viernes, 13 de agosto de 2010

COLUMNA: Palco de Prensa

* La crítica periodística
Por Gilberto Lavenánt

Parece increíble que en este 2010, en el que se celebra el bicentenario de la independencia de México, todavía parezca que vivimos en los tiempos de la santa inquisición, cuando la libertad de expresión no era ni siquiera una remota expectativa.

Es absurdo que la crítica, en particular la crítica periodística, sea considerada casi como un delito, y por lo tanto, se le ataje, se le frene, se impida su difusión, o sencillamente se le trate de descalificar, de una manera simplista.

Es aberrante que hoy en día existan personajes, cuyos nombres prácticamente no deben ser mencionados, salvo para alabarlos, para lisonjearlos, para colgarles milagros y brindarles reconocimientos, como lo es el caso de doña Carolina Aubanel Riedel.

Quienes se molestan, y que incluso se alteran y casi se encienden, por las referencias de Palco de Prensa, sobre dicha persona, y sobre el proyecto que encabeza, suponen que es posible tapar el sol con un dedo. Que la sola presencia de esos distinguidos personajes, es más que suficiente para validar hechos o situaciones, que no son del todo claras, o en algunos casos, que son tan burdas, que resultan más que evidentes sus fallas.

Todo esto generado, en torno al proyecto del llamado zócalo, o bien Plaza 11 de Julio, que se pretende quede ubicado en plena zona urbana del Río Tijuana, entre el Palacio Municipal y el Centro de Gobierno del Estado.

Con todo lo extraordinario, fabuloso y maravilloso del proyecto, hay puntos del mismo que no están muy claros. Lo dicen profesionales en cuestiones urbanísticas, que incluso le llaman “La Plaza del Capricho”. Pero resulta que alguien ordenó que está prohibido hablar mal de este asunto. Lo que sea a favor, adelante, pero lo que sea en contra, está proscrito.

Sin duda alguna que proyectos como “La Plaza 11 de Julio”, son bienvenidos. Lo censurable o criticable, es que en tiempos de crisis económica, como la que enfrentamos, se inviertan recursos, en cuestiones que pueden ser calificadas como supérfluas. ¿Por qué no invertir mejor en construir aulas, para que ningún jóven quede sin poder inscribirse en el grado escolar que requiere?

Es el ejemplo típico de las familias mexicanas. Gastan, hasta lo que no tienen, en festejos familiares, como lo son los quince años de sus hijas, cuando que tienen necesidades verdaderamente apremiantes. Pero resulta que decir esto, el señalarlo, es injurioso, grosero. Que cuelguen o que quemen en leña verde, a quien se atreva a criticar proyectos tan geniales, claman por ahí. Quienes hacen tales exclamaciones, seguramente desean una sociedad silente, apática. Que vote, pero que no opine. Que escuche, pero que no pregunte. Que aplauda a rabiar, pero que no cuestione, ni critique.
Por otra parte, hace ya bastante tiempo, que se inventó un instrumento normativo, que permite preveer el desarrollo urbano de toda comunidad, para evitar improvisaciones y caprichos. Además, se ha creado legislación, que regula tanto la obra pública como la privada.

En este caso, se está tratando de sembrar un proyecto, en una zona ya desarrollada. Pero a alguien se le ocurrió que ahí se vería bonito y ahora, aunque alguien o muchos se opongan, hay que realizarlo. A “chaleco”. Que quien piense distinto, pues que se vaya mucho al infierno, dicen con cierto enfado y soberbia. Y todavía se molestan, porque le llaman “La Plaza del Capricho”.

Pero no solo eso, no obstante ser obra pública, se omite cumplir con las exigencias de la legislación que regula construcciones y en especial, se pretende causar un detrimento en el patrimonio público, pues el proyecto contempla la destrucción de edificaciones que tuvieron un costo y cuya autorización destructiva, no ha tenido la aprobación correspondiente por las instancias competentes. Salvo prueba en contrario,

Hagamos a un lado lo fabuloso del proyecto y que acrediten, con documentales públicas, la valoración de los bienes que se pretende destruir y la aprobación legal para ello. Las maquetas, los planos, los rollos fantasiosos, no bastan, para justificar atrocidades o caprichos.

Pero hablar de esto, parece ser pecaminoso, casi un delito. Dejar de decir que está en marcha una campaña mediática, que se ha manejado de manera tenebrosa, con tendencias y propósitos malévolos, no soluciona nada. Es algo público y notorio.

La polémica, apenas empieza y podría ser lo menos malo. Lo peor, es atentar contra la libertad de expresión y contra la disidencia ciudadana. Hace poco más de dos meses, el 7 de junio, muchos se rasgaban vestiduras y lanzaban proclamas en defensa de la libertad de expresión. Pasados esos festejos, hoy piensan y actúan de manera totalmente distinta. Qué lástima.
gil_Lavenant@hotmail.com

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