Por Teresa Gurza.
Un reciente estudio científico confirmó, que los perros nacen con la capacidad de entender a los humanos.
Así lo informa en El País del 18 de junio, Juan Miguel Hernández; precisando que la doctora Emily E. Bray del Centro de Cognición Canina de la Universidad de Arizona, encontró que su comportamiento no depende totalmente de la crianza.
Bray y su equipo investigaron las reacciones de 375 cachorros Golden Retriever y Labrador, de dos meses de edad, a las órdenes que recibían y publicaron sus hallazgos en la revista Current Biology.
A pesar de su corta edad, en el casting previo al experimento los perritos captaron que se trataba de ser elegidos y se empujaban para ser notados; sorprendiendo a los científicos por sus deseos de divertirse y su atención a los estímulos.
Quedan pendientes preguntas, cómo si debe mantenerse la interacción durante su juventud, para que no pierdan las habilidades con las que aparentemente nacieron o si igual que los bebés humanos, dejan de ser sensibles en un momento determinado.
Pero se sabe que muchas tareas que los perros realizan, como pastorear, cazar, detectar amenazas y actuar como guías o compañía, se les facilitan porque saben interpretar nuestras señales.
Y lo veo a diario con mis tres perras, Beyoncé de 13 años y Camila y Petunia de 6 meses.
Petunia adora jugar a la pelota y despanzurró ya tres veces su cama sacándole ese horrible algodón artificial que hace de relleno; mientras que Camila quiere apapachos y no juegos y tiene su cama en perfecto estado.
Se parece un poco a la Vampira, una chihuahua que era obsesiva del orden; no se dormía si había alguna arruga en su cobijita que alisaba antes de taparse y ya dentro, sacaba orejas y hocico para checar que estuviera a su gusto.
Mientras que Shuba, pastor alemán que sabía decir decía agua, pan y calle, y cuando me acompañaba en coche odiaba que pusiera en el radio noticieros y aullaba hasta que cambiaba a rancheras, solo quería estar lo más cerca de mí; sobre todo si había truenos, relámpagos o cuetes.
O junto al Lobo, papá de sus cachorritos y al que vi frotarle la panza con la cabeza minutos antes de que nacieran, y cuidarlos para impedir que pisaran el pasto bajándose del tapete que les puse en el jardín.
Tras muchas mascotas, he logrado que las nuevas no imaginen que hay algo más rico que sus croquetas; no quiero que se comporten como Beyoncé que en cuanto me ve masticar, se pone de puntitas esperando que algo le caiga.
No le gusta comer sola y se llena el hocico de croquetas que lleva a donde estoy y como las otras odian el tiradero, se abalanzan en cuanto las oyen caer.
Pero le compenso los corajes con una galleta maría partida en cuatro; y sabe contar, porque si no están los cuatro pedazos me mira y no los toca hasta que los completo.
A las chiquitas les encanta ladrar y la emprenden contra las cuijas bienhechoras y transparentes que caminan en techo y paredes, a las que rugen como si fueran dinosaurios y ellas las encargadas de exterminarlos.
Y como su furia crece si se acerca algún gato, pienso pedirle al presidente López Obrador que como experto que es ya en pedir perdón, lo pida a todos los gatos de México, -a los de otros países no, porqué dice que no es injerencista- por los ladridos y malos modos recibidos a lo largo de la Historia.
Le saldrá bien el numerito, porque pidió perdón en mayo a la comunidad china de Torreón por agravios de hace un siglo; y esta semana, frente a una maqueta del Templo Mayor y acompañado de su esposa vestida de luto y de concheros y matachines, lo pidió a nombre del Estado mexicano a los pueblos originarios por los excesos de la ocupación militar española de hace 500 años.
En esos añejos acontecimientos que tanta contrición le provocan, ni él ni el actual Estado mexicano tuvieron nada que ver.
Pero sí son ahora responsables del contagiadero de coronavirus que resulte de ese show; de la desaparición de 18 millones de vacunas anti Covid; del dolor de quienes lloran a 250 mil personas muertas por su mal manejo de la pandemia; del agobio de padres de niños con cáncer y sin quimioterapias y del incremento en 10 millones, de mexicanos pobres; la mayor parte de ellos, indígenas.
¿Les pedirá perdón? ¿Habrá para ellos justicia y reparación, sin las cuales todo queda en puro bla, bla?
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