Por Teresa Gurza.
Fíjense que hoy leí algo muy conmovedor y que me hizo recordar lo que sucedió a mi Pingüica, una perrita chihuahua a la que quise mucho..
Se trata de un artículo del diario chileno El Mercurio que afirma, que los animales sienten la muerte de manera muy similar a los humanos.
Tesis confirmada recientemente cuando Gana, gorila de once años de edad, rehusó durante varios días desprenderse del cadáver de su hijo Claudio, de tres meses.
Gana vive en Alemania en el Zoológico de Münster; y las fotografías cargando a su bebé muerto, dieron la vuelta al mundo.
El gorilita murió del corazón; pero los veterinarios no pudieron verificar la muerte porque la madre se negaba a entregarles a Claudio; y acurrucándolo y estrechándolo contra su pecho, paseaba con él como si estuviera vivo.
Lo sucedido provocó admiración y compasión entre el personal del zoológico, que vieron que Gana estaba conciente de la mortalidad y lamentaba a su muerto tal como nosotros.
A raíz de esta experiencia, primatólogos especialistas en el cuidado de los grandes monos advirtieron que en casi todas las especies de monos del mundo, las madres reaccionan igual que Gana, abrazando a sus hijos muertos como si estuvieran vivos y atacando a quien pretendiera arrebatárselos.
Y la investigadora Sara Hrdy explicó que la única vez que fue atacada por los langures que son unos monos de la India, fue cuando intentó inspeccionar el cadáver de un bebé; y que cuando un monito muere, la madre tarda varios días en permitir que le quiten al hijo.
Es probable que esta conducta se deba a que hombres y grandes primates compartimos el 98 por ciento de los genes.
Y generalmente ocurre, en animales que tienen un solo bebé tras largos periodos de gestación.
Además de que en ocasiones bebés en estado de coma, son vueltos a la vida cuando las madres se aferran a ellos dándoles calor.
Otros investigadores afirman, que en toda la naturaleza hay ejemplos de animales que se comportan como si estuvieran conscientes de la brutal supremacía de la muerte.
Michael Wilson profesor de Antropología en la Universidad de Minnesota y estudioso de los chimpancés, asegura que estos changos entienden perfectamente la muerte y la diferencia entre los vivos y los muertos.
Que las madres no intentan reanimar a sus crías si las ven demasiado inanimadas o decaídas; que los chimpancés jóvenes muestran tanto dolor cuando su madre muere, que muchas veces, aún cuando puedan valerse por sí mismos, mueren de pura tristeza; y que los machos hombres son más insensibles a la muerte.
Yo puedo decirles que no sólo los primates tienen esas reacciones.
En su primer parto mi Pingüi tuvo dos cachorritos; al morir uno de ellos, lo arrojó fuera de la perrera; y se dedicó a lamer, amamantar y criar al otro.
Y cuando oía que me acercaba, lo cogía con el hocico y lo sacaba como para presumírmelo y que yo lo viera.
Todo iba bien hasta que les conté todo esto a unas amigas, que a su vez se lo contaron a sus niños; y todos llegaron a conocer al perrito.
La Pingüi tenía mucha personalidad y además de adorarme, vivía segura de que yo era la mascota y ella mi dueña.
Pero odiaba la demás gente, sobre todo a los niños; así que cuando se dio cuenta que tenía visitas, salió furiosa a morderlos y no paró de ladrar.
Con el enojo se le fue la leche y el bebé adelgazó en horas, sin que me diera cuenta hasta que oí un alarido espantoso.
Era la Pingüi que lloraba casi como gente y entre grito y grito masajeaba a su hijito y se sentaba sobre él como para reanimarle el corazón.
No hubo caso, el animalito murió; y tuvieron que pasar tres días para que mi perra me dejara meter la mano a su casita, para poder retirar el cuerpo.
Platiqué esto varias veces, pero como que no me creían. Ahora veo que la Pingüi no es la única madre animal con ese comportamiento.
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