Por J. Antonio Aspiros V.
Que ahí viene el lobo, que el lobo ya llegó, o que cuando llegue vendrá con mucha o con poca voracidad, son los escenarios que hemos escuchado sobre la nueva crisis económica mundial que, en opinión de los analistas, es producto del neoliberalismo impuesto en los años 80 del siglo pasado..
Lo cierto es que del lobo nadie escapará indemne y el daño será para cada quien según esté más o menos preparado para recibir la acometida. Ya el gobierno mexicano tomó sus providencias y fueron bien recibidas -con ciertas reservas- por los expertos y hasta por los adversarios políticos, pero por ningún lado se escuchó algo parecido a apoyos de emergencia para la población (los hubo en Estados Unidos), a la que sólo se le ha dicho que debe ahorrar (¿a usted le sobra dinero para eso?) e irse apretando el cinturón. Y que no se endeude. Una vez más, vivir con lo básico; eternos tercermundistas.
Con el ‘Programa de impulso al crecimiento y al empleo’, el gobierno se propone proteger a la economía mexicana del impacto que provoque la crisis financiera global. Aún así, redujo las expectativas de incremento del Producto Interno Bruto, del tres por ciento previsto originalmente, a sólo 1.8% en el año 2009.
Quienes saben de estos asuntos “macro” son los economistas, y quienes tienen la responsabilidad de elegir bien las soluciones, aprobarlas, aplicarlas y dar resultados, son los legisladores, los administradores del dinero público y los gobernantes, según las funciones de cada quien.
Pero quienes viven otra realidad y saben lo que pasa en las finanzas domésticas, siempre al límite, son los jefes de familia -hombres y mujeres- y para ellos ésta será una crisis más, ahora muy severa, montada sobre la que ya arrastra cada quien, de las clases medias hacia abajo, desde que la fuerza laboral ha sido el más vulnerable y sacrificado de los factores de la economía, es decir, desde siempre.
Para los trabajadores -ya ni pensemos en los “parados”- será más pesado el pago de los platos rotos y convendría que alguien les explicara en términos llanos -cero tecnicismos o eufemismos-, qué beneficios directos, concretos y efectivos verán cada uno con la construcción de una nueva refinería (de varias que hacen falta), con la muy aplaudida propuesta de eliminar los “Pidiregas”, con el apoyo a las “PyME”, o con nuevas políticas de desregulación y desgravación arancelaria. ¿Bajarán, así, los precios y las tasas de interés? ¿Mejorarán los salarios o la capacidad adquisitiva? O sólo se procurará que no haya demasiados despidos para evitar un conflicto social.
Por lo pronto, con ese humor cáustico que caracteriza a este pueblo, a través de mensajes de correo electrónico ya nos anunciaron que 2009 será el Año del Consumismo, porque gracias a esta crisis usted tendrá que quedarse “con su mismo carro, con su mismo sueldo, con su mismo techo, con su mismo vestuario y, sólo si Dios quiere... con su mismo trabajo”.
Pero no con sus mismas deudas; éstas crecerán porque son con tasas de interés que van al alza -constátelo en sus estados de cuenta- y quienes no pueden abonar más que el pago mínimo a su tarjeta de crédito, saben que en muchos casos eso sólo alcanza para cubrir los intereses del mes y entonces quedan pendientes el IVA de los mismos -que se capitaliza- y todo el monto de su débito.
Mientras “el mundo está al borde de una recesión” (advirtió el FMI) y hay países capitalistas ‘nacionalizando’ bancos para salvarlos, en México “tenemos finanzas públicas sanas” y “los sistemas financiero y bancario están sólidos” (FCH dixit). Pero todas las providencias anunciadas con optimismo para que siga siendo así, debieron ir acompañadas de medidas de austeridad en el ingreso y el gasto de los funcionarios para predicar con el ejemplo, y de una alianza de los factores de la producción (aunque participen los sindicatos, ni modo) para que también la base social pueda soportar la ofensiva del lobo.
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