Por Gilberto Lavenant
El retorno del PRI a la Presidencia de la República, luego de 12 años de gobiernos panistas, y ante el supuesto de que después de 70 años de gobernar a México, el priísmo enfrentó su primer derrota presidencial, debido a sus excesos, frivolidad y corrupción, plantea la cuestión de que si el que regresa es el mismo PRI que se había ido, o si es uno uno nuevo.
Esa fue precisamente la advertencia, que los rivales políticos hicieron a los mexicanos durante el pasado proceso electoral presidencial. Que si votaban por el entonces candidato priísta, Enrique Peña Nieto, regresaría el viejo PRI que los mexicanos rechazaron en el 2000 para arrojarse en brazos del panismo, representado por Vicente Fox.
Los priístas se defendieron, prometieron regresar como un nuevo partido, sin los vicios, ni los excesos del pasado. Nada de nepotismo, de cacicazgos, de amiguismo o compadrazgos, de corrupción y enriquecimientos inexplicables.
Y no es que hayan convencido a los electores con sus pregones reformistas o de modernidad, sino que los mexicanos se hartaron, en 12 años, de las frivolidades de los blanquiazules, al grado de que aplicaron la frase aquella que advierte : “más vale malo por conocido, que bueno por conocer”. De ahí pues, que no ganó el PRI, sino el antipanismo.
Sin embargo, la incertidumbre, o las sospechas, sobre el retorno del viejo PRI, persisten. La primera “prueba de fuego”, la enfrentó el tricolor, cuando el ahora exPresidente Felipe Calderón, presentó, bajo la modalidad de iniciativa preferente, que debía resolverse en un plazo de 30 días, la reforma laboral, que no beneficia a los trabajadores, pero que socava los cimientos del sindicalismo, uno de los más fuertes pilares del corporativismo, en que se sustentaron durante tantos años los gobiernos priístas.
El priísmo aceptó y digirió el golpe, no sin dificultades, porque fue el primer pago de un alto precio, por lograr condiciones de gobernabilidad, en su retorno al gobierno federal. A partir de entonces, bajo la fórmula de negociaciones, el proyecto del nuevo Presidente, Enrique Peña Nieto, ha ido avanzando. Aparentando ser un nuevo PRI, más que por madurez, obligado por las circunstancias, al haber recuperado la Presidencia de la República, pero no la mayoría en el Congreso de la Unión.
Sin embargo, faltan otras pruebas, para dejar en claro o hacer constar, si el que ostenta de nueva cuenta la Presidencia de México, efectivamente es un nuevo PRI. Hay quienes temen que el convertir a la Secretaría de Gobernación, en una supersecretaría, será regresar a los tiempos del viejo PRI, a las persecuciones y sometimientos políticos, entre otras cosas.
En especial, falta ver si en sus procesos internos de selección de sus candidatos, el PRI adoptará modelos o formas más flexibles, más democráticas, y no las rígidas del pasado, que hacían imperar el amiguismo o compadrazgo y que dejaban para un segundo término las cualidades de capacidad y experiencia de los aspirantes.
El viejo PRI, en el que el método de “El destape”, o la figura de “El dedazo”, representaban instituciones sólidas y descaradas para la selección de sus candidatos. Todos los priístas conocían las reglas, y las aceptaban, porque el sistema político no toleraba indisciplina alguna. El Presidente de la República en turno, se convertía en el gran elector.
Si alguien se revelaba y mostraba la menor falta de disciplina, de inmediato el Presidente de México prescribía el retiro “voluntario” del político o gobernante. Las renuncias “por motivos de salud”, eran algo común. Y normal. Bajo esa circunstancia, una frase acuñada por el eterno líder cetemista Fidel Velázquez, reflejaba las rígidas condiciones de la disciplina priísta : “el que se mueve, no sale en la foto”.
Nadie podía dar un paso, en busca de alguna candidatura, si antes no lograba el visto bueno del Presidente en turno. Si lo daba, sin haber recibido la “luz verde” para ello, la carrera política del pretenso concluía en un destierro. No llegaba a la nominación o postulación, y aquellos que ya ostentaban algún cargo de elección popular o administrativo, de pronto “enfermaban”, al grado de quedar “incapacitados” para el desempeño del mismo.
En el camino hacia la sucesión de la gubernatura de Baja California, cuyos comicios serán el domingo 7 de julio del 2013, los aspirantes priístas actúan con desconcierto. Unos, recordando los estilos del viejo PRI, se muestran disciplinados, en espera de los tiempos legales para iniciar actividades proselitistas. Otros, bajo el supuesto de un nuevo PRI, se promueven abiertamente e incluso negocian o aceptan pronunciamientos a su favor. Pareciera que para éstos últimos, ya perdió vigencia la frase de Fidel Velázquez, aquella de que : “el que se mueve, no sale en la foto”.
El día de ayer, en una reunión entre dirigentes del PRI y PVEM, para la firma de una carta de intención, sobre la posibilidad de establecer alianza para los comicios locales del próximo año, el delegado del CEN del PRI, Efrén Leyva, evidentemente para atajar posibles críticas o cuestionamientos, al no mostrar la mínima intención de controlar a los aspirantes priístas a la gubernatura, aseguró que ya no son los tiempos de Fidel Velázquez, y dijo que contrario a lo que advertía el líder cetemista, ahora, el que no se mueva, no sale.
Al señor Leyva le faltó precisar, si la frase antifidelista es de su propia creatividad, o si son las reglas dictadas por los nuevos dirigentes nacionales del priísmo, César Camacho Quiroz e Ivonne Ortega Pacheco, o incluso del Presidente Enrique Peña Nieto. Lo que representa o implica algo así como una lucha de “vale todo”.
Curiosa, o extrañamente, eso de que “el que no se mueva, no sale”, o sea que el que no realiza actividades proselitistas, en sus aspiraciones hacia la candidatura para la gubernatura, no la logrará, hace suponer que ya está resuelta o definida la identidad de “el tapado”, en tanto que solamente uno de los aspirantes, Fernando Castro Trenti, se está moviendo. Ver, para creer.
gil_lavenants@hotmail.com
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