Por Gilberto Lavenant
El “despertar” de los jóvenes, reclamando, entre otras cosas, la democratización de los medios masivos de comunicación, bajo el supuesto de que las grandes televisoras favorecían abiertamente al candidato priísta a la Presidencia de la República, Enrique Peña Nieto, para muchos fue una reacción justa, necesaria y oportuna.
Claro, junto con esa postura, la campaña antipeñanietista, dizque apartidista, resultaba ser la bandera principal. Por ahí surgieron evidencias que mostraron que este tipo de movimientos no eran tan naturales como se pretendía o suponía. Pero ni una cosa, ni otra, suponiéndolas posturas sinceras de los jóvenes, eran tan cuestionables, sino las formas, los insultos verbales y escritos, las groserías, las descalificaciones agresivas, amparadas en supuestas verdades. Con razón, o sin razón en ello, los medios dieron cuenta de todo eso, porque al final de cuentas resultaba ser un hecho noticioso. Lamentable, deleznable, injurioso, agresivo. Los lectores, los televidentes o los radioescuchas, harían sus propias conclusiones, sus conjeturas, sus razonamientos. Sin embargo, todo tiene un límite. Ya se había rebasado, porque los hechos observados en las manifestaciones, rebasaron cualquier postura razonable y justificable, respecto a los señalamientos y críticas que pudiesen haber pretendido hacer. En ningún momento, o en ningún caso, se puede justificar la ofensa, el insulto, la agresión. Esta semana, fueron un poco más allá, los manifestantes callejeros, escudándose en ser una manifestación juvenil y por lo tanto, libres para actuar, excediéndose, como hasta el momento ha venido ocurriendo, en su libertad de expresión, hasta rayar en el libertinaje, acorralaron y ofendieron a dos periodistas en la capital del país. Los propios medios dieron cuenta de ambas agresiones. La primera fue la mañana del 23 de junio, cuando Ricardo Alemán caminaba por la Avenida Juárez, junto con su familia. De pronto, luego de ser identificado, fue asaltado por una turba. De inmediato surgieron los insultos de todo tipo e incluso alguien por ahí gritó : ¡mátenlo al cabrón! Ricardo Alemán, el periodista agredido, colaborador del periódico El Universal, es columnista, conductor de varios segmentos de opinión en distintas televisoras y titular del portal La Otra Opinión. Cuatro días más tarde, o sea el 27 de junio, ocurrió algo similar con el periodista Carlos Marín, cuando caminaba por la Avenida Juárez. Marín es Director editorial del periódico Milenio. En esos momentos se dirigía a las oficinas del medio que dirige. Los agresores, de inmediato lo rodearon y le soltaron todo tipo de insultos. Vendido, vocero de Peña Nieto, servil del PRI, fueron algunos de ellos. Hubo quienes, incluso, le lanzaron escupitajos. En ambos casos, los agresores se mostraron seguidores del candidato presidencial de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador. Tal parece, al menos para esos pelafustantes, que el criticar o referir las conductas del tabasqueño, es un delito. Que sus críticos, merecen ser linchados públicamente y que no hay nadie que lo impida. Desgraciadamente, las autoridades capitalinas, donde ocurrieron hechos tan lamentables, son perredistas, afines a López Obrador. Seguramente que en lugar de frenar tales agresiones, las alientan, las festejan. No son estas cuestiones o actitudes de intolerancia. De ninguna manera. Son actos, simple y sencillamente, agresión física o verbal, que no deben permitirse de manera alguna y que deben ser sancionados. Quienes pretendan justificar o alentar tales conductas, están totalmente equivocados. No es eso lo que necesita México en estos momentos para resolver las crisis que afronta. Los linchamientos públicos, no pueden poner en tela de duda la capacidad de tolerancia de las autoridades, ni de la sociedad en general. Admitirlos como justos o necesarios, o simplemente como justificables, es reconocer que la justicia está en manos de la turba. Que en lo sucesivo, cada quien podrá hacerse justicia por su propia mano. En los linchamientos contra Peña Nieto, los periodistas se mantuvieron en su papel de narradores, observadores, analistas o críticos. Seguramente muchos señalaron que eran conductas indebidas, pero guardaron la distancia, para no ser calificados como defensores del priísta. Pero ahora, que son los periodistas los linchados públicamente, tan solo por su trabajo periodístico, el periodismo en general levanta la voz de alerta y de protesta. Ahora resulta que para ser considerados como periodistas honestos y ser libres de expresarse, están obligados a hablar bien de Andrés Manuel. Cuando se eliminan las opciones y se obliga a tomar un camino en particular, se cae en una dictadura, y la dictadura es inadmisible, porque va contra todas las libertades, aunque sea una dictadura popular. Fundalex, la Fundación para a Libertad de Expresión, emitió ayer un comunicado de prensa, para manifestar su preocupación por los signos de intolerancia alrededor del ejercicio periodístico, de una parte de la población, tras las agresiones verbales y físicas ocurridas en contra de los periodistas Ricardo Alemán y Carlos Marín. Advierte que ninguna circunstancia política deberá de permitir el insulto, la intimidación o el escupir a una persona. Que el ejercicio de la Libertad de Expresión, en un país democrático como aspiramos en México, defiende el derecho de las personas de expresar su opinión y a la sociedad a calificarlas, mediante los cauces establecidos dentro de la ley. La intolerancia y el linchamiento público, no pueden ser norma y castigo de nuestros actos. Mucho menos condicionantes de la Libertad de Expresión.
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