Las fechas a ellos consagradas, no son para festejar sino para ratificar año con año, sus derechos.
La idea de celebrar un “día del niño”, surgió el 20 de noviembre de 1959, en la Asamblea General de la ONU en Ginebra, Suiza, cuando sus estados miembros decidieron reafirmar universalmente, los derechos de los niños; y propusieron actividades para desarrollar el bienestar infantil en todo el planeta; algo que estamos lejísimos de lograr.
Cada país ha elegido su propia fecha para hacerlo; y en algunos como el nuestro, la intención existía desde antes.
Fue el 30 de abril de 1924, cuando el presidente Álvaro Obregón y su Ministro de Educación Pública, José Vasconcelos, convinieron en que ese día, estaría dedicado a los mexicanitos.
Nuestra Constitución, la Convención sobre los Derechos del Niño y la Ley General de los Derechos de niñas, niños y adolescentes, les reconocen ocho derechos fundamentales.
Derecho a la vida y a crecer en condiciones óptimas.
Derecho a recibir educación y disfrutar de vida social.
Derecho a no pasar hambre ni sufrir malnutrición.
Derecho a la salud y a ser protegidos de las enfermedades.
Derecho a tener agua potable de calidad.
Derecho a nombre, apellido y nacionalidad y a saber quiénes son sus padres.
Derecho a la libertad de religión, a opinar y a participar en las decisiones que los afecten.
Derecho a vivir en un contexto seguro y libre de cualquier forma de maltrato, discriminación y explotación.
Por desgracia ninguno de estos derechos, de obligatorio cumplimiento para gobierno y sociedad, son efectivos en México.
Datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), publicados este lunes en la Jornada, informan que más de la mitad de los mexicanos menores de 11 años, vive en la pobreza; y la cifra aumenta a ocho de cada diez, entre los indígenas.
La nota de Angélica Enciso agrega, que el 41 punto uno por ciento de los adolescentes de entre 12 a 17 años, vive en pobreza y casi el ocho por ciento, en pobreza extrema; que 20 millones setecientos mil niños y adolescentes, viven con algún tipo de precariedad y más del 22 por ciento, no va a la escuela porque no hay, le queda lejos o faltan recursos; y que la deserción escolar aumentó en casi el 26 por ciento en los últimos años, entre los adolescentes de 15 a 17 años.
En 2015, más del 12 por ciento de los menores de cinco años presentaba desnutrición crónica; porcentaje que llega al casi 19, en el medio rural.
Los niños y adolescentes pobres, sufren enfermedades gastrointestinales que serían previsibles, si el gobierno destinara recursos para sanidad, drenaje y agua potable en sus pueblos.
A todo lo anterior hay que añadir, que dos millones y medio de menores entre cinco y 17 años trabajan; que millones son víctimas de abusos y cientos han sido asesinados o quedaron huérfanos, por la estúpida lucha contra el narcotráfico.
Y también, que cientos de miles padecen enfermedades mentales, por la angustia de vivir sin padres; o por el miedo debido a la violencia que azota sus comunidades.
Por lo que toca al Día Internacional de los Trabajadores, su celebración data de un acuerdo del Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional celebrado en París en 1889, para rendir homenaje a los Mártires de Chicago; ejecutados por participar en mayo de 1886, en una huelga por una jornada laboral de ocho horas.
De modo que no es un día de fiesta, sino de reivindicaciones laborales; sobre todo en países como México, donde la situación de los trabajadores es pésima.
En un análisis concluido en enero de este año, el Observatorio de los Salarios de la Universidad Iberoamericana y el Instituto de Investigación para el Desarrollo con Equidad (Equide) señala que, como resultado de los bajos salarios el 51 punto siete por ciento de los trabajadores mexicanos, está abajo de la línea de pobreza monetaria; y que acá se pagan los salarios más bajos de toda América Latina; y son menores para las mujeres.
Además, el 45 por ciento de los trabajadores mexicanos carece de seguridad social.
Esos ínfimos salarios y las indignas pensiones de los jubilados, pierden día a día poder adquisitivo y ya están en el nivel de hace 25 años;
Todo ello, incrementa la injusta distribución de la riqueza y la afrentosa desigualdad que nos aflige.
Contrastan en este desolador panorama, los altos ingresos que perciben patrones y alta burocracia, gracias al despilfarro millonario de un gobierno cómplice que pacta normas a favor del capital y contra los asalariados.
Y lo peor es que con una izquierda en declive, legisladores insensibles y voraces, y sindicatos dóciles manejados por líderes corruptos, el cambio no será ni fácil ni rápido.
Sintomático de la situación por la que atravesamos, es que este primero de mayo el presidente Peña Nieto hablara a favor de los empresarios y no de los trabajadores.
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