, y la actividad económica en general bajó a niveles preocupantes.
Hoy en día, la ciudad se encuentra en una situación completamente diferente. Los negocios florecen, la gente pasea en las calles y se respira un clima de tranquilidad que parece imposible de ser alcanzado en tan sólo cuatro años. ¿Qué fue lo que pasó?
La solución parece, de tan sencilla, difícil de creer. Al innegable esfuerzo de las autoridades, y en específico del mando policíaco, que logró abatir los índices de criminalidad, se sumó el compromiso y la participación de la ciudadanía. Así, en los últimos años, mientras en otras comunidades la gente se resignaba a vivir y pactar con la delincuencia, los tijuanenses emprendieron una cruzada por la seguridad que llevó al Ejército a las calles, y a exigir la actuación pronta y honesta de las autoridades. Mientras en otras ciudades la migración era una opción más que cercana, en Tijuana los habitantes se negaron a dejar su ciudad en manos del crimen organizado. Los empresarios se organizaron y, en vez de limitar su actuación a la mera queja, entendieron que era necesario participar codo a codo con las autoridades.
La ciudad entera se embarcó en un proceso de cambio cultural que ha rendido frutos, que jamás podrían haberse obtenido sin la participación decidida de los ciudadanos. Un ejemplo de esto es Tijuana Innovadora, que se lleva a cabo en estos días y hasta el próximo 21 de octubre.
Tijuana Innovadora es un evento que reúne a grandes líderes y pensadores en una fiesta que une a la ciudad entera. Hay eventos culturales de gran calidad, y una serie de actividades alternas que, junto a una exposición de la industria local, cumple con la función no sólo de atraer turismo y más inversiones, sino de lograr que la gente se sienta orgullosa de su patria chica. Esto es palpable desde el momento en el que se aborda un taxi cualquiera, en la calle, con total seguridad, y el conductor lo primero que pregunta es el lugar de origen. Tras la conversación habitual sobre el clima y, en este caso, el tráfico de la Ciudad de México, que no deja de parecerles inimaginable —como a todos los capitalinos, dicho sea de paso—, lo primero que pregunta el conductor es cómo se percibe la ciudad. Los tijuanenses saben la respuesta, y están orgullosos de repetirla a cada momento: la inseguridad ha disminuido, la gente es amable, la sociedad se siente vibrante y deseosa de salir adelante. Tijuana Innovadora es, también, otro motivo de orgullo, y la historia de su surgimiento se repite a cada momento: un ciudadano tuvo la iniciativa de mostrar al mundo, y a los propios tijuanenses, que la suya es una ciudad cosmopolita y que ha rebasado el viejo estigma de drogas y prostitución. La primera edición del evento, en 2010, fue todo un éxito, y la idea de José Galicot ha sido fundamental para darle la vuelta a una sociedad que hasta hace unos años vivía sumida en el miedo y la desazón. Hoy los tijuanenses saben que tienen la capacidad de llevar a su comunidad hasta donde ellos quieran, y asumen riesgos que antes no podrían siquiera considerar.
Mientras el taxista hablaba y se extendía en el panegírico de su ciudad, la reflexión sobre el papel de la ciudadanía en la transformación de las sociedades es obligada. Es necesario que la sociedad civil se organice, se comprometa, y deje atrás las mezquindades de los logros temporales. Los gobiernos deben entender que su función primordial es de gestoría, y que su fin único es el bien común de la ciudadanía. La policía debe de ser saneada, y el servicio público en general debe dejarse en manos de los más capaces. Los políticos deben dejar de pensar en intereses partidistas para lograr acuerdos que contribuyan al bien común. Los empresarios deben comprender que su responsabilidad con la sociedad rebasa el ámbito de la mera generación de empleos y proveeduría de bienes y servicios, para convertirse en el motor de las comunidades.
La reflexión fue interrumpida por la visión de un cartel inmenso con el slogan de la ciudad, que hace referencia a la ubicación geográfica pero sería magnífico se extendiera al cambio cultural: “Aquí empieza la patria”. Ojalá que así sea
La respuesta se antoja, a primera vista, complicada. El poder de un ciudadano parece insignificante ante el embate de las fuerzas criminales, la corrupción y los malos manejos de los gobernantes. Si a esto se añade, como en el caso de Tijuana, el paso fronterizo más transitado del mundo, el problema parece salirse de proporciones.
Sin embargo, esta situación no arredró a la sociedad tijuanense. En 2008 parecía haberse salido de control, las ejecuciones, los levantones y los secuestros estaban a la orden del día. La situación era tan desesperada que, por ejemplo, muchos restaurantes tuvieron que cambiar sus operaciones para servir banquetes a domicilio, ante el temor de que la violencia podría hacer presa de cualquier persona, a cualquier hora. Los negocios cerraban, las calles se encontraban desiertas, y la actividad económica en general bajó a niveles preocupantes.
Hoy en día, la ciudad se encuentra en una situación completamente diferente. Los negocios florecen, la gente pasea en las calles y se respira un clima de tranquilidad que parece imposible de ser alcanzado en tan sólo cuatro años. ¿Qué fue lo que pasó?
La solución parece, de tan sencilla, difícil de creer. Al innegable esfuerzo de las autoridades, y en específico del mando policíaco, que logró abatir los índices de criminalidad, se sumó el compromiso y la participación de la ciudadanía. Así, en los últimos años, mientras en otras comunidades la gente se resignaba a vivir y pactar con la delincuencia, los tijuanenses emprendieron una cruzada por la seguridad que llevó al Ejército a las calles, y a exigir la actuación pronta y honesta de las autoridades. Mientras en otras ciudades la migración era una opción más que cercana, en Tijuana los habitantes se negaron a dejar su ciudad en manos del crimen organizado. Los empresarios se organizaron y, en vez de limitar su actuación a la mera queja, entendieron que era necesario participar codo a codo con las autoridades.
La ciudad entera se embarcó en un proceso de cambio cultural que ha rendido frutos, que jamás podrían haberse obtenido sin la participación decidida de los ciudadanos. Un ejemplo de esto es Tijuana Innovadora, que se lleva a cabo en estos días y hasta el próximo 21 de octubre.
Tijuana Innovadora es un evento que reúne a grandes líderes y pensadores en una fiesta que une a la ciudad entera. Hay eventos culturales de gran calidad, y una serie de actividades alternas que, junto a una exposición de la industria local, cumple con la función no sólo de atraer turismo y más inversiones, sino de lograr que la gente se sienta orgullosa de su patria chica. Esto es palpable desde el momento en el que se aborda un taxi cualquiera, en la calle, con total seguridad, y el conductor lo primero que pregunta es el lugar de origen. Tras la conversación habitual sobre el clima y, en este caso, el tráfico de la Ciudad de México, que no deja de parecerles inimaginable —como a todos los capitalinos, dicho sea de paso—, lo primero que pregunta el conductor es cómo se percibe la ciudad. Los tijuanenses saben la respuesta, y están orgullosos de repetirla a cada momento: la inseguridad ha disminuido, la gente es amable, la sociedad se siente vibrante y deseosa de salir adelante. Tijuana Innovadora es, también, otro motivo de orgullo, y la historia de su surgimiento se repite a cada momento: un ciudadano tuvo la iniciativa de mostrar al mundo, y a los propios tijuanenses, que la suya es una ciudad cosmopolita y que ha rebasado el viejo estigma de drogas y prostitución. La primera edición del evento, en 2010, fue todo un éxito, y la idea de José Galicot ha sido fundamental para darle la vuelta a una sociedad que hasta hace unos años vivía sumida en el miedo y la desazón. Hoy los tijuanenses saben que tienen la capacidad de llevar a su comunidad hasta donde ellos quieran, y asumen riesgos que antes no podrían siquiera considerar.
Mientras el taxista hablaba y se extendía en el panegírico de su ciudad, la reflexión sobre el papel de la ciudadanía en la transformación de las sociedades es obligada. Es necesario que la sociedad civil se organice, se comprometa, y deje atrás las mezquindades de los logros temporales. Los gobiernos deben entender que su función primordial es de gestoría, y que su fin único es el bien común de la ciudadanía. La policía debe de ser saneada, y el servicio público en general debe dejarse en manos de los más capaces. Los políticos deben dejar de pensar en intereses partidistas para lograr acuerdos que contribuyan al bien común. Los empresarios deben comprender que su responsabilidad con la sociedad rebasa el ámbito de la mera generación de empleos y proveeduría de bienes y servicios, para convertirse en el motor de las comunidades.
La reflexión fue interrumpida por la visión de un cartel inmenso con el slogan de la ciudad, que hace referencia a la ubicación geográfica pero sería magnífico se extendiera al cambio cultural: “Aquí empieza la patria”. Ojalá que así sea
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