Por Teresa Gurza
Inés guarda un poco durante todo el año, para en febrero poder vestir a sus cinco niños dioses y que estén listos para pasar la Candelaria estrenados de todo a todo.
Este año los vistió de “Niños de Atocha”, con sus capas de terciopelo azul con encajes, cestitas para el pan, sombreros, bastoncitos de peregrino con sus guajes para el agua, y huarachitos dorados.
Vestirlos no es ni fácil ni barato “hago el sacrificio porque tengo fuertes mis creencias; y sé que el día 2 debo llevarlos a presentar como hicieron la Virgen y San José con su Niño; pero eso sí, les digo y les explico a los míos, que para hacerles fiesta no me alcanza; y pienso que lo aceptan porque todo el año me cuidan…”
Inés trabaja los siete días de la semana; cinco cocina en un restaurante de Cuautla “con patronas exigentes y agarradas con el sueldo y la comida; pagan poco y dan de comer solo lo sobrante… con decirle que hay veces que quieren que nos cómamos cosas que tienen semanas en el refrigerador …”; por eso en año y medio ha adelgazado 10 kilos.
Y sábados y domingos hace aseos en varias casas, porque tiene que mantener a dos hijas que aún van a la escuela y el marido que la abandonó, no le ayuda en nada; los tres mayores ya están casados y con sus propias familias; dos de ellos viven en Chicago y algo le mandan cuando pueden.
Pero cuando se acerca la Candelaria, la ilusión de vestir a sus niñitos le cambia la vida; y trata de apurarse y salir temprano para recorrer tianguis y mercerías y conseguir telas y accesorios más baratos; los vestiditos ella misma los cose.
El más antiguo de sus niños tiene con ella 35 años y lo heredó de su madre; otro lo compró hace 22, de recién casada; uno más se lo regaló una comadre la Navidad de hace 15 años, y los dos restantes “se me quedaron sin quererlo, ---dice--- porque mi hijo el de Chicago es también de muchas creencias, y me pidió le mandara uno para él y otro para su hermana; los compré y cuando fui a ponerlos a los correos, en ningún lado me los aceptaron que porque es una nueva forma de enviar la droga y que en lugar de pasta podía ser cocaína, ¿usté cree?...”
Así que en lugar de partir a Estados Unidos, “los “niños” se me quedaron, y pues ni modo ahora visto a los cinco iguales pa´que no haya deferencias …”
Cada año les cambia la “caracterización”. Ya los vistió de San Judas; de señores de Chalma; de doctorcitos con sus trajecitos verdes de cirugía, estetoscopio y tapabocas; de San Martíncitos con sus escobitas; de Niños de las Palomitas; en fin de qué no.
Vestirlos de ángeles fue caro y difícil; tuvo primero que conseguir las plumas “que no son de animal casero, porque quería ángeles blancos” y pegarlas de una en una; y luego unirlas con alambre a los bracitos de los niños.
Y además de lo tradicional de cada personaje, les hace calzoncitos y camisetas para que no estén a raíz; les aprieta bien en las cabezas sombreros, coronas o resplandores, según se lleven; y los coloca sobre sillitas “para que no tengan que estar el año entero acostaditos”; y en la primera posada los baja, les quita la ropa y les pone pañales para como niños que son, acostarlos en el pesebre.
En Navidad, acompañada de su familia y los que acudan, los arrulla en rebozos o chalinas; y el 2 de febrero bien temprano y luego de repartir dulces a los vecinos de la cuadra, les pone a sus niños la ropita nueva y los lleva a misa para que el sacerdote se los bendiga.
Y así es año con año.
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