¡VIVA MEXICO!
Terrible semanita entre huracanes y temblores, cuyos efectos pusieron una vez más de manifiesto, la lentitud del gobierno para atender a los afectados, la lacerante pobreza de millones de mexicanos, y esa desigualdad que debiera afrentarnos.
Uno tras otro aparecieron Harvey, Irma, José, Katia y Max, por lo que me pareció oportuno escribir sobre el porqué de sus nombres, con datos que saqué de un artículo publicado en El Mercurio de Chile recientemente.
Desde siempre ha habido huracanes, pero su frecuencia e intensidad destructora ha ido aumentando con el cambio climático; y tal vez, por la energía negativa que recibe el universo por los enojos que gobiernos insensibles en prácticamente todo el mundo, producen en sus ciudadanos.
Es también nueva, la forma de llamarlos con nombres alternados; uno de mujer, seguido de uno de hombre.
Hace dos o tres siglos, su bautizo era una cuestión religiosa que iba de acuerdo al santo del día en que se manifestaban.
Con el tiempo, la religión fue perdiendo importancia en la decisión; y a finales del siglo XIX, el meteorólogo australiano Clement Wragge nombró por primera vez una de estas tormentas, sin atender al santoral del día.
Durante varias décadas se eligieron solamente nombres bíblicos; hasta qué en 1953, Estados Unidos cambió las reglas y empezaron a usarse otros nombres, pero siempre de mujer.
Al irse fortaleciendo la lucha de género, se vio que no era justo identificar solo a mujeres, con poderes destructivos.
Por eso, en 1979 la Organización Meteorológica Mundial y el Servicio Meteorológico de Estados Unidos, acordaron nombrar a los huracanes con nombres femeninos y masculinos alternados por orden alfabético, y de acuerdo con una lista que se repite cada seis años.
Pero no terminó ahí el sexismo metereológico; porque hay aún gente que sostiene que las tormentas con nombres femeninos, devastan más y generan más muertes; situación que los investigadores atribuyen, a que como la población los percibe menos amenazantes, toma menos precauciones.
Sobre sismos y huracanes, el colega Octavio García Raziel que siempre se preocupa porque sus amigos periodistas utilicemos bien el lenguaje, nos mandó claves ofrecidas por La Fundéu “para una correcta redacción de las informaciones relacionadas con el terremoto registrado en el estado mexicano de Chiapas”.
Comparto con ustedes, algunas de ellas:
Uno. Es correcto decir sismo o seísmo; sismo es más común en Hispanoamérica y seísmo en España.
Dos. Hipocentro y epicentro, no significan lo mismo. Hipocentro, es el foco sísmico o lugar en el interior de la corteza terrestre donde el sismo tiene origen. Epicentro, es el punto en la superficie terrestre o en el mar, donde fue más intenso.
Tres. Maremoto y tsunami, no son sinónimos. Un maremoto, es un terremoto cuyo epicentro se localiza en el fondo del mar. Un tsunami, es una ola gigantesca producida por un maremoto o por la erupción de un volcán submarino.
Cuatro. La escala de Richter, mide la energía que libera un movimiento sísmico. La escala de Mercalli, los efectos que produce.
Cinco. Se dice devastar, no desbastar. Devastar es ‘destruir’, ‘arrasar’; y desbastar, significa ‘quitar lo basto’, ‘debilitar, gastar’.
Y no los quiero asustar, pero de acuerdo con una nota de Arturo Sánchez Jiménez en La Jornada del 9 de septiembre, científicos de la UNAM aseguraron que el gran sismo que se ha anunciado, no fue este terremoto de Chiapas.
Leonardo Ramírez, de la Unidad de Instrumentación Sísmica del Instituto de Ingeniería de la UNAM, explicó que el movimiento fuerte que se espera para no se sabe cuándo, pero que seguro ocurrirá, se localizará en las costas de Guerrero; y no en las de Chiapas o Oaxaca, como sucedió ahora.
Y añadió que este sismo de Chiapas, no causó destrozos en la Ciudad de México, principalmente por la distancia de su epicentro.
Por su parte, el Servicio Sismológico Nacional que fundado en 1910 cuando se inició el registro de temblores en territorio mexicano, informó que los terremotos más fuertes localizados en nuestro país han sido el de 1932, en las costas de Jalisco y Colima, con magnitud de 8 punto 2; y el de 8 punto uno, en las costas de Michoacán y Guerrero el 19 de septiembre de 1985.
Y aunque no se tienen registros instrumentales de fechas anteriores a 1910, hay evidencias de que en 1787 ocurrió un terremoto de entre 8 punto dos y 8 punto cuatro, en las costas de Oaxaca y Guerrero.
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