miércoles, 25 de julio de 2018

Políticos y animales

Por Teresa Gurza.
Aumento de los feminicidios y saber que más de tres niños son asesinados en México cada día, nos pusieron los pelos de punta esta semana.
Y nos enojaron otras noticias relacionadas con los políticos que están por salir y los que aún no han entrado, porque dan cuenta de la espiral de locura, en que estamos inmersos.


En este país con más de la mitad viviendo en la pobreza, los diputados federales salientes gastaron en un año solo en café y sacapuntas, trece millones de pesos; y cada uno recibirá un millón al dejar la curul.

Y doscientos millones nos cuesta que dejen de existir los partidos que, pese a las millonadas recibidas, perdieron el registro.

Sumen, los fideicomisos “escondidos” de Meade y los 10 mil millones de dólares que en vísperas de salir, pidió Peña Nieto para reestructurar la deuda externa.

Sin que el presidente electo haya dicho ni pío, entusiasmado como está con su romance con Trump y sus pleitos con Reforma, cuyos titilares “no olvida”, y con el INE por el fideicomiso de Morena -al que el candidato sin dinero, tarjetas, ni chequera, le entró con 800 mil pesos- en lugar de agradecerle haber dado a conocer su investigación, pasadas las elecciones.

Echando mucha crema a sus tacos el INE respondió atribuyéndose el éxito electoral y concluyendo que el fideicomiso por el que multó a Morena, en nada incidió en el proceso.

¿Y entonces?

Dejando todos esos agobios de lado, los invito a leer sobre algunas peculiaridades de los animales no humanos.

Sergio C. Fanjul escribió en El País del 2 de mayo, que las vacas pastando parecen más o menos iguales, “simples rumiantes que espantan moscas con la cola”.

Pero que la británica Rosamund Young, de 68 años, ve en cada una de las que integran su ganado un individuo con personalidad propia, nombre, manías, líos familiares y hasta juegos favoritos.

Su familia fundó en 1953 en Worcestershire (Reino Unido) la granja orgánica Kite’s Nest, donde la vegetación crece silvestre y el ganado vive libre y atendido por personas convencidas, que las vacas “sienten, desean, se enfadan, se ofenden, hacen amigas, juegan al escondite se auto-medican... y pueden ser tremendamente inteligentes o terriblemente estúpidas; tal como los humanos”.

Que sus mugidos pueden ser de enfado al buscar a su ternero o de aburrimiento, hambre y dolor; que pasan duelos por sus seres queridos y sufren más cuando muere una hija que una madre y que superan el dolor, comunicándose entre ellas y comiendo.

Y una investigación publicada por Reforma recientemente, afirma que las tortugas marinas utilizan los campos magnéticos de la Tierra, (impresión geomagnética), para hallar el camino de regreso a las playas donde nacieron décadas antes y anidar ahí; y que la mayor similitud genética en los ejemplares nacidos en playas cercanas, permite que pueden ser llevadas a ellas y preservar la especie.

Otra maravilla natural, son los gorriones americanos; que llevan más de mil años, cantando las mismas canciones.

Esto se supo analizando y descifrando con computadoras sus melodías, dice un cable del 20 de junio de la Agencia EFE, que reprodujo El Mercurio de Chile.

Los gorriones son capaces de mantener sus tradiciones culturales, con una estabilidad comparable a la de los seres humanos, a pesar de poseer cerebros mucho más pequeños.

Uno de los más estudiados, es el gorrión americano Melospiza georgiana que habita en el noreste de Estados Unidos y ha sido investigado por la Queen Mary University y el Imperial College de Londres; entidades que concluyeron ha cantado las mismas canciones durante más de mil años, pasándolas de generación en generación.

Y las tonadas no son al azar, sino que eligen las que están más de moda entre sus iguales; característica que se conoce, como "sesgo de conformidad" y se había pensado, sólo teníamos los humanos.

Otra cosa curiosa es que las ovejas “saben” que se van de veraneo, cuando las llevan en busca de mejores pastos.

Ángeles Lucas cuenta en El País, que desde hace medio siglo Daniel García ha pastoreado un rebaño de 700 animales, a la Sierra de Segura; en un trayecto primaveral de ocho días, en el que sube a mil 700 metros de altura.

“Y cuando estamos a punto de llegar, van como diablas de rápido”.

Recuerdo ahora, que lo mismo me contaron en Chile ovejeros que llevan a pastar a la Cordillera de Los Andes, ganados hambrientos tras el largo invierno.

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