Por Gilberto Lavenant
Ayer el Tribunal Electoral Federal, emitió la calificación de los comicios presidenciales y entregó al priísta Enrique Peña Nieto, la constancia de Presidente electo de México. Legal y formalmente, ha concluido este proceso electoral.
Falta solamente el acto protocolario en el que se lleve a cabo el relevo presidencial, el próximo primero de diciembre. En el acto, estuvieron presentes los representantes de los poderes del Estado Mexicano. El Ministro Juan Silva Meza, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del Consejo de la Judicatura Federal, el priísta Jesús Murillo Karam, Presidente de la Cámara de Diputados, el panista Ernesto Cordero Arroyo, Presidente de la Cámara de Senadores, Alejandro Poré Romero, Secretario de Gobernación, así como numerosas personalidades. Independientemente de la filiación partidista de quien al concluir este proceso electoral, es reconocido como Presidente de México por el período 2012-2018, nadie puede negar que, pese a todas las especulaciones y descalificaciones, los aciertos y desaciertos, la democracia mexicana logró culminar una jornada más. Seguramente sólo las dictaduras o las monarquías están exentas de fallas, no porque no incurran en ellas, sino porque está prohibido que se les señalen. Para los priístas, no fue nada fácil reconocer la derrota que sufrieron ante el foxismo y aceptar que tenían que desocupar la residencia oficial presidencial, a la que ahora regresan, no porque hayan demostrado fehacientemente que ya están dispuestos a corregir sus errores o que aprendieron la lección, sino porque los yerros del panismo fueron tales, que los mexicanos no dudaron en aplicar aquello de que “vale más malo por conocido, que bueno por conocer”. La debacle panista se inició, prácticamente desde los primeros días en que Fox asume la Presidencia de México. El ranchero simplón, cumplía su sueño, y, desde el ámbito político, protagonizaba para los mexicanos el cuento de La Cenicienta, que se convertía en la dama del Príncipe Azul. Pero el sueño -demasiado pronto- se rompió estrepitósamente y se convirtió en pesadilla. La Cenicienta se convirtió en una horrible bruja y la carroza presidencial en una simple calabaza. Sentado a la mesa, con su familia, y la familia de su nueva esposa, Fox tragó los manjares presidenciales, a manos llenas y sin pudor alguno. Se dió el lujo de disfrutar –ante la decepción y desagrado de los mexicanos- de una vida palaciega. Al final se echó a la bolsa hasta los cubiertos de plata. Fue una versión, a la mexicana, de los Beverly de Peralvillo. Los pobretones, se enriquecieron hasta el hartazgo. Con Felipe Calderón, fue un poco más moderado, pero la pesadilla continuó. Hubiera sido difícil que el pueblo mexicano aguantara seis años más de lo mismo. Los reyezuelos azules, que prometieron cambios para los mexicanos, terminaron convertidos en simples pitufos. Así es que el PRI regresa a Los Pinos, básicamente, aunque resulte irónico y sarcástico, gracias a los panistas. Los excesos de los blanquiazules, excedieron a los de los tricolores. Y eso ya era demasiado. La narcoguerra, con un saldo de más de 60 mil muertos, la pobreza extrema de millones de mexicanos, el desempleo, dieron sustento al antipanismo, como doce años atrás al antipriísmo, y el voto personal y secreto de millones de mexicanos les dió una patada en el trasero. Ahora que los priístas regresan a Los Pinos, deben meditar serena y sinceramente, las actitudes que asumirán como gobernantes, si es que se quieren perpetuar en el poder. En especial, que demuestren que pueden dar cauce a las propuestas y respuesta a los reclamos sociales. Principalmente, que termine la narcoguerra y con ello la inseguridad generada por la violencia, no solo la que provoca el crímen organizado, sino también la que fomentan, propician o ejecutan, las propias fuerzas públicas encargadas de combatir a los malditos. Los mexicanos están en medio de fuego cruzado y muchas de las veces han pagado con sus vidas, pecados ajenos. Cuando los mexicanos recuperen la calma. Cuando puedan vivir en un entorno de paz. Cuando puedan trasladarse de un lugar a otro, en sus respectivas ciudades o dentro del territorio mexicano, sin temor a ser secuestrados o asesinados. Cuando ya no tengan que “pagar piso” para trabajar o conservar su patrimonio. Cuando las policías realmente sean guardianes del órden y la seguridad pública y no simples pillos con placa y pistola, los mexicanos podrán hacer constar que en lo futuro las cosas podrán ser mejores. Pero no solo eso, cuando el mal crónico de la corrupción, pueda ser extraído de la función pública, como un tumor canceroso, y los políticos pillos paguen con cárcel sus latrocinios. Cuando la justicia sea realmente justa y deje de estar al servicio del mejor postor, cuando los ricos tributen lo que realmente deben de tributar y el reparto de la riqueza no sea tan injusto, desproporcionado y vergonzoso. Entonces, solo entonces, se podrá decir con certeza, que las cosas habrán cambiado. Cuando los mexicanos puedan tener empleo con sueldos remunerativos, de acuerdo a sus capacidades y experiencias, y dejen de ser esclavos en su propio país. Cuando puedan vivir en viviendas dignas y no en remedos de casas, pequeñas, caras y mal hechas. Cuando las oportunidades de estudios y de empleo, estén al alcance de jóvenes y adultos, sin más limitante que su propia iniciativa, entonces con orgullo diremos que somos mexicanos y que México es nuestra casa. Dentro de pocos días, los priístas, encabezados por el mexiquense Enrique Peña Nieto, tendrán la oportunidad de demostrar que sí pueden gobernar y que tienen la voluntad de hacerlo bien. Los compromisos son muchos. Ya habrá oportunidad de comprobar si es que el mexiquense efectivamente sabe cumplir lo que promete y que lo suyo no fue simple rollo electorero. gil_lavenants@hotmail.com
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