Como es natural por la magnitud del Cobid19, personalidades de muchos países están analizando sus antecedentes y consecuencias.
Quiero compartirles hoy, algunos planteamientos del papa Francisco, la periodista canadiense Naomi Klein y el historiador israelí, Yuval Noah Harari; que, a pesar de sus diferencias, coinciden en señalar que aún antes del virus para los pobres lo normal era, vivir en crisis.
Autora de La doctrina del shock, que identifica al libre mercado como «capitalismo del desastre», Klein manifestó en conferencia virtual para el diario chileno La Tercera, que los gobiernos son causantes de lo que ocurre, por no haber atendido las señales de advertencia y haber impuesto a sus pueblos una brutal austeridad que dejó los sistemas públicos de salud en los huesos y sin la capacidad de lidiar con la pandemia.
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Precisó que la crisis que vivimos es resultado de un modelo económico, “empapado en sangre” y los ciudadanos deben mostrar su indignación y estar alertas, porque en tiempos de desastres las élites aprovechan para aprobar reformas que agravan las divisiones económicas y sociales.
Y agregó que, así como los líderes están buscando forma de explotar la crisis, los ciudadanos debíamos intercambiar estrategias para conseguir una economía de protección a la vida.
Por su parte Harari, autor de Sapiens y Homo Deus entre otros libros, explicó en El País de este lunes, que la humanidad carece de líderes para dar batalla al coronavirus.
Que muchos culpan de la pandemia a la globalización y demandan desglobalizar el mundo, siendo que el antídoto es lo contrario, la cooperación; y que la cuarentena es ahora fundamental para detenerla, pero mantenerla a largo plazo provocaría un derrumbe económico y no protegería de las enfermedades infecciosas.
Y este domingo de Resurrección, el papa Francisco centró su preocupación en lo que llamó "la pandemia de los excluidos.”
Lo hizo primero, en una carta a integrantes de movimientos y organizaciones populares que “constituyen un ejército invisible que combate sin más arma que la solidaridad, la esperanza y el sentido de la comunidad; que reverdece estos días, en los que nadie se salva solo.”
Advirtió que en las periferias a dónde no llegan las soluciones del mercado y escasea la protección del Estado, estos movimientos no esperan resignados que les caiga alguna migaja de los que detentan el poder económico ni se encierran en la queja, sino que “han ideado soluciones dignas para los problemas más acuciantes.”
Y urgió al mundo implementar un salario mínimo universal, para los excluidos de los beneficios de la globalización que carecen de fondos para resistir cuarentenas.
Entre ellos, “las mujeres que multiplican el pan en los comedores comunitarios cocinando con dos cebollas y un paquete de arroz un delicioso guiso para cientos de niños”, los enfermos, ancianos, campesinos y agricultores, los que encuentran difícil quedarse en viviendas precarias o no tienen casa, los que viven el día a día, los vendedores ambulantes, feriantes, recicladores, pequeños agricultores, constructores, costureros, cuidadores y trabajadores informales o independientes.
Y anticipándose a los cambios que necesariamente ocurrirán después de esta tormenta, los invitó a pensar qué hacer para formular un proyecto de desarrollo humano centrado en el protagonismo de los Pueblos en toda su diversidad y el acceso universal a tierra, techo y trabajo.
Dijo después, que confía esta crisis “nos saque del piloto automático, sacuda conciencias y permita una conversión humanista y ecológica que termine con la idolatría del dinero; y ponga en el centro, la dignidad y la vida…"
Concluyó precisando que nuestra civilización necesita repensarse y regenerarse; y los movimientos populares que, con pudor, dignidad, compromiso, esfuerzo y solidaridad, han logrado transformar condiciones y vidas, serán constructores indispensables de ese cambio impostergable y voz autorizada para testimoniar, que es posible.
Después, en un mensaje dirigido a los mil 300 millones de católicos y caracterizado por ser el de mayor contenido político en sus siete años de pontificado, pidió a los gobiernos “contagiar esperanza” con medidas globales que incluyan reducción o condonación de las deudas a los países pobres, para poder enfrentar unidos la pandemia.
Y demandó a la Unión Europea, dejar rivalidades y egoísmos y sostenerse mutuamente en el combate al virus.
"No es este, dijo, momento para seguir fabricando y vendiendo armas y gastando elevadas sumas que podrían usarse para cuidar personas y salvar vidas.”
Y llamó a idear soluciones innovadoras para evitar que los más pobres se sientan abandonados y el egoísmo de intereses particulares y la tentación de volver al pasado, ponga en riesgo la convivencia pacífica y el desarrollo de las próximas generaciones.
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