Por Teresa Gurza
Creo que a todos nos dan terror los temblores, sobre todo porque no sabemos cuando van a parar y que intensidad alcanzarán.
Luego de pasar los de México en septiembre de 1985; y sobre todo, el de Chile en febrero del 2010, a mí me dan pánico. Jamás se me borrará el recuerdo de la madrugada de ese sábado con la casa crujiendo, las cosas cayendo, y nosotros aventados para arriba y para abajo, para un lado y para el otro, como si estuviéramos en una fortísima turbulencia de avión. Y luego la desolación al ver los destrozos; el miedo a las continuas réplicas; y la angustia al irnos enterando de la destrucción que más que nada en las pertenencias de los más pobres, ocasionaron en el centro y sur de Chile ese terremoto de 8.8 grados y el tsunami que le siguió. La fuerza de ese sismo fue de tal magnitud, que científicos de la NASA aseguran que cambió el eje de la tierra causando que las ciudades de Santiago y Buenos Aires, capitales de Chile y Argentina, se acercaran unos pocos metros y que el día se haya acortado en un microsegundo y medio. En mayo de 1961 se registró también en el sur de Chile, en la preciosa ciudad de Valdivia, el terremoto más grande en la historia del mundo; fue de 9.1 grados, tiró prácticamente todo y le siguió un tsunami que se llevó gente y escombros; y en la actualidad se hacen recorridos turísticos en barquitos que pasan encima de lo que eran ranchos, casas y escuelas. Por todo esto, no puedo dejar de pensar en lo que acaba de suceder en Japón con su terremoto de 8.9 grados; por el que incluso hay peligro de radiación nuclear. Con todo y ser terribles, las imágenes de videos aficionados que muestran edificios y vehículos moviéndose y personas corriendo en medio de gritos y sin realmente saber qué hacer y a donde ir, no dan idea siquiera aproximada de lo que se siente y piensa en esos minutos espantosos. Chile, Haití, Italia e Indonesia son algunos de los países más afectados por terremotos. El de enero del año pasado en Haití, fue uno de los más destructivos; por sus precarias condiciones económicas murieron 250 mil personas y se acabó casi toda la infraestructura. El año pasado fue prolífico en terremotos; poco después de los de Haití y Chile, hubo uno de 7.8 grados en Indonesia; zona que se asienta sobre el llamado "Anillo de Fuego del Pacífico", que tiene gran actividad sísmica y volcánica y había ya sufrido el 26 de diciembre de 2004 un terremoto seguido por un tsunami que mató a más de 200 mil. Hasta hace pocos años los tsunamis se llamaban maremotos; y como que no eran tan frecuentes. Pero ahora que sí lo son, y ante las vacaciones de Semana Santa que se aproximan, es importante saber en que consiste este fenómeno y que hacer si uno de ellos se presenta. Se trata de olas grandes que se desplazan como empujadas desde abajo; y tal como pasó en febrero en Chile y ahora en Japón, barren con lo que se van encontrando, sean barcos, coches o escombros para aventarlos más adentro. Antes esas marejadas aparecían como de repente; me acuerdo de una vez en Acapulco que tras un temblor mediano, antecedido de ruidos de rocas y aullidos de perros, llegaron hasta la iglesia del centro y el café Colonial olas enormes arrastrando veleros y bicicletas. Como todo es actualmente más eficiente y moderno, en todo poblado costero hay formas de advertir cuando hay peligro de tsunamis. Así que en cuanto oiga la alarma, diríjase con su familia en forma rápida pero ordenada y calmada, a zonas seguras; que generalmente están señaladas. En Chile se da el consejo de que ante cualquier temblor fuerte por el que no pueda sostenerse en pie, es necesario alejarse de la playa y subir a partes altas; sin detenerse a buscar documentos o dinero, porque si los temblores son locales los tsunamis son inmediatos. Cuando el terremoto ocurre en lugares lejanos, como ahora el de Japón, hay tiempo suficiente para buscar papeles importantes, recoger ropa de abrigo y para que las autoridades informen a la población lo que debe hacer.
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