* Y ahora quien podrá…
Por Gilberto Lavenánt
La detención de un grupo de militares, 13 indican, que en vehículo oficial y con vestimenta castrense, transportaban droga desde el centro del país, hasta esta frontera, cimbró a la estructura nacional del ejército.
Y no es para menos. El ejército es la institución en la que descansa, la poca tranquilidad de que disponen los mexicanos en estos momentos, y el saber que, aunque sea un grupo reducido, algunos militares ya se pasaron al bando de los mañosos, es más que preocupante.
El asunto demuestra que los militares, no son inmunes a este mal que aterra a los mexicanos y aniquila la economía mexicana, y la del mundo entero.
Esto, agregado a los eventos violentos que se registran todos los dٌías, en diversas partes del país. Participar en una guerra, y la lucha contra el narco es una guerra, tiene esas dimensiones, por lo que pasarse al lado enemigo, es una seria traición a la Patria.
Como atenuante en la crítica hacia la evidente debilidad de los militares involucrados, podría observarse que son los empleados de gobierno, más mal pagados, con una economía familiar sumamente precaria, muchos de ellos incluso con un nivel cultural bajo, Característucas éstas que los convierten en “carne de cañón”.
Ojalá que alguien pueda asegurar que son los únicos, que no hay nadie más contaminado por los narcos. Ojalá.
Sin embargo, cuando el ejército mismo hace el anuncio de espectaculares decomisos de drogas, con o sin detenidos, surge la duda, la sospecha, casi la certidumbre, de que hay algo sucio en torno a estos eventos. ¿Cómo llegaron esas enormes cantidades de droga a Tijuana? ¿Qué hacen los retenes en todos los accesos viales hacia a esta frontera?
Las evidencias indican que, si no fuese por los arteros crímenes que se registran cada día, los narcos pasarían desapercibidos. Y que si bien es cierto que las pérdidas de vidas humanas ante tanta violencia, la mayoría han sido pérdidas entre bandos opuestos de delincuentes. Aunque lamentablemente han sido aniquiladas muchas personas ajenas a tales ilícitos.
No es por subestimar la labor del ejército, pero podríamos decir que los mexicanos no deben a nadie la aparente tranquilidad en que viven, ni siquiera al tal Leyzaola, que quisiera fuese reconocido como héroe. Para nada.
Qué bueno que contamos con el apoyo del ejército, sin duda alguna, pero no podemos depender en todo momento, y por mucho tiempo, de ésta circunstancia. Incluso, es injusto reclamarle que regrese la paz a los mexicanos.
Esta responsabilidad es de los gobiernos civiles, de los policías civiles. Los primeros, atendiendo las necesidades sociales. Los segundos, vigilando y preservando la seguridad y el bienestar social. Ni unos, ni los otros, cumplen con su cometido. Están atareados en actos de corrupción, para convertirse en nuevos ricos, aunque al final de cuentas la riqueza material mal habida, no les garantizará bienestar, ni tranquilidad. Mucho menos seguridad.
En esta narcoguerra, el Ejército Nacional, está sufriendo un desgaste enorme. Su carácter recio, su disciplina, su uniforme verde olivo, están viniendo a menos. Se deterioran, como su honor mismo.
Y en tanto que esto ocurre, no se ven acciones oficiales para rectificar el rumbo, para fortalecer instituciones y en especial, para ir al rescate de los mexicanos que están a expensas y al alcance de los narcos, más que por posibles o inminentes agresiones, por las manipulaciones, por el engaño, por el ofrecimiento de lujos y placeres, a cambio de que ingresen y engrosen sus filas.
Felipe Calderón quisiera que todos los mexicanos lo reconocieran como un gran Presidente, tan solo por su narcoguerra, cuando que los daños colaterales son aterradores y nada, o muy poco, hace para que México mejore.
Muy bravucón, pateó el avispero, y hoy ya no encuentra qué hacer. Está desesperado. Se acaba el tiempo de su mandato y no ve el fin de todo esto. Pero los mexicanos tampoco lo ven. Unos más que otros, están pagando las consecuencias.
Afortunadamente, para Calderón, el ejército lo hizo fuerte, lo respaldó y aceptó meterse en éste conflicto, que presenta un panorama similar, o peor, que el de las guerrillas urbanas. Las escenas que se observan y conocen, a través de los medios masivos de difusión, sobre los hechos violentos que a diario estremecen al país, hacen sentir a los mexicanos, en vivo y a todo color, cómo se vive allá en medio oriente.
Dos cosas más. El año próximo habrá elecciones presidenciales. ¿Terminando la gestión calderonista, acabará la narcoguerra? ¿Y si el ejército sucumbe ante ésta batalla, por los “cañonazos” de los narcos, más que por las agresiones violentas, quien podrá defendernos?
gil_lavenant@hotmail.com
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