Por Teresa Gurza
El temblor me tocó en el edificio de aduanas del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, donde en esos momentos estaba terminando trámites para rescatar una pistolita que me regaló hace casi 40 años mi esposo Matías, y me traje de Chile.
La parte donde están las oficinas del SAT, es una construcción vieja y frágil; y el sismo se sintió fuerte, por lo que todos salimos corriendo.
Por fortuna al rato las cosas volvieron a la normalidad y ayudada por Lizeth Rivera, funcionaria de esa dependencia, pude seguir con las diligencias.
Al arribar a México desde Chile el 31 de octubre del año pasado, declaré que traía el arma porque no pretendía hacer nada ilegal; pero me la decomisaron ahí mismo.
Es curioso que a los aduaneros les hayan pasado por las narices las miles de armas de Rápido y Furioso sin que se dieran color; y se pongan tan exigentes con la entrada de una minúscula pistolita de 6 milímetros de calibre, inservible por vieja y trabada; pero que es para mí un preciado recuerdo.
Buscando saber que debía hacer para sacarla de la aduana, desde el día siguiente empecé a llamar a la Secretaría de la Defensa; telefonazos eternos, porque tardan siglos en contestar.
Y fui a su Registro Federal de Armas de Fuego y Control de Explosivos con la documentación requerida y el comprobante del pago bancario por derechos de autorización.
Pero luego de decirme que sí y tenerme semanas esperando, el permiso me fue negado.
Como pensé que la negativa era injusta e indebido el trato que recibí en la ventanilla, envié una carta al General Guillermo Galván Galván, secretario de la Defensa Nacional, contándole lo sucedido.
Y el 21 de diciembre me llegó por correo electrónico un aviso, informándome que me concedía un permiso especial de importación y podía pasar a recogerlo.
Al acudir me sorprendió gratamente la amable atención que recibí; gracias a la intervención del general Galván, se me facilitó todo; e incluso el Tte. Coronel Félix Moreno Vivanco, me llevó a la aduana del aeropuerto donde debía revisar el arma.
Una vez eso resuelto, creí que sería cosa de esperar unos minutos para que me la entregaran.
Me equivoqué; porque en el SAT me dijeron que para eso, debía contratar un agente aduanal.
Y dale a buscar a quién tomar; porque son cientos y no todos tienen la facultad para tramitar armas, aunque se tratara de una diminuta pistolita.
Caminé horas por los pasillos y patios espantosos, medio siniestros y bastante mugrosos de aduanas…Atroz…
Conviven ahí como si nada, situaciones y personajes extrañísimos; y entre venta de tacos, comida chatarra y una torre de naranjas esperando que las hicieran jugo, oía siempre el llanto de un bebé de pocos meses.
Subí y bajé por oficinas aduanales; fui y vine, hasta dar con una que reuniera los requisitos.
Pensé que ya podía cantar victoria; pero en esto que el gobierno llama simplificación administrativa, aún me faltaba dar muchos pasos más.
Debí ir al SAT de Cuernavaca varias veces y entregar documentos con copias por montones; y regresar otras, por equivocaciones de sus empleados; llamar casi a diario al agente aduanal y abogados por él recomendados para hacer el necesario “pedimento de importación por una sola vez”; que tras cumplir con todo, me fue negado por el SAT, porque soy persona física y no moral.
Agotador…
Como soy bastante necia y además quería constatar los problemas de todo el proceso, no quise darme por vencida y recurrí directamente a la Secretaría de Hacienda.
Finalmente el director de la Aduana del Aeropuerto Juan Carlos Ramírez Alarcón, comisionó a Lizeth Rivera, del SAT, para que me ayudara y tras casi 5 meses me devolvieron mi pistolita.
Antes pagué a Almacenes Fiscalizados, por almacenaje, custodia, y “maniobras de conducción”, como llaman al simple acto de entregar lo decomisado.
Almacenes Fiscalizados es una empresa concesionada por el gobierno que no recibe cheques sino únicamente efectivo; y cuyos empleados elevaron en minutos la suma en más de 300 pesos, porque según dijeron “con el temblor perdimos la conexión”.
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