martes, 17 de mayo de 2016

¿Vivimos en una Matrix?

Desde los albores de nuestra civilización, distintos pensadores, grupos religiosos y cultos esotéricos han barajado la posibilidad de que vivimos engañados en un mundo ilusorio, atrapados en una ficción creado por un ser superior o una entidad maligna. En la actualidad, algunos científicos creen que el fascinante universo descrito por el cine y la literatura podría ser algo más que simple ficción…


¿Nuestra vida es una simulación?
Su familia, las personas a quienes ama, los objetos que le rodean e incluso usted mismo, todos sus recuerdos, pensamientos, emociones y, en definitiva, el Universo al completo, son un complejo entramado de bits, unidades de información agrupadas y manejadas por un elaboradísimo programa informático. La realidad, el mundo en que vivimos, es sólo una ilusión, una enrevesada y perfecta simulación virtual, gestionada por una gigantesca supercomputadora. 

A primera vista, este escenario parece el guión de una novela o película de ciencia-ficción que, como The Matrix (Warner Bros, 1999) propone que vivimos bajo la tiranía de las máquinas, engañados por un mundo ilusorio. Sin embargo, varios científicos de alto nivel han propuesto que esta idea –en principio aparentemente descabellada– quizá podría ser mucho más factible de lo que parece. 

Uno de ellos es Sir Martin Rees, profesor de Cosmología y Astrofísica en la Universidad de Cambridge. Rees pronostica que, si el avance de la informática sigue evolucionando de la forma en la que lo ha hecho hasta ahora, dentro de pocos años será posible concebir ordenadores tan potentes que lograrán construir y simular un universo completo, habitado incluso por entidades conscientes. «Si esta tendencia continúa, entonces podemos imaginar ordenadores capaces de simular mundos quizás incluso tan complicados como éste en el que nosotros creemos estar viviendo», asegura Rees. 

Esto hace surgir una cuestión filosófica: «¿Podríamos nosotros mismos ser parte de una simulación similar, y lo que pensamos que es el Universo no pase de ser más que una ilusión?», se pregunta este científico. 

«La posibilidad de que seamos creaciones de algo supremo, o de una superinteligencia, empaña la frontera entre la física y la filosofía idealista, entre lo natural y lo sobrenatural, entre la relación de la mente con los multiversos y la posibilidad de que estemos viviendo en ‘;Matrix’ más que en un mundo físico». Este fascinante escenario fue planteado por Rees en What we still don't know (Lo que no sabemos todavía), un documental emitido en diciembre de 2004 en el canal de televisión británico Channel 4. 


Lo más probable es que toda tu vida sea el resultado de las decisiones de un adolescente taringuero jugando a simular el siglo XXI. ¿Cómo se te queda el cuerpo? No, no se me ha ido la cabeza, estoy hablando del argumento de la simulación establecido por Nick Bostrom en 2003. 

En realidad he exagerado un poco, pero entiendanme, quiero tener gancho y que me dejen seguir escribiendo aquí o, desde el nuevo punto de vista, que quien sea que esté jugando con mi vida me deje seguir escribiendo aquí visto que el cabrón, o cabrona, no ha tenido a bien hacerme una estrella del rock al que invitan a drogas y orgías por costumbre. Pero conste que no me quejo, solo refiero. 

Fundamentos
Estamos en el 2015, año arriba, año abajo. Tenemos tablets, smartphones, portátiles e incluso frigoríficos conectados a la red. Nuestra capacidad computacional ha avanzado exponencialmente desde el origen de los primeros ordenadores hasta nuestros días, y por lo visto seguirá avanzando todavía por un tiempo. Hay gente que discute los límites de la computación en términos de memoria, de número de cálculos por segundo, etc., y estiman que este ritmo de mejora computacional no puede seguir indefinidamente. Todos esos cálculos sirven para una cosa: para pasar de ellos. Están basados en extrapolaciones y, como se ha demostrado en mil y una ocasiones, las predicciones basadas en extrapolaciones tienen una deliciosa manía de fallar. Ya lo dijo Bohr: «Es terriblemente difícil hacer predicciones, especialmente cuando se refieren al futuro». Tomen nota. 

Lo que podemos pensar es que en algún momento una civilización como la nuestra en el futuro habrá alcanzado tal poder computacional y tal habilidad a la hora de programar que será posible hacer una simulación del pasado. Y quien hace una, hace ciento. 

La simulación sería tan compleja que los seres simulados, emuladores de los antepasados de la civilización simuladora, tendrían consciencia de ellos mismos y podrián experimentar experiencias complejas como las que nosotros sentimos. Vamos, una realidad virtual con consciencias simuladas. Una pasada. 

Aquí nos podemos perder en discusiones de teoría de la complejidad, la teoría de computadores, la teoría de la información… pero tampoco ganaríamos nada. Para lo que sigue solo tenemos que aceptar que en el futuro tendremos computadoras que podríamos clasificar como «pepinos» donde se podrá simular todo un mundo como el nuestro con seres conscientes y con una compleja red de relaciones. 


Concedamos por un momento que dicho escenario es real. Si fuera así, ¿quién se esconde tras dicha simulación? ¿Es nuestro mundo producto de la mente de una superinteligencia que lo domina y controla todo? ¿Podríamos ser el resultado de un experimento informático elaborado por una civilización supertecnificada?
Una de las ideas más extendidas entre aquellos pensadores –y presente en algunas doctrinas religiosas y esotéricas– plantea que podríamos ser participantes en un gigantesco juego de dimensiones cósmicas. Si esta hipótesis fuese acertada, cabrían numerosas variaciones igualmente inquietantes: Una posibilidad es que seamos meros jugadores inconscientes, manejados y manipulados al antojo de un ser superior, a modo de simples personajes de un videojuego. Otra opción –más atractiva y tranquilizadora– propone que somos igualmente jugadores, pero de forma «voluntaria». 





vida simulada

En este último supuesto, seríamos «entidades espirituales», individuos de la «auténtica realidad» que hemos decidido participar en este juego, aunque habríamos olvidado por completo nuestro verdadero origen. De este modo, el nacimiento sería el comienzo de una nueva «partida», y la muerte el final del juego. Tal experiencia podría ser una compleja forma de ocio –similar a nuestros videojuegos informáticos– o algún tipo de aprendizaje espiritual, similar a lo que conocemos como reencarnación. 

También cabe la posibilidad –las variaciones son casi infinitas, y están sólo limitadas por nuestra imaginación– de que este mundo virtual no sea ningún tipo de divertimento o de «mecanismo espiritual», sino una forma de castigo o tortura en alguna sociedad ultratecnificada. ¿Qué mejor cárcel que un universo completo, ilusorio, en el que no se recuerde nada de la existencia genuina y donde pueda «recluirse» al delincuente por tiempo indeterminado? 

De cualquier modo, si todas estas hipótesis y teorías son ciertas, lo más seguro es que la única forma de comprobarlo llegue tras nuestra muerte. Quizá entonces despertemos de un profundo sueño para vernos tumbados en una camilla, conectados mediante cables y artilugios futuristas a un sofisticado ordenador en cuya pantalla aparece la frase «Game Over». 


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