viernes, 21 de diciembre de 2012
Primero japoneses ahora sus propios niños
Por Teresa Gurza
Aunque las cosas no pueden simplificarse, y en los hechos entran multitud de circunstancias de las que se tienen y no se tienen conciencia, cada vez que me entero de una nueva matazón en algún colegio estadounidense no puedo dejar de recordar esos primeros video-juegos gringos, en que los niños se divertían apretando botones para “fulminar” con luces, ruidos y balazos a cuanto mono de aspecto japonés o de color obscuro se aparecía en la pantalla; y a cambio recibían puntos altos, aplausos, honores, coronas y hotdogs virtuales que los convertían en “héroes”.
En esos asesinatos masivos, me parece tiene mucho que ver lo que se vivió en la infancia como si fuera normal y hasta meritorio; y esa cultura gringa de culto a las armas y la “defensa”, que se potencia con la repetición constante en los medios de guerras, balaceras, y exterminaciones, sin duda alguna afecta emocionalmente a todos, grandes y pequeños.
Y ha costado ya otras vidas, como la de ese pobre muchacho asiático asesinado un halloween por un vecino aprehensivo.
Hace décadas, cuando la Guerra del Golfo, entrevisté a varios niños acerca de cómo percibían ellos el conflicto que estaba de hecho todo el día en las televisiones y si se sentían amenazados.
“¿Ay tía, que también hay guerra en Morelia?; yo creía que sólo en Celaya y en el Canal dos”, me contestó mi sobrino Cristopher de entonces seis años de edad, que veía los tanques y las batallas como si fuera lo más natural.
Pero al mismo tiempo, cuando oía hablar del tema a los adultos de la familia, sentía mucho temor de que la guerra se le fuera acercando.
El hecho de que las matanzas masivas ocurran principalmente en Estados Unidos, tiene que llevarnos a asociar la relación entre ellas y el “derecho” de sus habitantes a comprar armas casi como si fueran chocolates, y a portarlas, exhibirlas y guardarlas en sus casas.
¿Será para defenderse unos de otros?.
No sólo es por eso; sino porque tras ese "derecho" a comprar, portar, exhibir y guardar armas, hay millones de millones de dólares en juego; y las altísimas ganancias de los productores y vendedores y las asociaciones que los protegen.
Tampoco es menor, lo que deja el comercio de los videojuegos que entre más sangrientos son al parecer más demandados.
Como todos sabemos la penúltima balacera que en la escuela de Sandy Hook, costó la vida a veinte niñas y niños pequeños y a seis de sus maestras, tiene como antecedente el que la madre del asesino convertida también en su víctima, la primera, fue precisamente quién desde que era pequeño le fomentó el gusto por usar armas, la que le enseñó a disparar y la que mantenía en su casa el pequeño arsenal que usó ese joven por enfermedad o desquite.
Y días después hubo otra con cuatro muertes.
A raíz de cada matanza escolar surgen en EU, la compasión por el dolor de las familias, los escándalos en los medios y las condenas por todos lados; se llenan las escuelas de ositos y globos y se juntan firmas para solicitar medidas que impidan una más.
Pero como siempre pasa, al rato el horror se diluye; el dolor se reduce a los padres de las pequeñas víctimas; y las peticiones se calman; hasta que otra nueva y más espantosa masacre las revive.
Esta vez puede ser distinto; porque hay tanto hartazgo, que hace pocos días el presidente Obama a quien le han tocado cuatro asesinatos masivos en sus cuatro años en el poder, dijo que su país debe cambiar para que no siga pasando eso y prometió hacer lo necesario para evitar nuevas tragedias.
Hasta la poderosa Asociación Nacional del Rifle dice estar dispuesta a cooperar.
Y dos senadores demócratas Dianne Feinstein y Charles Schumer, anunciaron que introducirán una iniciativa de ley que prohíba la venta de armas de asalto en EU.
Por algo se
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