Por Gilberto Lavenant
El Presidente Enrique Peña Nieto, ante la indignación nacional por el asunto de los normalistas desaparecidos, y la ola de violencia desatada en varias entidades del país, incluso en el Distrito Federal, escudada o parapetada en lo mismo, está sufriendo en carne propia, lo del cohetero.
Si, al cohetero, si truena duro, le chiflan. Y si no truena, también le chiflan.
Ante el tácito reconocimiento de parte de su administración, de no haber previsto y evitado lo de los estudiantes de Ayotzinapa, y que por lo tanto es responsable indirecta de ello, ahora, temerosa de que se le acuse de represiva, ha dejado que individuos encapuchados cometan desmanes, alteren el orden, destrocen e incendien instalaciones públicas.
Y el gobierno federal, no mueve, ni un solo dedo, para tratar de evitarlo o frenarlos.
Como si no hubiese gobierno
A lo más que se ha atrevido, es a alentar una campaña, señalando que México no quiere violencia, que la violencia no se combate con violencia y que, prácticamente, la violencia no aliviará el dolor de los familiares de los normalistas, ni tampoco los regresará vivos.
Ya quedó bastante claro, que los violentos y agresivos, no están en duelo por Ayotzinapa. Son anarquistas profesionales, o sea que esa es su labor cotidiana y acuden a donde les indican o consideran pertinente hacerse presentes.
Cabe recordar que, cuando las protestas violentas contra las propuestas de las reformas estructurales de Peña Nieto, luego de un exceso de tolerancia, en el gobierno capitalino, emanado del PRD, maniobraron, para, legalmente, reducir las sanciones penales, a fin de que pudiesen recuperar su libertad.
No hay duda alguna, para esa clase de salvajes, lo de Ayotzinapa, es solamente un pretexto.
Es evidente, que lo de ellos, no es que regresen vivos los normalistas.
Simple y sencillamente, el objetivo es exhibir como débiles a las instituciones gubernamentales. Y como represivas, en caso de que reaccionen.
Esto es tema de comentario, en todas partes. Incluso, ha generado preocupación en muchos mexicanos.
Sabido es que, a grandes males, grandes remedios.
Ya ha habido, los primeros enfrentamientos de las fuerzas armadas, contra los grupos violentos. Afortunadamente, sin resultados fatales.
Pero el riesgo está latente. Una tragedia, puede ocurrir en cualquier momento.
Nada justifica la violencia, ni tampoco la represión.
Pero, una cosa es salir a la calle a manifestar ideas y a hacer patente los reclamos e inconformidades, y otra muy distinta, salir a lapidar y a destrozar, cuanto se encuentren a su paso.
Se requiere mano firme y precisa, para frenar los desmanes. Recurrir a todos los métodos científicos y legales, para detectar, identificar y detener a los agresores y violentos.
Al final de cuentas, la violencia “civil”, está funcionando como un distractor. La narcoviolencia ha quedado marginada a un segundo término. Si le buscan, seguro encuentran.
No todos los narcos, visten ropa vaquera y portan armas de grueso calibre. Los hay que salen a las calles, con ropa común y corriente, a dizque protestar y cometer desmanes.
También los hay, que ocupan cargos públicos y ostentan y ejercen poder público.
El asunto es más complejo de lo que muchos suponen.
Para enfrentarlo, se requiere trabajo de inteligencia. No es una cuestión, meramente policiaca.
Incluso, se debe tener siempre en cuenta, que se tiene en casa al enemigo. Que mucha información privilegiada, puede filtrarse.
Que no hay punto de comparación, entre los sueldos oficiales, y las gratificaciones, sobornos o embutes de los criminales.
Por eso, los del gobierno, deben ser sumamente cuidadosos, para no perder de vista, los límites y los riesgos.
Que los violentos, en la mayoría de los casos, son simples peones de los criminales.
Que, a mayor agresividad y violencia, debe ejercerse la autoridad suficiente y necesaria, para frenarlos.
Pero que eviten la tentación o debilidad, de excederse en el uso de la fuerza. México reclama, un gobierno democrático y justo. No uno violento y represivo.
gil_lavenants@hotmail.com
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