Por Julio Pomar
Ya se preveía. Los norteamericanos han visto mermar su poderío olímpico en los actuales juegos que se efectúan en Beijing, capital de China y en algunas sedes alternas como la hermosa y despampanante Shanghai. Seguimos rodeados de las Olimpiadas de Beijing. A todos, en una medida o en otra, nos han atrapado, o capturado al menos un poco de atención. Como sea, una Olimpiada no es asunto banal, sino que captura a cientos de millones de seres en el planeta.
Como dijimos hace una semana, el palenquero sólo es un espectador más, que goza o se aburre ante la TV, y pretende calibrar, más que nada, el grado de preparación que los contingentes nacionales presentan en las competiciones, como reflejo de desarrollos internos de las respectivas naciones. Y los resultados están siendo sorprendentes en algunos sentidos. Por ejemplo, percibimos un gran repunte de las delegaciones anglófonas del Caribe, con sus velocistas de pista: Jamaica y Bahamas, y un cierto descenso de los otros caribeños, incluida Cuba, que tuvo que perder en “la pelota”, base-ball, ante Corea del Sur y con eso no pudo llegar a la presea de oro que había venido conquistando en olimpiada y olimpiada. Eso no indica sino que siguen siendo grandes jugadores de “la pelota”, pero deben darle paso a nuevas generaciones de beisbolistas. América Latina sigue hundida en el atraso deportivo, con excepciones. México es una catástrofe, de la que ni hablar se antoja, pero que refleja la falta de metas del país y su desgobierno que vive aplastado por el crimen organizado.
Se ha confirmado que, contra lo que quiere el neoliberalismo rapaz y arrasador, hay un hecho relevante: la idea de nación está más presente que nunca, pues los atletas y participantes acuden a Beijing, como antes a las anteriores Olimpiadas, lo hacen no en nombre individual propio sino de sus naciones. Sigue siendo férrea la realidad de la existencia de las naciones, y no la realidad global que quieren los depredadores neoliberales, en su pretensión exenta de historia. Las naciones existen no sólo como entidades, sino como identidades (cultura, tradiciones, historia, política, psicología, símbolos). Tal el caso de una velocista de pista árabe, que corrió con la mitad del velo (chador), en reverencia a su propia cultura religiosa.
Ya los Estados Unidos no son los chipocludos de las olimpiadas. Van muy abajo de China en el medallero, y esta diferencia se ampliará conforme lleguen a su fin los Juegos. Se acabaron las olimpiadas norteamericanas aplastantes, y en gran parte a manos de la China Popular, que ha dado una exhibición magistral de su capacidad organizativa y de su avanzado deporte en casi todas las disciplinas. Ni siquiera la URSS en sus mejores épocas pudo superar con esta amplitud a Estados Unidos. El predominio olímpico norteamericano se ha ido desdibujando como en la política internacional, y aunque siguen dominando se está diluyendo esa hegemonía. En otro sentido, casi sólo negros o afroamericanos son los que ganan medallas de oro para EU. La excepción es la del blanco Phelps, el nadador, con sus ocho medallas áureas. Y así como ya no hay pax americana (con equis), tampoco hay dominio abrumador olímpico. Fenómenos que al parecer van de la mano.
Está China cumpliendo, pues, su desafío al imperio gringo. Lo que se vio como perspectiva ya es una realidad. Ante los ojos del mundo, los chinos emergen como gran potencia mundial, aunque en los círculos de las finanzas, el comercio y la tecnología ya era un hecho muy sabido. Ahora lo es a nivel de los pueblos de todo el mundo. Se acabó la extrema miseria de su pueblo, aunque cientos de millones del occidente chino siguen en la precaria pobreza. Ya no se puede decir, como alguna vez dijo el desaparecido gran hombre y académico Guillermo Garcés Contreras, viendo la miseria galopante del pueblo chino en la primera mitad del siglo XX, en ese momento sin salvación: “Para China, ni el socialismo basta”.
Obviamente .
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