Por Teresa Gurza
Terrible debe ser para el presidente Felipe Calderón tener que lidiar con esa, su propia personalidad tan contradictoria.
Y por supuesto lo es para quienes lo rodean de cerca; y mucho más para nosotros,
los mexicanos comunes.
Esa personalidad tan compleja y ese carácter presidencial que pasa en segundos
de la ira y determinación a la frustración y el desánimo, y que tan bien captó
el presidente de Estados Unidos Barak Obama, se ha expresado a lo largo de su
mandato de muchas formas.
Y esta semana se hicieron presentes una vez más, en dos cuestiones de las que
al parecer el propio Calderón no se dio cuenta; o simplemente ya no le importa
que los demás las noten.
Mientras por un lado en el Vaticano, --a donde acudió violando la Constitución
para asistir a la beatificación de Juan Pablo II--, un Calderón sumiso y casi
lloroso suplicó al Papa en la sacristía de San Pedro, que venga a México porque
“estamos sufriendo”, a los cuatro días ya en nuestro país, insistió
enfáticamente en su discurso de guerra; de una guerra, dijo, que “vamos a
ganar”.
Pensando seguramente que el viaje pontificio y los elogios que Benedicto XVI
pueda brindarle, serían capaces de desviar la atención de los mexicanos sobre la
violencia que se sufre en varias entidades; y de legitimar los estragos y los
más de 35 mil muertos que su forma de combatir el narcotráfico han causado,
Calderón rogó al Papa que nos visite.
En su excelente artículo del pasado jueves en La Jornada, Adolfo Sánchez
Rebolledo, describió ese fugaz diálogo del presidente Calderón con el Papa, en
el que sobresale “el tono dramático de Calderón en lo que parece un desesperado
llamado de auxilio impropio entre jefes de Estado, pero normal en una relación
paterno-filial”.
Calderón, sigue Sánchez Rebolledo, le dijo al Pontífice: “Santo padre, gracias
por su invitación, gracias a usted y a la Iglesia. Le traigo una invitación del
pueblo mexicano (…) Estamos sufriendo por la violencia. Ellos ---los
mexicanos--- lo necesitan más que nunca, estamos sufriendo. Lo estaremos
esperando”.
Pero pronto se le olvidó ese sufrimiento al Presidente, porque el 5 de mayo, en
la celebración del 149 aniversario de la Batalla de Puebla, Calderón insistió
que seguirá la lucha del Ejército contra el crimen porque “tengo la razón, la
ley y la fuerza”.
Y triunfalista, reiteró que el Estado cuenta con la fuerza para encarar el
desafío del crimen y agregó un enérgico “vamos a ganar”.
Es una lástima que no coincida con él una de sus propias dependencias, la PGR;
que ese mismo día admitió que el Chapo Guzmán, uno de los principales capos
perseguidos por el gobierno de Calderón, “es un blanco difícil de atrapar”.
Y que tampoco lo hagan los integrantes de la multitudinaria manifestación salida
de Cuernavaca esa mañana tras una manta que proclama “estamos hasta la madre de
tanta violencia” y demanda un alto a la “guerra” que viene desde el poder.
Sin mencionar para nada esa marcha, que encabeza Javier Sicilia padre de uno de
los últimos muchachos asesinados, el Presidente precisó “los mexicanos de bien
están conmigo en el mismo bando”.
Y que no tiene la opción siquiera, “de considerar el rendirse, claudicar o
entregar al país a criminales y gavillas asesinas”.
Hizo luego una advertencia más, a los que “de buena o mala fe quisieran ver a
nuestras tropas retroceder y a las instituciones bajar la guardia…(a ellos) yo
les digo que eso no puede y no va a ocurrir porque tenemos la razón y tenemos la
ley y porque tenemos la fuerza, vamos a ganar".
Para después recordar la frase del Himno Nacional que dice
"un soldado en cada hijo te dio”; y pedir a todos que sin
importar militancias partidistas se unan a su lucha.
Sin embargo, por las alturas a donde han llegado tanto su
indiferencia a las opiniones ajenas, como el dolor de miles
de familias que han sufrido en carne propia los asesinatos
de inocentes, creo que muchos dudarán en hacerlo.
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